Uno tira una semilla al suelo. Un tiempo después, obtiene una planta. La arranca, vuelve a tirar otra semilla y un tiempo después, brota otra planta. Así de ventajoso es para los seres humanos hacer negocios con el suelo, que desde el Paleolítico nos ha dado la impresión de ser inagotable a la hora de producir víveres. Pero no.
La agricultura intensiva y otras prácticas degradan el suelo y reducen al mismo tiempo su productividad. Quizá para alertar de esto, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) nombró 2015 como el Año Internacional de los Suelos. Un informe de la United Nations University (UNU) ha cuantificado en términos económicos esta degradación internacional de los suelos. "Supone entre un 10 y un 17% del PIB mundial, una cantidad muy significativa", dice a EL ESPAÑOL Zafar Adeel, director del Instituto del Agua, Medio Ambiente y Salud de la UNU. En euros, estas pérdidas supondrían entre 5 y 9 billones cada año.
Expresado en otras palabras: cada año se pierden recursos naturales por valor de entre 38.000 y 63.000 euros en cada kilómetro cuadrado a causa de la degradación.
No es la única razón para emigrar, hay que dejarlo claro, pero es un factor
Esta cifra es una aproximación a, en primer lugar, todo lo que el suelo deja de ofrecer, y segundo, las consecuencias de que deje de hacerlo. "La reducción de la productividad del suelo en todo el mundo es un reto severo en muchos países, que además se ve afectado por otros acontecimientos globales como el cambio climático", dice Adeel.
En mitad de la crisis de refugiados a la que actualmente se enfrenta Europa, el término "emigrante climático" se está escuchando cada vez más a menudo. No obstante, este académico subraya que la degradación del suelo es un agravante, nunca un desencadenante. "No es la única razón, hay que dejarlo claro, pero es un factor".
En países como Etiopía, por ejemplo, la sequía y el deterioro del terreno agrícola está forzando a que cada año unos 300.000 etíopes se desplacen dentro del país hacia la frontera con Sudán para trabajar en plantaciones de algodón o sésamo, menos agotadas que los cultivos de cebada y maíz que tuvieron que dejar atrás.
Todos los países maltratan su suelo
De cara al suelo, "la agricultura intensiva tiene dos problemas, que necesita mucha agua y que es muy contaminante, ya que como agroindustria que es, requiere de mucho plástico", dice a este periódico Juan Gallardo, investigador del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca y editor del recientemente publicado volumen Los Suelos de España (Springer, 2015).
Gallardo estima que el suelo español tiene principalmente problemas de estabilidad, erosión, acidificación y abandono. Algunos son típicamente mediterráneos, otros derivados del uso intensivo. Y luego están los regionales.
La salinización, por ejemplo, es un problema acuciante en el sudeste español. "Dado que no hay agua, recurren a agua fósil", es decir, la de los acuíferos, "cuyo problema es que se va gastando: son aguas que no se han acumulado recientemente sino que llevan miles de años", recuerda Gallardo. Al ir acabándose dentro de los acuíferos, la salinidad de esas aguas va aumentando.
En el norte, en cambio, un problema derivado de la degradación del suelo es su acidificación, debida a factores como la lluvia ácida o los fertilizantes industriales basados en amonio. Paradójicamente, en zonas como Galicia, los incendios forestales ofrecen un alivio a esta situación. "Son malos para la naturaleza y para el hombre, pero para el suelo un fuego no es demasiado malo porque sólo le afecta unos milímetros y, además, la ceniza ayuda a corregir la acidez".
Degradación antrópica
Independientemente de climas y regiones, dentro y fuera de España, está la acción del ser humano: el uso intensivo y creciente de los recursos naturales lleva a una degradación de los mismos. "Somos sociedades cada vez más urbanas y más ricas, que cada vez generan más contaminación", reflexiona Gallardo. "Los suelos son vistos como un depurador de todos nuestros residuos y se acaban metiendo en ellos cosas tan nocivas como los lodos fecales", añade.
Además, es difícil ofrecer soluciones a este problema, dado que el número de seres humanos crece y cada vez somos más dependientes de la agricultura, ¿cómo darle al suelo el respiro que necesita? "No existe una solución única que pueda funcionar en cualquier parte", advierte Adeel, "cada región debe identificar sus impactos y hablar con los interesados para saber qué hacer".