No es nada nuevo que los océanos son imprescindibles para la vida en la Tierra. Retienen el calor recibido del sol y lo reparten equitativamente, y además, absorben cerca del 40% dióxido de carbono que se emite a la atmósfera. En lo que respecta al cambio climático, los mares sirven también como termómetro: cada centímetro que sube su nivel es un grado de fiebre en esta gripe global.
Esta semana, tres nuevos estudios vierten más luz sobre el fundamental papel de los océanos en la lucha contra el calentamiento. Al mismo tiempo, oscuros nubarrones se ciernen sobre el estudio de este complejo sistema terrestre, ya que varios científicos de Argo -una red internacional de recopilación de datos mediante boyas en la que también participa España- han puesto el grito en el cielo por los recortes en financiación al proyecto por parte de algunos de sus miembros.
Modelizar la subida del nivel del mar
Desde el punto de vista científico, uno de los principales retos de la climatología es predecir con exactitud cómo afectará el incremento de CO2 en la atmósfera a todos los sistemas climáticos, tanto terrestres como marinos. Para ello, en los últimos años se han puesto a su servicio ingentes recursos informáticos, por ejemplo, en España, los del superordenador Mare Nostrum de Barcelona.
Ahora un nuevo trabajo, publicado en PNAS y en el que ha colaborado la Universidad Complutense de Madrid, propone un nuevo método que emplea menos recursos informáticos obteniendo predicciones similares. "La ventaja de nuestro método es que es una síntesis de varios", explica a EL ESPAÑOL Alexander Robinson, investigador del departamento de Astrofísica y Ciencias de la Atmósfera de la UCM y uno de los autores del estudio. "Teníamos la acumulación de observaciones y de métodos más empíricos, que emplean registros del pasado para averiguar qué va a pasar en el futuro, pero nosotros además usamos información de modelos muy complejos sobre cómo van a cambiar los sistemas a largo plazo". Basándose por ejemplo en la física de los glaciares, predicen con qué rapidez van a desaparecer y cómo va a afectar al sistema global en su conjunto.
En ciencia, es lo que se conoce como aproximación semi-empírica. Sustituyen algunos datos concretos por "información basada en la física o la temperatura sobre el equilibro a largo plazo para equilibrar estas ecuaciones y emular las partes más complicadas del sistema", dice Robinson.
Empleando los mismos escenarios de emisiones usados por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), los resultados de su modelo son consistentes con los generados por superordenadores y auguran un preocupante aumento del nivel del mar de entre 66 y 130 centímetros. Solo que han tardado mucho menos en calcularlo.
El agua, cada vez más ácida
Muchos observadores alertaban de un aumento en la acidificación de los océanos, provocado por el incremento en dióxido de carbono de origen antrópico. Un nuevo trabajo que aparece esta semana en Nature proporciona "la primera evidencia sólida, con experimentos en un ecosistema natural, de que la acidificación del océano está provocando que los arrecifes de coral crezcan más lentamente que hace 100 años", dice Rebecca Albright, investigadora de la Universidad de Stanford y co-autora del estudio.
Otros científicos van más allá, y creen que si el nivel de CO2 en el océano continúa aumentando, el proceso de calcificación que es responsable del crecimiento de los corales podría incluso dirigirse hacia la disolución, finiquitando estos centros de biodiversidad. Fiz Fernández Pérez, científico en el Instituto de Investigaciones Marinas (IIM) del CSIC en Vigo, explica a EL ESPAÑOL que "el aumento de CO2 en los océanos produce un descenso del pH y de la concentración del ion carbonato, esto no favorece la formación de corales y más bien facilita su destrucción por disolución de sus estructuras calcáreas".
En el Atlántico Norte que baña las costas gallegas existe, para más inri, una alta biodiversidad de corales de agua fría que alcanzan profundidades de hasta 3000 metros "lo que favorece la formación de ecosistema marinos profundos de alta diversidad", añade Fernández Pérez, por lo que "se prevé que altas tasas de acidificación oceánica pongan en peligros todos estos ecosistemas coralinos profundos en unos 30 años, si las tasas de aumento de CO2 en la atmósfera continúan al ritmo actual".
¿Cuánto más CO2 podrá absorber el océano?
En los últimos años, diversos trabajos han cuestionado la capacidad del océano de seguir absorbiendo dióxido de carbono como hasta la fecha. En algunos lados, parecía incluso aumentar esta capacidad, pero la duda que aterroriza a los científicos es cuándo llegará el punto en que no pueda seguir absorbiendo y cómo afectará esto al incremento de las temperaturas globales.
"Los propios ciclos naturales que afectan a la circulación oceánica condicionan la capacidad de captación de CO2 por los océanos", explica el investigador gallego. De hecho, a principios de la década pasada se observó un descenso de la captación de CO2 en el Atlántico Norte, al igual que sucedía en el Océano Antártico, en este caso "por el incremento de los vientos circumpolares", dice Fernández Pérez. "Actualmente se ha observado una recuperación en la tasas de captación pero este hecho se verá afectado a largo plazo, ya que la capacidad de captar más CO2 decrece según va disminuyendo el pH".
Para esto no hacen falta supercomputadores, es pura química. Y la confirmación de esta evidencia no es, para estos científicos, más que una cuestión de tiempo.
La observación del océano, en peligro
Si conocemos los datos anteriormente expuestos en este reportaje es, en parte, gracias al programa Argo, una red internacional de vigilancia coordinada por el World Climate Research Program y sostenida por 31 países, con 3.800 boyas cilíndricas amarillas que miden valores como la temperatura o la salinidad de los océanos del mundo. Financiada en gran parte por Estados Unidos, España ha participado en Argo desde sus inicios con más de 50 boyas de vigilancia a través del Instituto Español de Oceanografía y el CSIC. Esta semana, varios de los científicos que lideran este programa advertían en un comentario en Nature (amplificado por The Guardian)de las catastróficas consecuencias que tendría continuar la tendencia de algunos de los miembros a recortar en la financiación.
"Aunque la uso de forma indirecta, esta red es muy importante para mi trabajo", nos dice Robinson, "porque los datos van a observaciones que usamos para validar nuestros modelos de lo que está pasando hoy en día, lo que nos ayuda a mejorar los conceptos físicos y entender bien el sistema".
Desmond Barton, también del Instituto de Investigaciones Marinas, comenta a EL ESPAÑOL que "Argo nos provee de perfiles de temperatura y salinidad en las capas de hasta 2 kilómetros de profundidad en el océano abierto".
Sus boyas -también conocidas como perfiladores- son, actualmente, la única forma de saber en cualquier momento el estado actual del océano global. Estos están desplegados, en promedio, en cuadrículas de tres por tres grados y envían un informe por satélite cada diez días.
Lo más importante, advierte Barton, es que "su distribución global alcanza zonas remotas y peligrosas donde nunca llegan los pocos buques de investigación, y además nos proporcionan información valiosa sobre el contenido de calor en el océano y su tasa de cambio, o sobre el ciclo de evaporación y precipitación atmosférica", algo que tiene una gran influencia en la distribución de la sal oceánica.
Lo que hemos aprendido sobre los océanos en la última década ha resultado crucial para anticiparnos a su protección, y también para comprender las señales que nos manda sobre el futuro del planeta. O, sin ir más lejos, gracias a Argo la predicción del tiempo que va a hacer en España es hoy más acertada que en 2002, cuando se lanzó el programa.
¿Las malas noticias? Las pilas de las boyas cilíndricas que bajan y suben tomando mediciones se acaban. "Se necesitan 800 perfiladores nuevos cada año para mantener la red global", dice Barton. Por eso, el programa sufre y este conocimiento de los océanos, del que no podemos prescindir, comienza a oscurecerse.