Inca y Rayas no querían ser menos que Roy y Silo, sus célebres parientes del zoo neoyorquino de Central Park que tienen incluso su propia entrada en la Wikipedia. Así que, a la media luz del acogedor ecosistema polar del parque madrileño Faunia, los dos pingüinos machos entablaron una relación cuyo eco traspasó fronteras. Por desgracia su regalo de bodas, un huevo asignado en 2012 por sus cuidadores que los dos animales incubaron con esmero, finalmente no fue viable.
La historia de Inca y Rayas, como la de Roy y Silo, no es extraordinaria. Pero el caso de los pingüinos es relevante no sólo por su frecuencia, sino porque motivó uno de los primeros registros en la ciencia moderna de las conductas homosexuales entre animales. Su autor fue el británico George Murray Levick, cirujano y zoólogo que viajó con la segunda expedición antártica de Robert Falcon Scott y que en 1912 observó relaciones entre pingüinos adelaida del mismo sexo. Tan horrorizado quedó Levick por lo que calificó como "increíble depravación" que escribió algunas de sus notas en griego, y sus observaciones fueron entonces ocultadas al público por el Museo de Historia Natural de Londres, hasta que salieron a la luz en 2012 por un hallazgo fortuito del cuaderno entre los fondos de un museo.
Hasta el siglo XX, en las sociedades de tradición cristiana primaba la visión de las relaciones homosexuales como "contra natura", una visión basada en la Biblia: "Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza", decía San Pablo en su carta a los Romanos; para añadir en el versículo siguiente que también los hombres habían abandonado "el uso natural de la mujer". Tal cual.
Desde los gusanos a los patos, desde los peces a los osos, y sin olvidar a los primates como los famosos bonobos, cien por cien bisexuales; los pingüinos no son una excepción. Las conductas homosexuales se han observado en varios cientos de especies animales; unas 450, según el libro de Bruce Bagemihl Biological Exuberance: Animal Homosexuality and Natural Diversity, publicado en 1999.
Hoy la calificación de "contra natura" ya es indefendible, incluso para quienes arguyen que la definición es ideológicamente neutral y que describe el empleo de los órganos reproductivos para otros fines; tan antinatural como utilizar los dientes para acicalar el pelaje o las patas para luchar. En muchos animales, como en los humanos, el sexo no es solamente un mecanismo para procrear.
La (r)evolución sexual
Pero para los científicos, no basta con constatar. La razón de ser de su profesión es explicar el cómo, el por qué, el para qué. Y en este campo de investigación se ha invertido mucha neurona y se ha vertido mucha tinta. Algunos expertos ven en la homosexualidad animal un simple desahogo, una distracción cuando faltan los miembros del sexo opuesto. Ésta es la conclusión de un estudio que investigó una colonia de pingüinos rey y de otro que analizó el comportamiento de los carneros. Un caso parecido sería el de las felaciones entre los osos pardos.
Pero más allá de esta posibilidad, durante décadas biólogos, antropólogos y psicólogos han debatido sobre la existencia de una razón evolutiva más profunda. Es decir, si se obtiene algún beneficio para la especie.
Algunos ejemplos podrían ser muy simples, no aplicables a los humanos. El año pasado, investigadores de la Universidad de Ulm (Alemania) escribían que el macho del escarabajo enterrador, para el que no es sencillo distinguir entre ambos sexos, tiende más fácilmente a montar a otros varones cuando es ventajoso aprovechar la posibilidad de que su pareja sea, en realidad, una hembra. Es decir, como una apuesta en una cita a ciegas.
En especies que sí diferencian más fácilmente entre ambos sexos, una hipótesis sugiere que los individuos homosexuales podrían favorecer la supervivencia de las crías de sus parientes, al contribuir a su cuidado sin entretenerse en sus propios vástagos. Una variante de esta teoría atribuye a los padres el condicionamiento de esta conducta en sus hijos para espolear esa aportación al grupo.
Pero según otra idea diferente, las relaciones del mismo sexo tendrían como finalidad la formación de alianzas estrechas que ayudan en la lucha y la competición por los recursos. "La conducta homosexual es una estrategia de supervivencia, no una estrategia reproductiva", escribía el antropólogo Rob Craig Kirkpatrick.
Curiosamente, esta hipótesis trae a la memoria la Grecia clásica, donde había tropas de soldados formadas por parejas de amantes masculinos, como el Batallón Sagrado de Tebas. Un estudio reciente con un grupo de voluntarios descubría que esta llamada "afiliación" desempeña un papel entre las personas cuya orientación no es exclusivamente homosexual. Los autores aportan "la primera prueba experimental de la afiliación en la evolución de la motivación homoerótica en humanos", subrayando además una relación entre esta tendencia y los niveles elevados de la hormona progesterona.
Bioquímica gay
Aquí aparece ya un factor biológico. Y es que, si la homosexualidad es transversal y conservada en el mundo animal, muchos expertos piensan que debe de tener una firma bioquímica. Este es el terreno que explora desde hace décadas Jacques Balthazart, biólogo de la Universidad de Lieja (Bélgica) especializado en la relación entre hormonas, cerebro y comportamiento, especialmente en lo relativo a la sexualidad.
En 2010 Balthazart publicó el libro The Biology of Homosexuality, cuyo subtítulo en francés expresa claramente la tesis del autor: "Nacemos homosexuales, no elegimos serlo". Pero respecto a los animales, Balthazart puntualiza: "Hay cientos de especies que muestran conducta homosexual, pero solo se conoce una con preferencia homosexual espontánea", dice a EL ESPAÑOL; se trata de una población de carneros de Idaho (EEUU) en la que el 8% de los individuos son exclusivamente homosexuales, aunque existan hembras alrededor.
La obra de Balthazart ha sido muy debatida, y el propio autor apunta el motivo: "En Francia y en los países latinos en general, hay una extendida resistencia a la idea de que cualquier aspecto del comportamiento humano pueda ser controlado por mecanismos biológicos, y en particular por influencias genéticas". Sin embargo, a lo largo de los años se han acumulado pruebas de que existe una firma biológica de la homosexualidad. Balthazart acaba de publicar un artículo sobre la biología de las preferencias sexuales en un especial de la revista Philosophical Transactions of the Royal Society B.
En los animales se puede inducir una preferencia homosexual mediante manipulación endocrina en la vida temprana
En su artículo, Balthazart repasa los hallazgos sobre las bases biológicas de la homosexualidad. "En los animales se puede inducir una preferencia homosexual mediante manipulación endocrina en la vida temprana", señala. Al impedir la producción de la hormona estradiol en el cerebro en desarrollo del ratón macho, se elimina la preferencia o se induce una tendencia homosexual. El cerebro de los mamíferos posee el llamado Núcleo Sexualmente Dimórfico (su homólogo en humanos es el tercer núcleo intersticial del hipotálamo anterior, o INAH-3), cuyo tamaño se relaciona con la preferencia sexual, y que puede modificarse con hormonas. Balthazart concluye que "los mecanismos vistos en animales también están presentes en los humanos, aunque por supuesto la corticalización hace las cosas más complejas".
La gran pregunta es: si hay factores biológicos, ¿hay genes? Según apunta a EL ESPAÑOL Eric Vilain, codirector del Instituto de Sociedad y Genética de la Universidad de California en Los Ángeles, existe "una clara asociación con partes del genoma, como el cromosoma X en los hombres".
Vilain ha estudiado otro aspecto: la posible influencia de la epigenética, modificaciones químicas del ADN que no alteran la secuencia. "El papel del factor epigenético no está tan claro", advierte, pero sugiere que el número de hermanos mayores parece aumentar la tasa de homosexualidad en los varones: "Este orden de hermanos no puede explicarse solo por la genética, lo que sugiere factores epigenéticos". Para Vilain, a la luz de las investigaciones genéticas y los estudios con gemelos, hay una respuesta clara: "La orientación sexual está mayoritariamente influida por la biología".
¿Aceptación o estigma?
Un sector del colectivo LGBT no simpatiza con los estudios biológicos de la homosexualidad, la bisexualidad o la transexualidad. Hay quien teme que se entregue en bandeja un estigma a las corrientes homófobas, como el color de la piel para los racistas.
"La comunidad gay tiene reacciones encontradas", reconoce Balthazart. "Muchos dicen que esto les ayuda a entenderse, pero otros se oponen a la idea de un determinismo biológico y dicen que esta investigación no debería hacerse, que podría llevar a la discriminación o a la eugenesia si se identifican genes". Pero el experto revela: "¡La mayoría de estas investigaciones las hacen científicos que son homosexuales!". Además, prosigue, "la discriminación ya existe, haya factores biológicos o de elección". El endocrinólogo sostiene que una sociedad que acepta la idea del determinismo biológico debería volverse más gay friendly.
De la misma opinión es Vilain, quien aporta otro argumento: "Si estudiamos las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, ¿promoveremos la conducta misógina?". "Cualquier campo de estudio científico puede usarse inadecuadamente, pero entender quiénes somos es entender nuestra humanidad".
Para el neurobiólogo holandés Dick Swaab, que ha estudiado extensamente las diferencias sexuales en el cerebro, la identificación de los factores biológicos de la homosexualidad ayudará a los aún reticentes a aceptar otras preferencias: "Cuando la gente creía que era una opción, la Iglesia decía que era la opción errónea; ahora sabemos que es una variación en la diferenciación sexual del cerebro antes del nacimiento, y esto lo ha hecho aceptable para muchos", dice a este diario.
Mientras, los pingüinos permanecen ajenos a la ciencia humana y sus polémicas. Pero como sucede en las parejas, no siempre hay un final feliz: la historia de Roy y Silo terminó en ruptura cuando en 2005 el segundo se marchó detrás de una hembra llamada Scrappy. ¿Y qué fue de nuestros Inca y Rayas? La responsable de comunicación de Faunia, María José Luis, confirma a este diario que ambos están bien y siguen juntos.
En esta época del año, simulando el ciclo natural, los cuidadores del ecosistema polar retiran la nieve y colocan guijarros para que las aves puedan anidar. Es época de cría, y quizá haya una nueva oportunidad para los dos amantes plumíferos: "Valoraremos de nuevo la posibilidad de si les ponemos algún huevo de otra pareja que tenga dos este año", dice Luis.