"La gran obra maestra de la naturaleza". Así definió el poeta inglés John Donne a los elefantes a principios del siglo XVII. Unos animales que han despertado la admiración de todo el mundo y que han alimentado multitud de leyendas. Pero ser un animal tan majestuoso tiene sus consecuencias. Durante años, los elefantes han sido perseguidos y masacrados. Asesinados por miles con el único fin de conseguir el preciado marfil de sus grandes colmillos. El oro blanco de África.
El precio de este material ha variado mucho durante los últimos años, pero rara vez ha bajado de los 1.000 euros el kilogramo. Por eso, hay quiénes no entienden la decisión del gobierno de Kenia, que el pasado 30 de abril quemó unas 105 toneladas de cuerno de elefante, la mayor cantidad destruida en la historia reciente. Se trata de un material que habría alcanzado un valor cercano a los 200 millones de euros en el mercado. Pero la decisión del país africano era un aviso a navegantes, una clara muestra de la postura de un gobierno que se opone firmemente a la legalización del mercado de marfil.
El debate está en el aire y el próximo mes de septiembre se reunirán los miembros de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, cuyo propósito es el de asegurar que el comercio internacional de animales y plantas salvajes no amenace su supervivencia. Este organismo decidió prohibir el comercio del preciado material ya en 1989. Pero frente a Kenia estarán, entre otros muchos, Namibia y Zimbabue, que presionan para que se levante la prohibición global sobre la venta de marfil y así poder vender sus reservas.
Regulación contra prohibición
Pero además de las voces políticas discordantes, la acción de los kenianos también ha levantado un debate entre investigadores y estudiosos del mundo de los elefantes. El pasado 8 de junio, cuatro investigadores escribieron una carta en la revista Nature en la que pedían más investigación sobre el impacto real que la quema de cuerno tiene sobre la protección de los elefantes, ya que la destrucción del marfil puede ser contraproducente.
Según se puede leer en el texto publicado en la revista británica, desde 1989, 21 países han quemado o destruido 263 toneladas de marfil, la mayor parte -un 86%- en los últimos cinco años. "Sin embargo", advierten los investigadores, "hasta ahora no hay pruebas de que estas acciones reduzcan la caza furtiva". Es más, según ha asegurado a EL ESPAÑOL uno de los firmantes de la misiva, el investigador de la Universidad de Queensland Duan Biggs, "la destrucción de las reservas de marfil corre el riesgo de generar precios más altos y, por tanto, aumentar la caza furtiva".
Biggs y sus colegas mencionan otra carta publicada por el periodista John Frederick Walker en la revista Science en 2010, en la que se pedía la apertura de un mercado fuertemente regulado del marfil. El propio Walker ha explicado a EL ESPAÑOL que su posición sigue siendo claramente contraria a la destrucción de las reservas de marfil. "Sin duda el Gobierno de Kenia ha enviado un mensaje, pero es un mensaje equivocado", sentencia Walker.
Según este periodista, autor de un libro sobre el tráfico de este material (Ivory’s Ghost, de la editorial Grove Atlantic), con este tipo de acciones "le están diciendo a los cazadores furtivos y a los traficantes que el suministro de marfil se ha evaporado y que, por tanto, sus propios alijos son ahora mucho más valiosos". Para Walker, la quema masiva de cuerno aumentará aún más los precios, lo que generará más caza furtiva para satisfacer la creciente demanda del mercado negro.
¿Es mejor la legalización?
La opción de un mercado regulado que permita bajar los precios ya se ha intentado con anterioridad. En el año 2008 se permitió a los gobiernos de China y Japón, principales consumidores de este material, comprar 107 toneladas de marfil. Un suministro que provenía de las reservas de cuatro países africanos, que acumulan el cuerno de todos los elefantes que mueren de forma natural. La intención de esta venta masiva era inundar el mercado para que se produjera una bajada de precios que hiciera menos rentable la caza furtiva.
Sin embargo, los resultados de un reciente estudio publicado por la Oficina Nacional de Investigación Económica de EEUU muestran que este experimento pudo haber salido mal, ya que a partir de ese breve periodo de legalización se produjo un aumento de la caza furtiva. Según ha explicado a este diario el principal autor de este estudio, el profesor de la Universidad de Berkeley Solomon Hsiang, un factor que podría explicar este aumento es que "la legalización también puede aumentar la demanda, ya que hace que las personas crean que la compra de marfil es algo socialmente aceptable".
Para Hsiang, el objetivo de la quema o la destrucción de las reservas de marfil "es hacer que las personas se sientan mal por comprarlo y tratar de reducir la demanda entre estos individuos", aunque reconoce que "los efectos de esas acciones siguen siendo desconocidos" y coincide con Biggs en que es necesaria más investigación sobre este asunto.
Tanto Walker como Biggs aseguran que el estudio de Hsiang tiene varias debilidades, como el no haber tenido en cuenta la crisis económica global que surgió en 2008. Además, Walker considera "una fantasía pensar que la demanda va a desaparecer por completo", ya que "el marfil ha sido valioso desde tiempos prehistóricos".
Walker asegura que "es algo que está incrustado en la cultura del mundo, desde el antiguo Egipto a Europa y al Lejano Oriente", e insiste en que el comercio controlado de marfil legal, el que surge de la mortalidad natural, "se puede gestionar en beneficio de los elefantes y los pueblos rurales que comparten su hábitat".
Apenas quedan unos meses para que se vuelva a reunir la convención en la que se discutirá la estrategia a seguir de aquí en adelante. Mientras tanto, esas grandes obras maestras de la naturaleza que definía Donne siguen siendo vulnerables y está por ver si las medidas que se tomen pueden desequilibrar la balanza hacia la recuperación o la extinción. En cualquier caso, concluye Biggs, hay que seguir investigando, pues "hay poco tiempo y mucho en juego".