La agricultura es cada vez más intensiva y el uso de fertilizantes se ha disparado. La principal consecuencia ecológica en zonas costeras se llama hipoxia marina. Estos fertilizantes a base de nitrógeno y fósforo genera una proliferación de algas, que absorben el oxígeno y crean zonas muertas afectando a la fauna que vive en ellas.
Durante años, los ecólogos han tratado de entender cómo afecta esta hipoxia a las capturas de los pescadores, en particular en áreas como el Golfo de México, que provee de pescado y marisco a buena parte de Norteamérica. Sorprendentemente, al analizar el rendimiento de los pescadores en zonas con y sin hipoxia, no se apreciaban diferencias importantes.
Es más, a menudo quedaba registrado que en zonas con déficit de oxigeno se capturaban más gambas de gran tamaño, pero este análisis no aportaba información sobre qué pasaba con las demás.
Sin embargo, un nuevo estudio publicado esta semana en PNAS revela claramente el efecto de la contaminación de ciertas áreas. La clave es que los investigadores, de la Universidad de Duke, miraron un factor que, a diferencia de los clientes, los científicos suelen desdeñar: el precio que pagamos por las gambas, en este caso por los camarones. "Los inocentes modelos basados en la cantidad que comparaban áreas con y sin hipoxia apenas producían resultados", dicen los autores, "hemos encontrado una fuerte evidencia en los precios relativos: la hipoxia incrementa el precio de las gambas grandes en comparación con el de las gambas pequeñas".
Como suele ocurrir con las ciencias naturales, el reto para medir el efecto de la contaminación por fertilizantes es que sólo tenemos un planeta. Como dice Martin Smith, uno de los autores, "cuando algunas áreas se vuelven hipóxicas, la flota de peces puede entrar o salir en áreas que de otra forma no estarían afectadas por la hipoxia", contaminando de este modo zonas que podrían servir como control, es decir, para comparar.
Por ello se fijaron en la disponibilidad de estos camarones (Farfantepenaeus aztecus) y el precio que se pedía por ellos ya fueran pequeños o grandes.
Estas "zonas muertas" son aquellas donde el nivel de oxígeno es inferior a dos miligramos por litro de agua y fluctúan durante el año. Sabiendo además que la hipoxia tiene un efecto al ralentizar el crecimiento de los seres vivos, los científicos hallaron una relación viendo el histórico de precios de las gambas, clasificadas según los ejemplares que caben en una libra, 453 gramos.
En resumen, cuanta más hipoxia, menos gambas de tamaño grande. ¿Y qué ocurre cuando no hay gambas grandes? Que las gambas pequeñas aumentan su precio.
Los autores del estudio creen haber encontrado un filón en esta nueva forma de análisis y sus siguientes pasos serán aplicarlo a otros fenómenos, ya sean desastres como vertidos de petróleo o simplemente la delimitación de una zona protegida.