Aunque pueda parecer que la automedicación es algo propio de la racionalidad humana, más bien se podría considerar un instinto que deriva de algo tan simple como el hecho de estar vivo.
Sin duda el caso más común es el de los perros que comen hierbas con el fin de provocarse el vómito cuando se sienten enfermos, pero este hábito, conocido como zoofarmacognosia en el mundo animal, alcanza a muchas más especies, desde las hormigas hasta los osos.
Las hormigas
A pesar de su pequeño tamaño y su aparente vulnerabilidad, las hormigas son insectos tremendamente inteligentes, capaces de realizar actos tan complejos como organizar tácticas bélicas entre hormigueros o cultivar hongos para su alimentación.
Por eso no resulta sorprendente que sean uno de los animales que saben muy bien cómo automedicarse, concretamente cuando son infectadas por un hongo patógeno llamado Beauveria bassiana.
Este ejemplo de zoofarmacognosia fue descrito en un estudio publicado en Evolution, en el que un equipo de investigadores de la Universidad de Helsinki estudió cómo las hormigas ingieren cantidades muy concretas de peróxido de hidrógeno cuando se encuentran bajo los efectos del hongo.
Para comprobarlo tomaron a un grupo de hormigas, unas infectadas y otras no, y les ofrecieron varias dosis de comida, algunas de las cuáles habían sido mezcladas con esta sustancia, que en cantidades elevadas puede ser muy tóxica.
Sólo las que estaban enfermas eligieron la comida "envenenada", pero la cosa no quedó ahí, pues increíblemente conocían la dosis exacta que necesitaban para sanarse, por lo que no tomaron ni una pizca más.
El mono capuchino
Como buen primate, el mono capuchino tiene desarrolladas bastantes habilidades que les hacen parecerse notablemente a los seres humanos.
Por eso también es considerado uno de los claros ejemplos de animales capaces de automedicarse; ya que, además, lo hacen a varios niveles.
Y no es algo que se haya descubierto recientemente, pues ya en 1987 se documentó el caso de una hembra en cautividad que fabricaba herramientas recubiertas de un jarabe basado en azúcares para curar una serie de heridas, sufridas después de la pelea con otros monos.
Además, también recubría con este ungüento su área vaginal, posiblemente con el fin de evitar las infecciones típicas de dicha zona.
Otro ejemplo de automedicación en esta y otras especies de monos es el uso de milpiés y arañas como repelentes de mosquitos, debido a su contenido en benzoquinonas, unas sustancias conocidas por ser muy eficaces ahuyentando a estos molestos insectos.
El elefante
Estos gigantes paquidermos son expertos redomados en el arte de la automedicación, pues la dominan de formas muy diferentes.
Por un lado, son uno de los muchos ejemplos de animales adeptos a la geofagia, un hábito consistente en el simple hecho de comer tierra o arcilla con el fin de beneficiarse de algunas de sus propiedades, como la capacidad de absorber toxinas, la regulación del pH intestinal o la disminución de los efectos de algunos endoparásitos.
Por otro lado, algunas especies concretas de elefante conocen a la perfección los efectos medicinales de algunas plantas, como el arbusto Cordia goetzi, cuyas hojas son ingeridas por las hembras embarazadas de elefante africano con el fin de intensificar las contracciones uterinas y provocarse el parto cuando éste se complica.
La iniciativa ha sido copiada por las mujeres kenianas, que también realizan infusiones a partir de esta planta con el mismo objetivo.
En cuanto a otras especies, resulta curioso el caso del elefante asiático, que antes de realizar viajes largos ingiere grandes cantidades de Entada schefferi, una planta que actúa beneficiosamente previniendo el dolor y aumentando la resistencia física de estos animales.
El jabalí y la mangosta
Timón y Pumba sabían muy bien lo que hacían al atiborrarse a insectos y raíces, pero especialmente a estas últimas, ya que tanto la mangosta como el jabalí conocen muy bien sus propiedades.
Un claro ejemplo es el de las raíces de Rauwolfia serpentina, cuya ingesta actúa en estos animales como antídoto de las peligrosas mordeduras de algunas serpientes.
De hecho, se ha observado que la mangosta se alimenta de esta planta antes de salir a la caza de las cobras, con el fin de prevenir lo que pueda pasar durante la batalla.
El oso
Los osos norteamericanos no podían faltar a la hora de hablar de zoofarmacognosia, ya que son verdaderos expertos preparando cremas antiparasitarias.
Para ello, mastican las raíces de una planta, llamada Ligusticum porteri, de modo que la mezcla de las sustancias extraídas con la saliva del animal crean una sustancia que repele potentemente a los parásitos cuando se la extienden por el cuerpo.
Por eso, la raíz de esta planta, cuyas propiedades fueron también muy explotadas por los indios navajos, ha sido merecidamente bautizada como "raíz de oso".
No todo va a ser curar enfermedades
Como expertos en medicinas naturales, no podían faltar los casos de animales que aprovecha los efectos de algunas sustancias con el simple fin de drogarse y pasar un buen rato con sus efectos.
Un claro ejemplo es el de los delfines, pues se han documentado casos de ejemplares que, después de ingerir por accidente un pez globo, se lo pasaban a sus compañeros, que tomaban pequeñísimas cantidades en busca de los efectos placenteros que provocaban sobre su sistema nervioso.
Por otro lado, es conocido el caso de los gatos y la hierba gatera, una planta cuyas hojas hacen las delicias de los felinos, por provocarles euforia y comportamientos bastante juguetones.
Por último, las cabras son verdaderas expertas en comer hierba y, como tales, saben muy bien cuáles son las que les dan "más gustito", prefiriéndolas por encima del resto.
Lo más curioso, es que se cree que fue precisamente la observación las preferencias de estos animales la que dio origen a la afición de los humanos por plantas como el café o el frijol de mezcal, cuyas semillas contienen un alcaloide de efectos similares a los del peyote. Y es que todo lo malo se aprende y, puestos a aprender de los animales, las drogas no iban a ser menos.