Eucaliptos, tormentas ígneas y sequía: el drama de Portugal con los incendios
Especialistas en incendios forestales señalan que los fuegos devastadores del país vecino se deben a la mala gestión ambiental.
14 agosto, 2017 03:23Noticias relacionadas
A finales del pasado mes de junio un devastador incendio arrasó con el área en torno al concejo portugués de Pedrógão Grande. Fuertes vientos y altas temperaturas contribuyeron para crear una tormenta de fuego imparable, y a lo largo de una semana las llamas se expandieron por más de 53.000 hectáreas de los distritos centrales de Leiria, Coimbra y Castelo Branco. Cuando la deflagración por fin se dio por controlada, 64 personas habían perdido sus vidas, con medio centenar de víctimas mortales halladas calcinadas en sus coches, alcanzadas por el fuego mientras intentaban huir por una carretera nacional.
Año tras año Portugal arde –en 2015 más de la mitad del territorio que se quemó en la Unión Europea era portugués–, y año tras año los lusos lidian con las imágenes de sus bosques cubiertos en llamas, de vecinos desesperados huyendo de aldeas cercadas, de bomberos desplegados a todas las esquinas del país. La frecuencia con la que el fuego azota al país vecino durante la época estival es tal que, para muchos portugueses, la amenaza de los incendios forestales forman parte de la rutina de cada verano. Incluso en un país tan acostumbrado a los incendios, sin embargo, la muerte de tantas personas en un único incidente es completamente anormal, y del shock inicial los ciudadanos lusos han pasado a un estado de indignación colectiva, exigiendo respuestas y medidas serias que por fin acaben con este ciclo vicioso.
Durante estas semanas posteriores a la tragedia especialistas y críticos de todos los ámbitos han debatido sobre qué se tendrían que cambiar para evitar semejantes desastres en el futuro. Los más críticos han exigido depuraciones políticas, sugiriendo que el problema esencial son los responsables de los organismos a cargo de la gestión de los incendios forestales, quienes tachan de incompetentes. Otros han evitado atacar a los titulares de carteras particulares, en vez insistiendo que el problema no son las personas, sino la propia estructura de la gestión de los incendios; señalan lo ineficaz que es tener las operaciones repartidas entre el Ministerio de Administración Interna y el de Agricultura, la Guardia Nacional Republicana, Protección Civil y el Instituto Portugués del Mar y la Atmósfera. Otros muchos han declarado que el problema más urgente es la SIRESP, operadora de la Red Nacional de Emergencias y Seguridad, que falló durante horas críticas del incendio de Pedrógão Grande.
Aunque las propuestas relacionadas con la respuesta humana y operativa a los incendios han sido abundantes, al final la que mayor apoyo ha cobrado entre el público y la clase política es la que ha señalado un claro "culpable" natural. Basándose en las conclusiones de las asociaciones ambientalistas, el público y la clase política se han centrado en el eucalipto como principal responsable de los macro incendios de Portugal, y ahora el país vecino acaba de aprobar la limitación del cultivo de la especie extranjera en un intento de poner fin al terror de los incendios estivales.
La amenaza australiana
De origen australiano, el Eucalyptus globulus llegó a Portugal por primera vez en el siglo XIX, pero no se propagó por el suelo luso hasta mediados del siglo pasado, cuando la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, según sus siglas en inglés) y el Banco Mundial recomendaron la plantación de la especie como estrategia industrial para el pequeño país empobrecido. Ambas instituciones consideraban que el clima portugués era idóneo para este tipo de árbol, cuya madera de excelente calidad servía para la producción de papel, y resaltaron el potencial impacto económico que podría tener su cultivo en el tradicionalmente deprimido interior luso.
El éxito de la estrategia durante el último medio siglo ha sido absoluto, pues el eucalipto tarda mucho menos tiempo en madurar que las especies autóctonas portuguesas. A diferencia de castaños o robles, que requieren varias décadas hasta estar en condiciones para ser tallados, apenas 10 años son necesarios para que el eucalipto esté listo para las fábricas de papel. Para muchas familias del interior del país el árbol representa un salvavidas económico ante la caída gradual de los ingresos de la agricultura tradicional, y para muchos ciudadanos urbanos con parcelas heredadas el eucalipto supone una fuente de ingresos fácil y regular: desde Lisboa y Oporto arrendan sus tierras a sociedades industriales que cultivan la especie en masa. Hoy en día esta especie australiana domina el bosque luso: de los 3,2 millones de hectáreas forestales en Portugal, casi 900 mil están ocupadas por monoculturas de este tipo.
Mientras Portugal celebraba el impacto político y económico de eucalipto, algunos ambientalistas empezaron a sospechar que el árbol podría tener un impacto menos positivo sobre el país. Notando que su propagación coincidió con el aumento de incendios de dimensiones cada vez mayores, estos colectivos fueron los primeros en alzar la voz y denunciar que existía una correlación entre la expansión de las monoculturas de esta especie y las grandes deflagraciones fueron las asociaciones ambientalistas. Sucesivos Gobiernos hicieron caso omiso de sus protestas y apostaron por promocionar el eucalipto como fuente de riqueza natural, pero grupos como Zero y Quercus insistieron en señalar que la bonanza económica conllevaba un riesgo mortal. Para las asociaciones ambientalistas la cuestión es clara: la gran cantidad de oleo natural que desprende el eucalipto, junto a sus características hojas alargadas y casca, hacen que el árbol sea un auténtico conductor de llamas, una especie pirómana infiltrada en el corazón verde del país.
Limitación por ley
Grupos como el Partido Ecologista 'Los Verdes' alertan sobre el problema de este árbol y reclaman su eliminación del paisaje portugués desde hace años, oponiéndose frontalmente al uso de la especie extranjera para fines industriales. Tras el incendio de Pedrógao Grande el interés social en su denuncia, hasta ahora ignorada en la Asamblea de la República, cobró una dimensión mayor.
En los días siguientes a la tragedia más de 20.000 personas firmaron una petición exigiendo el fin de la cultura de eucalipto en tierras lusas. A la vez, la pequeña casa rural de Quinta da Fonte se convirtió en trending topic al hacerse viral una foto mostrando la propiedad a salvo, rodeada por olivos, castaños y robles vivos y verdes… y el resto del valle compuesto por árboles de eucalipto carbonizados. Ante la presión pública, el poderoso Bloque de Izquierda –partido clave en la alianza parlamentaria de la izquierda que actualmente sostiene al Ejecutivo minoritario del primer ministro socialista António Costa– manifestó su intención de presentar una ley trabando futuras plantaciones de la especie, y el Partido Socialista gobernante aceptó negociar para llegar a un acuerdo.
Esas negociaciones resultaron en la recién aprobada reforma del ordenamiento del bosque portugués, la cual autoriza la limitación escalada del cultivo de eucalipto. Se prohíben nuevas plantaciones en zonas protegidas y agrícolas, y a efectos prácticos se impide el aumento del área que actualmente ocupan estos árboles. En declaraciones a prensa lusa Paulo Lucas, de la asociación ambientalista ZERO, declaró que "hay un esfuerzo para limitar la expansión del eucalipto, algo que es extremadamente positivo". No obstante, el colectivo indica que todavía hay trabajo por hacer, y que lo mejor para el país será volver a tener bosques llenos de especies autóctonas.
¿Avance sustancial o distracción sin efectos prácticos?
Aprobada la legislación que limita la expansión de esta "especie maldita", ¿pasará Portugal a vivir una nueva época, cada vez más libre de la amenaza de los incendios forestales?
"Sencillamente, no", afirma a EL ESPAÑOL Helena Pereira, profesora catedrática de Ingeniería Forestal y coordinadora del Centro de Estudios Forestales del Instituto Superior de Agronomía, de la Universidad de Lisboa. "El factor determinante tiene que ver con la cantidad y concentración de biomasa combustible en una determinada zona, algo que depende de la gestión forestal del territorio. No tiene sentido señalar especies cuando hablamos de los responsables de deflagraciones de estas características. En lo inmediato, esta legislación no tendrá impacto alguno sobre los incendios".
Como otros especialistas del sector, la académica –considerada una de las mayores expertas en la investigación forestal del país vecino– lamenta que los políticos hayan optado por intentar aliviar la presión pública utilizando al eucalipto como cabeza de turco por la tragedia de Pedrógao Grande. Pereira señala que, aunque hay diferencias, la producción del eucalipto no dista mucho de la del corcho, y resalta que ambas utilizan una cadena de producción "estructurada de una manera bastante razonable, con su correspondiente peso en el contexto de la economía nacional".
"Hablamos de una especie que no guarda grandes diferencias en relación a otras desde el punto de vista de biomasa combustible. Paradójicamente, en este caso las zonas donde habían eucaliptos gestionados fueron precisamente las que menos ardieron. Si vamos a prohibir, ¿por qué no prohibimos los pinos? ¿O ilegalizamos los matorrales?", ironiza la catedrática.
Emanuel Oliveira, técnico especializado en Defensa Forestal contra Incendios, Protección Civil y Riesgos, coincide con Pereira al declarar que "el eucalipto no es el problema".
"Los macro-incendios de Portugal tienen que ver con la presencia de paisajes completamente homogéneos, con el agravante adicional que estos espacios forestales generalmente no son bien cuidados. En el momento que añades condiciones meteorológicas extremas de sequía, viento caluroso, inestabilidad atmosférica… Es inevitable que se produzcan incendios de gran complexidad, difíciles de apagar".
Oliveira explica que importa poco el tipo de especie presente si el paisaje es homogéneo, pues cuando sólo hay un tipo de árbol, la propagación de las llamas siempre resulta ser más fácil.
"En el gran incendio forestal de Tavira, en 2012, donde ardieron 21.437 hectáreas, la presencia de eucalipto sobre el terreno era absolutamente residual. Igualmente, el Picões – Alfândega da Fé, en 2013, donde se perdieron 14.136 hectáreas, también hablamos de un paisaje donde este árbol faltaba. […] Si tienes un bosque con sólo un tipo de árbol, da igual que sean eucaliptos, castaños o robles; la falta de diversidad es lo que facilita la expansión de las llamas".
Prohibir no implica prevenir
Oliveira, que trabaja de consultor para la prevención de incendios forestales por toda la Península Ibérica, explica que cada vez más se ven macro incendios como el de Pedrógao Grande porque los bosques son cada vez más densos y las zonas rurales más despobladas.
"Antes la gente vivía en el interior y cuidaban los bosques que eran de su propiedad, como también los que rodeaban sus aldeas. Los pastores llevaban el ganado por la zona, facilitando la limpieza natural de estas tierras. Ahora queda muy poca gente en estas partes del país, y la mayoría son ancianos que ya no consiguen hacer esas labores de manutención de antaño".
"En las zonas donde todavía hay una población rural significante hay menos incidencias de incendios porque los bosques tienden a estar muchos mejor cuidados. Sólo hace falta ver la diferencia entre las provincias gallegas de Ourense, con sus aldeas despobladas, y grandes incendios veraniegos, y la de Pontevedra, donde hay enormes monoculturas de eucalipto que no arden porque la gente de la zona vive de ello. Miman el bosque, lo cuidan, y por eso cuando se produce una deflagración el alcance es mucho más limitado".
Oliveira alerta que, lejos de reducir el número de incendios, la limitación del eucalipto en Portugal podría resultar en incidentes peores en el futuro, ya que se atenta contra una de las pocas fuentes de ingresos para los habitantes del interior luso, lo que terminará por contribuir a la mayor despoblación de la zona.
"A nivel de gustos, yo prefiero el roble, pero entiendo que la gente tiene que vivir y que el cultivo del eucalipto permite aquello. No tiene sentido prohibir; lo que se tiene que hacer es educar para que se planten de manera responsable, evitando monoculturas. Se tendría que copiar el modelo español de las dehesas, que ha tenido mucho éxito en Granada y Málaga, diversificando las zonas plantadas para evitar que sean de una única especie, y con pastos repartidos entre hectáreas para crear cortafuegos naturales".
Ciencia antes de soluciones populistas
Tanto el consultor Oliveira como la catedrática Pereira piden seriedad por parte de los gobernantes para conseguir soluciones eficaces para llevar a cabo una mejor labor de prevención de incendios en Portugal.
"Tenemos la mala costumbre de legislar por volantazos y siempre desde las capitales, donde los políticos tienden a tener poca idea de cómo vive la gente en las zonas afectadas", lamenta Oliveira. "Un proyecto de este calibre tiene que basarse en estudios reales, no peticiones que, por muy bienintencionadas que sean, se basan en la pasión del momento, no la ciencia duradera".
"La resolución de una situación tan compleja como la de los incendios rurales no llega a través de medidas simplistas como la prohibición del Eucalyptus globulus", sentencia Pereira. "Loracional sería buscar una solución que incluya a los productores forestales y a la industria. Es necesario hacer un análisis de la materia prima que ellos utilizan y ver si existen otras opciones para el ecosistema".
"Es importante que la sociedad sepa apreciar los bosques de eucalipto y valorar el enorme valor económico que tienen para ciertos colectivos de este país. De paso, estaría bien que también aprendiesen a valorizar a quienes tienen conocimientos técnicos y científicos sobre esta materia".