Georgina Mace casi se ofende cuando se le pregunta cual es su lugar favorito del planeta, dónde más especies puede admirar o más cerca de la naturaleza que defiende y protege puede estar. La razón es que la flamante ganadora del Premio Fronteras del Conocimiento en la categoría de Ecología y Biología -galardón que ha compartido con la estadounidense Gretchen Daily- es realmente coherente con dicha protección y, por ello, cree que cuantos menos aviones se cojan, mejor. Por eso, anima a cada cual a ir a los parajes naturales más cercanos a sus casas y reducir en la medida de lo posible su huella ecológica o, en otras palabras, el daño que pueden hacer a la Tierra casi sin darse cuenta.
Su coherencia también se demuestra al contestar a la pregunta de qué va a hacer con la dotación económica del premio -200.000 euros, la mitad de la asignada a la categoría-. Aunque no está obligada a ello -el premio es personal-, Mace lo va a dedicar a evaluar en sendos estudios científicos la utilidad de dos estrategias, para lo que va a contratar a dos estudiantes de doctorado, en una especie de homenaje a un colaborador suyo que falleció recientemente y estaba involucrado -como ella- en esa lucha.
Mace, catedrática de Biodiversidad del University College London, hace gala de su condición de profesora al explicar de forma didáctica por qué la pérdida de biodiversidad no es algo que afectará solo a los hijos de nuestros hijos, sino que tiene efectos ya. "Puede parecer que no tenemos un problema, porque compensamos la pérdida de biodiversidad haciendo otras cosas. Por ejemplo, sabemos que la calidad de la tierra se está deteriorando, que tenemos menos suelo para cultivos y esto está afectando a las cosechas y al riesgo de riadas", comenta y añade: "Esto lo compensamos con el uso de más fertilizantes y químicos, lo que hace que nos cueste mucho dinero producir la comida y también limpiar esos químicos".
Sostiene la experta que si esa energía la empleáramos en cuidar el suelo y los organismos que lo habitan, habría "mucho menos que compensar". También cree que disimulamos el problema de la pesca, ya que cada vez pescamos más aunque los peces capturados sean más pequeño. "Otro problema lo vemos en California y China, donde se han perdido las polinizaciones de los insectos y pagan a gente para polinizar los almendros a mano. Otra vez estamos compensando por la pérdida del sistema natural".
Para Mace es muy importante también tener una visión global a la hora de evaluar la naturaleza e ir más allá de lo que ven nuestros ojos. Por ejemplo, señala, a la hora de pensar en la barrera de coral de Australia no hay que pensar sólo en el entorno, sino en lo que supone para la biodiversidad. "Esos corales es donde incuban muchas especies que luego no viven ahí", comenta.
La catedrática inglesa ha sido reconocida por ser pionera en la definición de los criterios científicos que deciden si una especie entra o no en la Lista Roja de la Unión Internacional Conservación para la Naturaleza. Este documento, que empezó a usarse como guía para las políticas de conservación en 2005, incluye información de 90.000 especies de todo el planeta. Mace coordinó los criterios científicos para incluir o no a una especie en la lista, que incluyen el tamaño de la población de la especie, el ritmo al que decrece o el lugar por el que se distribuye.
Mace recuerda que antes de su trabajo el sistema para nombrar a una especie en peligro de extinción se basaba en las opiniones de los expertos. "No había baremos numéricos", recuerda y comenta: "Como había pocos expertos, casi siempre estaban de acuerdo".
Pero la situación cambió cuando empezó a haber más especialistas y las opiniones comenzaron a ser discordantes, una situación a la que se sumaba un hecho triste: que algunos de esos científicos eran usados "en acuerdos de comercio o para regular el comercio de especies en peligro de extinción". "Pasó por ejemplo con las tortugas marinas, mientras que algunos científicos decían que estaban en peligro de extinción, otros querían exportarlas y pedían conocer las razones por las que no debían hacerlo", apunta Mace.
Esas razones fueron las que aportaron los criterios científicos de Mace y otros pioneros del campo que, según señala la especialista, no sólo es una herramienta punitiva. "Lo bueno es que el sistema también dice que si eres capaz de recuperar la población de una determinada especie, ésta puede salir de esa clasificación", comenta.
Es precisamente lo que ocurrió con el bacalao atlántico, un pescado muy común cuyo ritmo de disminución se disparó a finales de la década de 1990. "Aunque seguía habiendo muchos, eso hizo que entrara en la Lista, no como especie en extinción, sino como una que tenía que ser protegida; afortunadamente, se pusieron medidas para que se redujera la pesca y ya ha salido de ahí", recuerda Mace. "Nadie había pensado en este tipo de especies", reflexiona.
Ella y el resto de los pioneros eran conscientes en esos primeros años de que muchas de las exclusiones e inclusiones en esa lista contradecían el sentido común. "Por ejemplo, todo el mundo pensó que entraría de cabeza el elefante africano y resultó que no se cumplían los criterios, no en ese momento", recuerda.
Mace reconoce que ya no está informada del día a día de los nuevos habitantes de la famosa lista, pero sí en esos primeros años donde su trabajo era más cuestionado. Ahora que sus criterios están plenamente asentados se centra más en la conservación de las especies en peligro, a lo que va a dedicar la dotación económica del premio. Una cosa es tener clara la teoría -saber qué se quiere conservar- y otra cómo ponerla en práctica. Y ahí todavía la ciencia tiene mucho que decir.