A estas alturas nadie llamaría loco a un amigo que propone pasar una tarde de compras en otro país de Europa. En un viaje de ida y vuelta de un día, por ejemplo a Milán, hay tiempo para llegar a la ciudad, echar un vistazo a la Plaza del Duomo, saborear un risotto, bajar la comida de escaparates por el cuadrilátero de la moda y volver tranquilamente al aeropuerto para aterrizar a última hora en España. Un plan movidito pero asequible para el bolsillo del español de renta media. Aunque hace años que volar dejó de ser accesible solo para la élite, excursiones como esta son una señal de que los precios de los viajes aéreos se están saliendo de madre.
Los desplazamientos en avión, veinte veces más contaminante que el tren, no paran de crecer en todo el mundo. En España, se alcanzó un máximo histórico de pasajeros en 2018, con más de 263,7 millones y un aumento del 5,8% con respecto al año anterior. Según una estimación de la Agencia Ambiental Europea (EEA, por sus siglas en inglés), un pasajero que se desplaza en tren emite 14 gramos de dióxido de carbono por kilómetro, frente a 285 gramos si se mueve en avión. En este contexto, cada vez son más los ciudadanos en Europa que piden desincentivar los vuelos para distancias cortas si hay una alternativa de viaje en tren. También hay un grupo de países que demandan nuevas tasas ambientales para frenar las contribuciones del sector al cambio climático.
Las compañías aéreas low cost no se lo pueden poner más fácil a los compradores compulsivos. Los precios son tan bajos que dan risa. Ryanair es el máximo exponente. La empresa no para de lanzar ofertas irresistibles. Su última ocurrencia: trayectos a 14,99 euros para volar entre los próximos noviembre y mayo. Así es muy complicado no saltar de emoción tras encontrar una ganga y lanzarse a reservar la próxima aventura ¿Quién dice que no a pasar dos días en Marrakech por 30 euros? Estas promociones se han vuelto tan comunes que no es extraño que el destino de viaje nos elija a nosotros y no nosotros a él. El método es sencillo. Basta con entrar en un buscador de vuelos, seleccionar la opción "Cualquier lugar" y dejarse sorprender por la opción más barata.
Ryanair, uno de los mayores contaminantes de Europa
Pero este modelo de negocio, de vender mucho y a precios muy bajos, tiene peligrosas consecuencias para el medio ambiente. Tanto es así que Ryanair ha entrado en la lista de los diez mayores contaminantes de Europa, según datos de la EEA. Es la primera vez que una aerolínea entra en esta lista, hasta ahora solo se habían clasificado centrales eléctricas a base de carbón. La empresa irlandesa emitió 9,9 megatoneladas de dióxido de carbono en 2018. En respuesta a los resultados del ranking, la compañía dijo que era "la aerolínea más ecológica y limpia de Europa" y que "los pasajeros que viajan en Ryanair tienen las emisiones de CO2 por kilómetro más bajas que cualquier otra aerolínea".
En conjunto, la aviación emite aproximadamente el 2,5% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Por ahora no es un dato muy alto, pero mientras se espera que otros sectores reduzcan sus emisiones, en la aviación los pronósticos apuntan en la dirección contraria. "En unos años puede ser un sector muy contribuyente. Otros sectores están bajando las emisiones. El eléctrico busca opciones con las renovables, el transporte rodado trabaja en el coche eléctrico, pero en la aviación hay muchas dificultades. No hay iniciativas significativas de tecnologías limpias", explica a EL ESPAÑOL Xavier Labandeira, catedrático en Economía en la Universidad de Vigo y experto en fiscalidad ambiental.
A la desenfrenada oferta de vuelos baratos y la tendencia al alza de los pasajeros globales, se suma otra particularidad del sector que dificulta una evolución sostenible. El carburante de la aviación está prácticamente exento de impuestos, fruto de un acuerdo internacional. Nuria Blázquez, coordinadora de Transporte de Ecologistas en Acción, cuenta a este diario que ya está sobre la mesa de la Comisión Europea gravar el combustible aéreo. Holanda, Suecia y Bélgica impulsan con fuerza esta opción. "Es complicado que salga un impuesto a nivel comunitario, porque hace falta unanimidad, pero puede hacerse a través de acuerdos entre países", explica Blázquez. Se espera que la nueva legislatura que arranca el 1 de noviembre de pasos en esta dirección.
Un régimen fiscal laxo
Este sector tampoco paga IVA. Por razones históricas, este impuesto solo se aplica sobre los vuelos domésticos y solo en algunos países de la UE. Antes que gravar el combustible y cobrar el IVA, como opciones para moderar la demanda de vuelos y frenar los efectos negativos del sector aéreo en el medio ambiente, Labandeira se inclina por un impuesto "considerable" sobre los billetes de avión. Un alternativa mucho más eficiente a su juicio. Un impuesto que por ahora no existe en España. "La idea es que en el precio se refleje el daño social del avión. Esa es la clave", explica el economista. Austria, Francia, Alemania, Italia, Suecia, Reino Unido y Noruega ya tienen tasas sobre la aviación.
En este sentido, también se baraja la introducción de un impuesto europeo sobre los billetes de avión. Si no se efectúa, Holanda ha anunciado que introducirá una tasa por pasajero de 7 euros en 2021. Con todo esto, la lucha contra las tecnologías más sucias es una labor de primer orden en la Unión Europea si se quiere cumplir el compromiso de ser un espacio neutro de emisiones de dióxido de carbono en 2050.
Aunque dentro de la UE hay obligación de pagar por el CO2 emitido por el Sistema Europeo de Comercio de Emisiones, el catedrático en economía apunta que la compensación de las emisiones "es como poner un parche" al problema.
La idea de desincentivar el transporte aéreo de personas ha ido ganando fuerza en los últimos meses en Europa bajo el movimiento de protesta Flygskam, que significa "vergüenza de volar", sobre todo entre los jóvenes. La activista Greta Thunberg lo puso en práctica y cruzó en barco el pasado septiembre el océano Atlántico para asistir a una cumbre de Naciones Unidas en Nueva York. En algunos países ya toma forma legal el impulso de otras formas de transporte frente al avión. Por ejemplo, el Gobierno alemán aprobó este miércoles proyectos de ley para encarecer los viajes aéreos y abaratar el billete en tren.
De cara a las elecciones generales del 10 de noviembre, Unidas Podemos y Más País apuestan en sus programas por el tren como sistema prioritario en la vertebración del territorio con inversiones para extender un sistema de transporte público a precio asequible y de bajas emisiones. En el caso de Más País especifica que se "limitarán los vuelos peninsulares para los cuales exista una alternativa competitiva en tren". El PSOE se compromete a promover tarifas competitivas en el transporte de ferrocarril de media y larga distancia, con el objetivo de aumentar en un 30% el número de pasajeros en 2025. El PP apunta que mantendrá el impulso de la Red de Alta Velocidad y de altas prestaciones, finalizando todos los tramos y ejes ferroviarios en construcción. Ciudadanos apuesta por invertir en la mejora de las redes de Cercanías y los ejes y corredores de la Red Transeuropea de Transportes.
Mientras se resuelve este escenario complejo, Blázquez se ha sumado al movimiento #IStayOnTheGround ( Me quedo en tierra) que impulsa Thunberg y que en España aún tiene poca fuerza. La ecologista acaba de regresar en ferrocarril de una reunión de trabajo en Bruselas para reducir la huella de carbono del desplazamiento. Un viaje de 12 horas de un tren a otro frente a las dos horas y media de viaje en avión. Según la calculadora ecorresponsabilidad, la huella de este recorrido en avión es de unos 300 kilos (ida y vuelta), frente a unos 40 kilos del ferrocarril. Un periplo mucho más incómodo si se elige la segunda opción pero seguro que más sostenible.