Entre los mayores riesgos para la salud de las personas en los países desarrollados destacan los derivados de la contaminación del aire. En las ciudades, donde vive alrededor del 55 % de la población del mundo, el mayor responsable de este problema es el tráfico. ¿Reducir la velocidad de los vehículos podría evitar esa contaminación?
La velocidad de los vehículos está relacionada con las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI, principalmente CO₂) y contaminantes locales (CO, NOₓ, HC, partículas), así como con el consumo de carburante. Por eso puede afectar al medio ambiente.
Desde 1990, las normas europeas han ido exigiendo vehículos con menos emisiones. Gracias a eso, los fabricantes han introducido mejoras en la tecnología de los automóviles que han dado como resultado una disminución de las emisiones del tráfico en los últimos años.
La contaminación atmosférica generada por el tráfico en las ciudades afecta más fácilmente a las personas que la generada por otras fuentes debido a la cercanía a las fuentes de emisión.
En España, se superaron en 2019 los niveles permitidos de algunos contaminantes en al menos tres ciudades o su área metropolitana (Madrid, Barcelona y Granada) debido, en gran parte, a las emisiones del tráfico.
En 2020, dado el menor número de desplazamientos durante la pandemia, los niveles de concentración de algunos contaminantes se redujeron apreciablemente, con independencia de las condiciones meteorológicas.
Medidas
Las ciudades utilizan medidas de todo tipo para evitar la contaminación debida a la movilidad: mejoras en el transporte público, en la infraestructura, en instalaciones para peatones y bicicletas, limitaciones al vehículo privado, gestión del tráfico y aparcamientos, cambios en los vehículos, en los límites de velocidad, en los usos del suelo, fomento de la conducción ecológica, definición de zonas de bajas emisiones, peajes, ….etc.
Hay dos maneras de reducir las emisiones del tráfico: reducir la cantidad total de kilómetros recorridos por los vehículos (vehículos-km) o reducir las tasas de emisiones de los vehículos.
Para apreciar la influencia del número de vehículos-km no hay más que ver los mapas de contaminación del mismo período de 2019 y 2020 en Europa, con muchos menos desplazamientos en 2020. Ese número depende, claro está, de lo que las personas quieren moverse y del modo elegido para viajar, mientras que las tasas de emisiones varían con el tipo de vehículo, el combustible y los cambios en la velocidad.
Los óxidos de nitrógeno (NOₓ) se producen sobre todo con temperaturas de funcionamiento del motor elevadas (por ejemplo, conducción estable a alta velocidad), y menor velocidad suele traducirse en menos emisiones. Sin embargo, las partículas emitidas pueden aumentar al reducir la velocidad, por una peor combustión a temperaturas más bajas, o, al contrario, por aumentar mucho la carga del motor.
Además, si hay aceleraciones y desaceleraciones debido a la congestión, la supuesta disminución de emisiones no es tan grande, aun con reducciones de velocidad. Los vehículos modernos tienen niveles más bajos de emisión de contaminantes que los antiguos y esas emisiones son mucho más sensibles a la aceleración que a la velocidad media.
Limitar la velocidad
La forma en que se mueven los vehículos afecta de manera diferente a las emisiones de gases de efecto invernadero y a otras emisiones contaminantes. Aquellas que pueden resultar dañinas cuando se inhalan en la calle dependen de factores como la forma en que está quemando combustible el motor, de cómo y cuánto se cambia de unas velocidades a otras, de los filtros y el tipo de combustible que se utilice, no tanto de la velocidad de conducción. Limitar la velocidad puede hacer que la contaminación de algunos coches aumente y que la de otros disminuya.
Así, aunque la mayor parte de los estudios sobre los efectos de la reducción de velocidad detectan menos emisiones de gases de efecto invernadero, no ocurre lo mismo con los efectos sobre la calidad del aire. Como mucho, las reducciones son menores de un 10 %, salvo excepciones. Eso sí, el ruido o los accidentes se reducirán.
Algunos estudios defienden que es mejor establecer sistemas de velocidad variable que reducir el límite de velocidad, porque reduce la congestión. Y también que los vehículos circulen a velocidades parecidas es más importante para la contaminación ambiental y el consumo de carburante que el nivel absoluto de las velocidades medias de circulación.
Probablemente no hay todavía estudios suficientes para convencer a todos, ya que muchos están enfocados sobre los efectos en la calidad del aire regional, no local. Otros son modelizaciones a priori, no análisis de medidas reales de contaminación a posteriori para comprobar los beneficios en la calidad del aire. Además, hay muchos sobre los efectos de la contaminación del tráfico, pero pocos sobre los efectos de las medidas concretas.
Según un estudio de la Universidad de Valencia, no hay una velocidad óptima que reduzca el consumo de carburante y las emisiones, sino un rango de velocidades para el que el consumo y las emisiones tienen valores bajos. En este rango, una variación pequeña de la velocidad no afectará demasiado.
Un informe del Reino Unido sobre las actuaciones de tráfico para mejorar la calidad del aire concluía que la mayor parte de ellas tienen pequeños efectos sobre la contaminación. Sería más recomendable la aplicación de un conjunto de medidas para conseguir mejoras reales en la calidad del aire.
Pero, sin duda, la medida más potente para reducir la contaminación producida por el tráfico es la voluntad de los ciudadanos de elegir dejar el coche en casa y viajar en transporte público, bicicleta… ¡o a pie, si el destino está cerca!
*Rosa M. Arce-Ruiz, Profesora titular del área de Urbanística y Ordenación del Territorio, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.