La concentración de metales potencialmente tóxicos es cada vez más elevada en la población de la franciscana, un pequeño delfín endémico del Río de la Plata y en grave peligro de extinción. Así lo constata un trabajo dirigido por un equipo la Facultad de Biología y del Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona (IRBio) que se ha publicado en la revista Science of The Total Environment.
El impacto de la actividad humana en la región podría ser la causa del aumento de elementos traza como el cromo, el cobre, el hierro y el níquel en los tejidos biológicos de los delfines, apunta el estudio. El trabajo, en el que también han participado miembros del Museo Nacional de Historia Natural de Uruguay, está subvencionado a través de un proyecto del programa de investigación y conservación de la Fundación Barcelona Zoo, cuyo investigador principal es el experto Massimiliano Drago (UB-IRBio).
El delfín franciscana (Pontoporia blainvillei) es una especie endémica de las regiones marinas de Brasil, Uruguay y Argentina y está considerada como vulnerable según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). En la actualidad, se considera el cetáceo más amenazado del océano Atlántico suroccidental, y su población ha mermado debido a las capturas accidentales que se aceleraron a mediados del siglo XX por la pesca artesanal de tiburones para extraer de ellos vitamina A.
En la actualidad, el futuro de la especie está todavía en peligro por la pesca accidental -que cada año causa entre 1.200 y 1.800 delfines muertos, sobre todo juveniles- y por la degradación progresiva del medio natural a causa del impacto del tráfico marítimo, el turismo y la contaminación ambiental.
El estuario del Río de la Plata, en la costa oeste del Atlántico suroccidental, es uno de los ecosistemas más ricos y productivos de todo el planeta. Es una región marina muy afectada por la actividad antropogénica (tráfico marítimo, industrias, ampliación de las zonas urbanas, aguas residuales sin tratar, etc.), lo que favorece la acumulación de contaminantes.
Además, en el estuario también se vierten contaminantes transportados por la red hidrográfica de los efluentes de los ríos Paraná y Uruguay y otros ríos secundarios. Con más de tres millones de kilómetros cuadrados de extensión, este inmenso sistema hidrográfico transporta un gran volumen de masas de agua altamente contaminadas a causa de su paso por grandes ciudades y regiones muy urbanizadas del continente sudamericano.
En la zona interna del estuario --a más contaminada-, abunda el agua principalmente dulce procedente de los efluentes y los residuos de las grandes ciudades próximas (Buenos Aires, Montevideo, La Plata, etc.).
La zona intermedia tiene agua dulce con influencia marina y está menos contaminada, mientras que la zona externa presenta aguas salobres con un gradiente de salinidad. Las corrientes marinas generadas por el régimen de mareas en el estuario impulsan la entrada de agua marina hacia la zona intermedia y la salida de agua dulce hacia la sección más externa.
Los compuestos contaminantes como los bifenilos policlorados, los pesticidas, los hidrocarburos, los plastificantes o algunos metales pueden ser disruptores endocrinos, cancerígenos, o bien causar efectos reproductivos adversos u osteoporosis, entre otros problemas.
De los contaminantes vertidos al estuario, «preocupan en especial los elementos traza, como ciertos metales pesados que pueden ser altamente tóxicos para la fauna marina e, indirectamente, para los humanos», detalla Odei Garcia-Garin, primer autor del artículo y miembro del Grupo de Investigación de Grandes Vertebrados Marinos, que lidera el catedrático Àlex Aguilar.
El trabajo analiza la concentración de elementos traza en restos óseos de franciscana del Río de La Plata durante el período 1953-2015. Según los resultados, la concentración de cromo, cobre, hierro y níquel ha aumentado en estos seis años, mientras que los niveles de plomo se han reducido en los restos óseos de los delfines.
Las actividades antropogénicas podrían ser el origen de la concentración creciente de metales en los mamíferos marinos, apunta el estudio. Los elementos traza procedentes de los residuos de las industrias del cuero, las refinerías de petróleo o las pinturas de los barcos se irían acumulando progresivamente en los sedimentos del estuario del Río de la Plata, y finalmente, en los tejidos de la franciscana.
En cambio, la prohibición introducida en los años 90 respecto al uso de plomo como aditivo en los combustibles fósiles ha comportado la progresiva reducción de la concentración de este metal en los huesos de los delfines.
El estudio constata también un incremento temporal en las concentraciones de aluminio y manganeso y, en paralelo, una disminución en las concentraciones de arsénico y estroncio. Estas tendencias temporales son difíciles de relacionar con la contaminación antropogénica y exigirán más estudios para que se puedan extraer conclusiones de ellas. Los resultados también indican una mayor concentración de aluminio, hierro y cromo en el caso de las hembras, aunque las diferencias no parecen ser muy significativas.
El trabajo publicado en Science of The Total Environment confirma la idoneidad de los estudios de elementos traza en restos óseos conservados en museos o colecciones privadas para hacer estudios temporales a gran escala. Mediante esta metodología, se puede analizar tanto el efecto de los contaminantes en una especie en series temporales como la evolución de los compuestos en el medio ambiente.
Conservar el ecosistema marino
El delfín franciscana es un depredador apical y tiene un papel esencial en el ecosistema marino. Modula la abundancia de varias especies -peces, pulpos, gambas, etc.- que ocupan un nivel trófico intermedio en el océano. Por lo tanto, si la población de franciscana disminuye, se alteraría por completo toda la red trófica marina en el estuario.
«Además, las franciscanas actúan como especie 'paraguas'. Es decir, el hecho de proteger sus poblaciones beneficiaría a muchas otras especies cuya viabilidad depende de la presencia de la franciscana en el ecosistema marino», subraya Odei Garcia-Garin, miembro del Departamento de Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la UB y del IRBio.
«Para mejorar la supervivencia de la especie, habría que reducir considerablemente la pesca accidental como primera medida urgente», continúa García-Garin. «Como los individuos juveniles son los más afectados, sería importante implementar períodos de veda durante los meses de cría, los más críticos para la especie».
Potenciar las piscifactorías también ayudaría a reducir la pesca accidental, aunque esta medida podría conllevar otros efectos negativos para el medio marino (eutrofización y contaminación por los residuos producidos por las piscifactorías, por ejemplo).
«Sería conveniente crear o ampliar las reservas marinas donde habita la especie. Reducir la contaminación producida por las grandes ciudades y las industrias y mejorar los sistemas de limpieza de las aguas residuales y de los ríos que desembocan en el mar también son estrategias clave para la conservación de este mamífero marino tan vulnerable», concluye el investigador.