Nevadas que entierran ciudades en el hielo durante días. Sequías que dejan kilómetros de tierra donde antes había lagos. Calles anegadas de agua. Bosques devorados por el fuego. Calor sofocante y frío helador. El cambio climático está dejando escenarios cada vez más desoladores en varias partes del mundo. Y España no se queda atrás.
La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) indicó en su último informe sobre el estado del clima que nuestro país es uno de los que más sufre el calentamiento global, con temperaturas que han subido hasta 1,7ºC desde la época preindustrial, y 1,3ºC en los últimos 60 años.
Fenómenos meteorológicos extremos ha habido siempre, pero el cambio climático ha potenciado la frecuencia con que se producen. Las alteraciones en las corrientes atmosféricas que origina el calentamiento global afectan en buena medida a España, que cada cierto tiempo debe hacer frente a eventos más o menos virulentos. Este año, la acumulación de nieve que dejó la borrasca Filomena causó daños en cientos de miles de árboles en todo el país, lo que ha elevado el riesgo de incendios por la cantidad de leña caída en el suelo de zonas forestales.
Un riesgo que se ha dejado notar esta semana en la Dehesa de la Villa, en Madrid. El pulmón verde del distrito madrileño de Tetuán ardió dos veces en apenas tres días por los restos que dejó la borrasca y que no se habían recogido. Como apuntan varios medios, se calcula que en el primer incendio se consumieron hasta seis hectáreas de un total de 64, a las que se suman unas diez que se quemaron en la segunda ocasión.
Eduardo Briales, decano del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes (COIM), explica que "lo más crítico son las nevadas" como las provocadas por Filomena, porque rompen muchas ramas, y si después se produce un incendio, el fuego crece mucho más y afecta a zonas más amplias.
Como puntos sensibles este verano, el experto señala sobre todo el norte de Teruel y el sur de Cataluña, pero también advierte sobre el peligro de las nevadas producidas por debajo de los 1.000 metros. "El material que cae llega un momento que se pudre, pero antes de eso hay cuatro o cinco años que son muy peligrosos", porque "son combustible para las llamas", asegura Briales. No obstante, como recuerda el decano del COIM, para que se produzca un incendio hace falta que confluyan otros factores.
Los ingredientes de los 'megaincendios'
Científicos del Centro de Investigaciones sobre Desterficación (CIDE-CSIC) y la Universitat de Valencia determinaron en un estudio los cuatro ingredientes principales que provocan los grandes incendios forestales: ignición, combustible, sequía y condiciones meteorológicas apropiadas. Esto, sumado a un cambio climático cada vez más acentuado, crea las circunstancias ideales para que se produzcan los denominados megaincendios.
Juli G. Pausas, investigador del CSIC en el CIDE y coautor de este estudio, cuenta a EL ESPAÑOL que un evento como el de Filomena, por ejemplo, "que es extremo y no frecuente, incrementa la cantidad de biomasa que se seca", por lo que si se produce un incendio, "la probabilidad de que sea más intenso también aumenta". Es decir, esta materia ecosistémica puede convertirse en combustible y lo que ocurre es que, si hay una chispa o un cigarrillo encendido, existen más probabilidades de que prenda.
Los expertos consultados por este periódico coinciden en que la superficie forestal en España está aumentando, pero apuntan al abandono del pastoreo y de la agricultura en el medio rural como uno de los factores importantes a tener en cuenta. Los campos no se trabajan y, en consecuencia, hay mucha más biomasa susceptible de quemarse y se originen incendios de gran magnitud. Como asegura Pausas, "esto es lo que está pasando desde hace años en España".
El papel del cambio climático en estas tormentas de fuego no es ni mucho menos secundario. Eleva las temperaturas y crea las condiciones ideales para que, dada una chispa, se produzca la catástrofe, además de que crea ventanas de tiempo más extensas que alargan cada vez más las campañas de incendios. Este año, sin ir más lejos, la temporada de los grandes incendios forestales comenzó cuando ardieron hasta 1.600 hectáreas de bosque autóctono en Bera (Navarra) y Lesaka (Gipúzcoa).
Las 'zonas rojas' de los incendios
Paisajes desoladores que se verán cada vez más en zonas húmedas como la costa atlántica, explica Pausas. En Galicia y Portugal, por ejemplo, hay mucha materia ecosistémica que, en un contexto de sequía histórica, es un caldo de cultivo para la formación de incendios de gran virulencia. "Los sistemas más sensibles a un cambio del régimen de fuegos producidos por el cambio climático son los húmedos, porque tienen mayor cantidad de biomasa, y pueden pasar a ser secos y quemarse", asegura el investigador.
No hay más que recordar los incendios producidos en Galicia en el año 2017. Las llamas, descontroladas, devoraban los montes gallegos hasta reducirlos a cenizas. En tan solo dos días del mes de octubre se quemó el 80% de las 62.000 hectáreas arrasadas. Una ola de fuego que también calcinó miles de hectáreas en otras comunidades como Asturias y León.
Y es que, como explica Pausas, cuando en los sitios húmedos que se queman poco se produce una sequía mayor de lo habitual, una suma de factores puede tener como resultado la formación de un megaincendio como el ocurrido en la comunidad gallega. En una zona seca también se producen incendios, pero ahí el papel del cambio climático no va a ser tan importante, porque ya de por sí esos terrenos tiene unas condiciones que pueden dar lugar a la formación de estos eventos meteorológicos.
Digamos que la fórmula de base es simple: a más calentamiento, más largos son los veranos, más se secan los bosques, y, por tanto, pueden arder más fácilmente. En este sentido, un equipo de investigadores internacionales concluyó en un estudio que, casi con total certeza, la ola de calor registrada a finales del pasado junio al noroeste de Estados Unidos no habría ocurrido sin el calentamiento global. Y no solo eso, porque otro artículo de la Universidad de Newcastle y el Servicio Meteorológico Nacional del Reino Unido ha previsto un aumento significativo de las tormentas intensas en toda Europa en este siglo como consecuencia del cambio climático.
Datos preocupantes que pueden dejar escenarios, ya no sólo de incendios, sino también devastadoras inundaciones como las acaecidas en Bélgica y Alemania, con decenas de fallecidos y desaparecidos tras el desplazamiento de una DANA al interior occidental. No obstante, este fenómeno meteorológico, por sí solo, no produce catástrofes, sino que -como ocurre con los incendios- deben darse las condiciones e ingredientes propicios para ello.
Olaya Dorado, geóloga del CSIC, publicaba esta semana en redes sociales que se hacen necesarios estudios de riesgos de inundación basados en la geomorfología, porque pueden advertirnos sobre zonas que pueden verse afectadas por fenómenos meteorológicos adversos. Algo que, escribe, "en un contexto de cambio climático, va a ser cada vez más importante", porque el calentamiento del planeta ha magnificado estos desastres naturales a lo largo y ancho del globo en los últimos años. Y continuará haciéndolo.
Desde que se negoció el Acuerdo de París de 2015 para controlar las emisiones globales y evitar los peores efectos del cambio climático, ningún país se ha atado lo suficientemente el cinturón en términos medioambientales. Esto a pesar de que los modelos climáticos han advertido sobre el importante impacto del aumento de las temperaturas en el planeta.
En 2018, la comunidad científica advirtió que, si no se evita que la temperatura media global se eleve más de 1,5ºC en comparación con el inicio de la era industrial, se podrían producir resultados catastróficos, desde la inundación de ciudades costeras hasta la pérdida de cosechas en varias partes del mundo.
Sin embargo, y a pesar de las advertencias y los eventos extremos sufridos en el último lustro, los países siguen sin reducir lo suficiente sus emisiones para frenar el aumento de la temperatura global.