La prevalencia de la obesidad infantil tiene encendidas las alarmas en las organizaciones sanitarias de todo el mundo. En España, en concreto, un 40% de los niños tienen sobrepeso u obesidad según el último estudio publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el pasado año. En muchas ocasiones, los malos hábitos alimenticios están detrás de esas cifras. Por ello, es necesario enseñar a los niños a comer de forma saludable y, además, fomentar la realización de ejercicio físico.
Sin embargo, ese proceso de enseñanza no siempre es sencillo, ya que a muchos de ellos hay que educarles para probar nuevos alimentos. Unos productos, como la verdura o el pescado, que no siempre ven con agrado y que pueden convertirse en un caballo de batalla entre padres e hijos. Son muchas las causas que pueden llevar a los más pequeños a rechazar ciertas comidas. El sabor, la apariencia o la textura no siempre resultan apetecibles por igual.
Existe, incluso, quienes llegan a desarrollar neofobia alimentaria, una fobia a lo nuevo que no les deja probar alimentos desconocidos. Entonces, ¿cómo conseguir que los niños introduzcan nuevos alimentos a su dieta, algo fundamental para que ésta sea variada y equilibrada, sin convertirlo en una lucha?
El mejor momento para ir introduciendo nuevos alimentos es cuando todavía son pequeños, ya que es más sencillo que cojan buenos hábitos. No hay que olvidar que para ellos probar algo nuevo puede suponerles un reto, por ello es recomendable plantearlo de una forma sencilla, que él o ella vea que es capaz de afrontar. Un buen método es comenzar con trocitos pequeños y dejar que lo vaya probando.
Es posible que a la primera o a la segunda lo vaya a seguir rechazando si ya antes no quería comerlo, pero hay que ir intentándolo hasta que admita ese bocado. En esta línea, hay un estudio inglés que estableció que un niño necesita quince repeticiones para aceptar un nuevo alimento. En él, a un grupo de participantes se les iban dando nuevos alimentos hasta que consiguieran comerlos sin rechazarlos. Incluso, años más tarde, se vio en esos mismos participantes que aquellos alimentos que de pequeños les costaba introducir en su dieta, de mayores los consideraban como sus comidas favoritas.
Las repeticiones tienen mucho interés para conseguir este objetivo. No hay que darse por vencido pese a las primeras negativas, sino que es bueno seguir intentándolo de forma espaciada para conseguir esa aceptación. En ese curso de introducción paulatina, un factor que puede ayudar es la creatividad.
Es muy positivo que los niños vean los productos de forma creativa y se vuelvan partícipes en las distintas fases del consumo. La presentación de esos platos de forma creativa y apetitosa para ellos es fundamental. Más todavía si pueden participar en su elaboración. Acudir a la compra, elegir los productos y, una vez en casa, ayudar a cocinarlos va a ser más estimulante para ellos que sentarse en la mesa y ponerles el plato delante como una imposición.
Precisamente, verlo como una obligación puede ser contraproducente y desencadenar el efecto contrario. Los castigos, como no permitirles levantarse de la mesa hasta que terminen el plato o guardarlo para la merienda o la cena, pueden provocar que se incremente el rechazo. En ese punto, hay que volver a los pequeños pasos.
Ese reto que se mencionaba antes es importante: que ellos se vean capaces de conseguirlo. Por ejemplo, ante un plato entero de verdura es posible que se eche para atrás porque lo vea como un mundo: "¿cómo voy a comerme todo eso que no me gusta?", pensará. En cambio, si le pones un poquito acompañado de otra comida que le gusta, aunque en principio no sea tan sana, facilitará que se lo coma. No pasa nada que coma más de lo que ya comía, lo importante es que ya lo ha probado y que, con el tiempo y varios intentos, irá introduciéndolo en más cantidades.
*María Jesús Alija es pediatra de la Clínica Universidad de Navarra.
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