Proponerse perder peso implica escuchar frecuentemente una frase: "Hacer dieta es fácil, lo difícil es mantenerse". Un reciente estudio ponía una meta para quienes han adelgazado a partir de la cual el organismo se vuelve resistente al temido "efecto rebote" favorecido por el desajuste de las hormonas que regulan el hambre: "Si una persona con sobrepeso es capaz de mantener la pérdida inicial por un año, el cuerpo acabará finalmente aceptando este nuevo peso y por lo tanto no luchará contra él".
¿Hay que pasar por lo tanto un año entero 'a plan' para conservar los logros obtenidos a base de sacrificios? En realidad, estos doce meses deberían servir para cambiar nuestros hábitos alimenticios e incorporar costumbres saludables que redundarán en un mayor bienestar general. Y tenemos una forma de alcanzar este objetivo, denostada en los tiempos que corren pero al alcance de la mano: la dieta mediterránea, según la cual se puede "comer hasta la saciedad" sin que ello implique una ganancia de peso según un trabajo publicado en Obesity.
Esta investigación se planteó abordar los efectos a largo plazo de esta dieta con otra prevalente en el mundo desarrollado, la conocida como dieta occidental, a nivel metabólico y en relación con enfermedades hepáticas y obesidad. Lo curioso de este caso es que los investigadores de la Wake Forest School of Medicine (EEUU) optaron por no obtener datos de seres humanos: estos trabajos, explican, dependen de cuestionarios que rellenan los propios sujetos y cuya fiabilidad no siempre puede contrastarse.
¿Quienes fueron sus comensales entonces? Un grupo de 'primates no humanos'. Concretamente, 38 hembras de mediana edad de macaco cangrejero (Macaca fascicularis), una especie omnívora como el ser humano. Sufren, de hecho, nuestros mismos males: muy extendidos en Malasia, Filipinas e Indonesia, estos simios rondan los lugares turísticos donde se han aficionado a los restos de comida basura, bebidas azucaradas e incluso alcohol. Así, la obesidad es un verdadero problema para ellos.
El ensayo duró 38 meses, una equivalencia a nueve años para un ser humano según los autores, y a cada ejemplar se le asignaron porciones diarias en función de su peso y grasa corporal. Los menús contenían grasas, carbohidratos y proteínas en cantidades equivalentes. Pero para una mitad, eran principalmente de origen animal, como ocurre en la dieta occidental, mientras que para la otra, primaban los nutrientes de origen vegetal (legumbres, hortalizas, grano entero y frutos secos) que incluye la mediterránea.
Así, durante algo más de tres años, a las hembras se les permitió que comiesen cuanto quisiesen según su patrón de alimentación asignado. "En comparación, los animales con la dieta occidental comieron mucho más de lo que necesitaban y ganaron peso, explica la autora principal, Carol A. Shively, catedrática y profesora de patología. "En el grupo de la dieta mediterránea, se comían menos calorías, el peso corporal era inferior y la grasa corporal también se daba en menor medida".
Se trata, afirman, de la primera evidencia experimental de que la dieta mediterránea protege naturalmente contra un consumo excesivo de alimentos, la obesidad y la prediabetes. Además, las hembras que comieron de esta manera demostraron estar mejor protegidas contra la esteatohepatitis no alcohólica (EHNA), una inflamación grasa del hígado producida a menudo a consecuencia de una malnutrición calórica-proteica.
"La dieta occidental fue desarrollada y promovida por empresas que quieren que consumamos sus productos, por lo que fabrican alimentos híper-palatables, que 'pulsan todos nuestros botones' para llevarnos al exceso", denuncia Shively. "Comer al estilo mediterráneo debería permitir a la gente disfrutar de la comida sin cometer abusos, lo cual es un problema a nivel global. Esperamos que estos resultados animen a todos a consumir alimentos saludables que al mismo tiempo son apetecibles".
[Más información: El médico que conquistó Harvard con la dieta mediterránea: "El pan blanco es un gran problema en España"]