En nutrición simplificar no es lo idóneo, como tampoco lo es sacar conclusiones de causalidad de estudios observacionales, los más habituales en este campo. Pero a estas alturas, quedan pocas dudas de que los alimentos ultraprocesados se asocian a un peor estado de salud y, lo que es peor, a una mayor mortalidad.
Esto lo han vuelto a confirmar dos estudios publicados en la última edición de la revista The BMJ. Se trata de un trabajo francés y uno español llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Navarra. Mientras que el primero vuelve a demostrar que un consumo elevado de ultraprocesados se asocia a un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular y cerebrovascular -o, por usar otras palabras, infartos e ictus-, el segundo lo vincula directamente al exceso de mortalidad y lo hace, además, con cifras concretas.
El estudio de la Universidad de Navarra se ha llevado a cabo con la llamada cohorte SUN (Seguimiento Universidad de Navarra), que recoge desde hace años los datos de 19.899 personas, a los que se les pregunta sobre su consumo de bebida y comida cada dos años. Para este análisis concreto, lo que se evaluó fue su grado de consumo de alimentos procesados, clasificando sus comidas con la clasificación NOVA, que establece un grado de procesado a cada una.
Durante los 15 años de seguimiento de la cohorte, fallecieron 335 personas y lo que los investigadores dirigidos por Maira Bes Rastrollo hicieron fue comparar el consumo de alimentos ultraprocesados de los fallecidos y los que seguían vivos. De hecho, se dividió a los participantes en cuatro grupos según su consumo de este tipo de alimentos.
Aumento del riesgo de morir
Lo que el análisis concluyó es que un consumo elevado de alimentos ultraprocesados -más de cuatro raciones al día- se relaciona con un aumento del 62% del riesgo de mortalidad. Cada ración adicional de este tipo de comida incrementaba el riesgo de mortalidad en un 18%.
Aunque eso pueda parecer mucho, no lo es tanto si ponemos un ejemplo concreto. Un día que comienza desayunando un dónut y en el que se almuerza una comida teóricamente ligera, una sopa de sobre. Para cenar, quizás porque haya una reunión con amigos u otro evento, se opta por una pizza, acompañada de helado de postre y, ¿por qué no? se concluye con una copita, una bebida fermentada como el whisky.
Según explica a EL ESPAÑOL Bes Rastrollo, este tipo de alimentación no es infrecuente. "En nuestra población -los participantes del estudio- representa el 25%. Se trata de graduados universitarios, de alto nivel educativo, por lo que podríamos pensar que en la población general el consumo de este tipo de productos aún puede ser mayor", comenta.
La autora también ayuda a entender qué son los ultraprocesados, un concepto que mucha gente asocia erróneamente a sólo algún tipo de alimentos, cuando la categoría es amplísima. "Suelen estar fabricados predominantemente de sustancias industriales. Están preparados para comer, calentar o beber y algunos ejemplos son los refrescos -incluidos los light-, las carnes procesadas, lácteos como los helados, aperitivos como las patatas fritas o desayunos como los muffins o los dónuts, pero también sopas y purés instantáneos o cereales de sabores para el desayuno", pone como ejemplo la investigadora, que añade un truco para identificarlos: "Se dice que si un producto contiene más de cinco ingredientes, probablemente sea ultraprocesado". Bes tiene claro que son "alimentos muy rentables ya que sus ingredientes son muy baratos".
Ante esta nueva evidencia de los perjuicios de los ultraprocesados para la salud, cabe preguntarse si no tendría que restringirse o regularse legalmente su consumo. La también profesora de Medicina Preventiva lo tiene claro: "Se deberían implantar medidas estructurales como impuestos y restricción del marketing de este tipo de alimentos, sobre todo a la población infantil, para desincentivar su consumo y cambiar los sistemas alimentarios".
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