El protagonista de este triste caso ha sido, en palabras de su madre, "quisquilloso" con la comida (fussy eater, en la expresión británica que emplea) desde pequeño. A los siete años, este muchacho de Bristol (Reino Unido) empezó a rebelarse en la mesa. Lo que podría parecer una rabieta infantil se transformó en un rechazo radical a las comidas en el colegio y en casa. Su principal subsistencia pasaron a ser las patatas fritas que compraba en un puesto de fish and chips de vuelta de clase.
La joven madre terminó por hacerse a la idea: según cuenta en The Independent, el niño no parecía sufrir problemas de salud comparado con sus dos hermanos que no le ponían pegas a la comida. "Todo lo que escuchamos sobre la comida basura son avisos sobre la obesidad, pero él estaba flaco como una estaca", explica. Lo cierto es que los peligros de una dieta desequilibrada y carente de nutrientes esenciales van mucho más allá de los problemas de sobrepeso. La primera señal de que el daño estaba hecho ocurrió a los 14 años: el chico se encontraba cansado y débil sin motivo.
El caso, descrito en una reciente edición de Annals of Internal Medicine, ilustra de modo dramático cómo los alimentos ultraprocesados y la denominada "comida basura" tienen efectos perniciosos más allá de los más publicitados, como son el aumento del riesgo cardiovascular y de las enfermedades crónicas como la diabetes. También pone de relieve un trastorno alimenticio poco conocido: el trastorno de la ingesta de alimentación selectiva o Arfid (Avoidant Restrictive Food Intake Disorder).
Los análisis que se le realizaron en esta primera consulta determinaron que el chico sufría tanto de anemia como de déficit de B12, para lo que se le prescribieron inyecciones de esta vitamina y recomendaciones para mejorar sus patrones dietéticos. Pero un año después, los síntomas habían empeorado: perdía el oído y empezaba a tener problemas de vista. Los especialistas no daban con un diagnóstico: se le realizó un escáner por resonancia magnética de la cabeza que resultó inconcluyente, lo mismo que los exámenes que se hicieron de sus ojos.
A medida que se hacía mayor, el muchacho empeoraba. A los 17 años su visión se había deteriorado hasta el rango denominado de 20/200 en ambos ojos, el umbral que en lugares como EEUU se usa para determinar que una persona es, a efectos legales, ciega. Los médicos lograron determinar que sus nervios ópticos, la "conexión" de fibras nerviosas que une la parte posterior del globo ocular con el cerebro, sufrían daños importantes. Y los análisis de sangre revelaban que no solo no había logrado revertir la deficiencia de B12, sino que también sufría carencias de vitamina D, cobre y selenio.
¿Qué podía causarlo? Los investigadores médicos de la Universidad de Bristol que le atendían sospechaban de una neuropatía óptica nutricional, un daño nervioso provocado por una dieta incompleta. Pero estas lesiones tienden a sufrirlas personas en países emergentes que sufren crisis alimentarias, o que por motivos médicos absorben mal los nutrientes. Sin embargo, tras consultar con el paciente, descubrieron que su dieta apenas había mejorado desde la infancia: no comía otra cosa que sus patatas fritas diarias, chips de la marca Pringles, pan blanco de molde y algunas carnes procesadas como el jamón de york envasado y las salchichas.
Un trastorno poco conocido
La falta de vitaminas de tipo B, que se encuentran en una multitud de alimentos y que no debería darse en caso de seguir una dieta variada, provoca un daño a nivel de las células nerviosas, que las requieren para su correcto funcionamiento. Un proceso que se agravaría por la escasez de minerales como el cobre en su dieta. Tampoco ingería la cantidad de vitamina D requerida, lo que provocaba verosímilmente su estado de debilidad física. Estos daños, subrayan los autores, podrían haberse corregido de haberse logrado un diagnóstico más temprano.
El paciente se derivó a psiquiatría: ya no podía decirse que era "quiquilloso" con la comida, señalaban los especialistas, cuando se alimentaba de forma tan restrictiva y deficiente. Declaró entonces que era incapaz de soportar la "textura" de alimentos como la fruta y la verdura, lo que encajaba con la descripción del trastorno alimentario selectivo que se maneja desde hace pocos años.
"Lo asombroso del caso es que, pese a que los vínculos entre la alimentación deficitaria y los problemas de visión son bien conocidos, se diagnosticase mal y la pérdida visual haya sido permanente", explica una de las autoras y la médico principal del chico, la Dra. Denize Atan. La investigadora espera que sirva de aviso a otros médicos y que no se dejes confundir por factores equívocos como el bajo Índice de Masa Corporal que mostraba el menor.
La historia no tiene, a día de hoy, final feliz. El protagonista tiene hoy 19 años y no ha normalizado su vida: dejó sus estudios de técnico de IT desanimado por sus problemas visuales y vive a cargo de su madre, que ha tenido que dejar de trabajar para ocuparse de él. Su dieta tampoco ha mejorado, pero recibe suplementos nutricionales para tratar de frenar el deterioro. Desgraciadamente, en su caso, el daño está hecho.
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