Una de las dietas de moda en los últimos años propone "comer como en la Prehistoria", porque supuestamente nuestro cuerpo está genéticamente preparado para digerir carne de caza y plantas silvestres, y no los alimentos que tenemos tras el desarrollo de la agricultura y la ganadería.
Los defensores de la paleodieta creen que comer cereales, legumbres y lácteos nos provoca enfermedades, porque no nos hemos adaptado a ellos desde la revolución neolítica de hace 10.000 años.
Esta idea, lanzada en los años 70 por el médico Walter L. Voegtlin a través de su libro The Stone Age Diet (La dieta de la Edad de Piedra), ha triunfado ya en el siglo XXI con el apoyo entusiasta de muchos famosos, como el futbolista Marcos Llorente.
Para la mayoría de los expertos en nutrición, la dieta paleolítica tiene aspectos positivos y negativos, pero como todas las dietas restrictivas, es muy cuestionable.
Por una parte, acierta al criticar el exceso de hidratos de carbono y azúcares refinados que la mayor parte de la población ingiere en la actualidad y, por lo tanto, hay estudios que apoyan sus beneficios, como uno publicado en Nature en 2009.
Por otra parte, comete un error al prescindir de los contrastados beneficios de productos como las legumbres (fuente proteínas vegetales, vitaminas y fibra) y favorece una ingesta excesiva de carne, en particular de carnes rojas, contra las que alerta la OMS. De hecho, un estudio publicado el pasado mes de julio afirma que la paleodieta puede perjudicar gravemente la salud intestinal y cardiovascular.
En cualquier caso, en el debate no suelen juzgarse las premisas de las que parte la paleodieta. Los argumentos de sus defensores sólo se sostienen si asumimos que conocemos de qué se alimentaban.
En teoría, damos por hecho que predominaba la carne junto con algunas frutas y verduras que pudieran recoger, como buenos cazadores-recolectores. Por lo tanto, asumimos también que no comían cereales ni legumbres, ya que no existía la agricultura. Y tampoco lácteos, en ausencia de ganadería.
La profesora de Harvard Christina Warinner, antropóloga experta en dietas antiguas, afirma que estas suposiciones van en contra de las evidencias científicas disponibles en los registros arqueológicos.
Tanto su equipo como otros científicos son capaces de determinar lo que comían los seres humanos hace miles de años y están desmontando muchos mitos. Lo hacen estudiando el esmalte dental de los fósiles, tanto su composición bioquímica como el ADN, y analizando otras pistas que se hallan en excavaciones arqueológicas.
No comían tanta carne
Paradójicamente, los propios arqueólogos contribuyeron en un primer momento a difundir el mito de que nuestros ancestros consumían mucha carne, ya que en los yacimientos se conservan mejor los huesos de animales que cualquier otro alimento.
Sin embargo, hoy en día no se sostiene esta idea, ya que no se conocen adaptaciones fisiológicas, anatómicas o genéticas que la apoyen. Por ejemplo, el Paleolítico abarca unos 2,59 millones de años y no hay signos de que el ser humano se hiciera predominantemente carnívoro en todo este periodo.
Los animales que sí lo son desarrollan su propia vitamina C, que solo se encuentra en los alimentos de origen vegetal, pero no ha sido nuestro caso, según explicó Warinner en una charla TEDx que desmontaba los fundamentos de la paleodieta.
Desde el punto de vista anatómico, los dientes y el sistema digestivo de los humanos –más extenso que el de otros animales– tampoco se parecen al de un carnívoro, ya que para digerir los vegetales es necesario más tiempo y más microorganismos.
Por el contrario, en tan sólo 7.000 años nuestra especie sí se ha adaptado a los nuevos alimentos que trajeron la agricultura y la ganadería. Un ejemplo es el consumo de lácteos, para el que hemos desarrollado tolerancia a la lactosa. De hecho, el cambio en la dieta pudo ser fundamental para la evolución humana según algunos autores.
Comían cereales y legumbres
Si volvemos a las evidencias arqueológicas, se puede desmontar otra idea básica de la paleodieta: que hace miles de años no se comían cereales ni legumbres. Sin embargo, hay herramientas de piedra que tienen unos 30.000 años, es decir, 20.000 años antes de la agricultura, que servían para moler semillas y granos.
También aparecen microfósiles y evidencias dentales del consumo de cereales como la cebada, legumbres y tubérculos. Por lo tanto, el hecho de no haber desarrollado agricultura no quiere decir que los individuos del Paleolítico no consumieran estos alimentos en su estado silvestre.
Los alimentos han cambiado
No obstante, hay que aclarar que los alimentos de aquella época y los que encontramos hoy en día en el supermercado no son los mismos. Si consumían cereales, serían siempre integrales, no harinas refinadas. Y si consumían frutas y verduras, se trataba de especies que han cambiado radicalmente con la agricultura o que, sencillamente, no existían antes.
Los plátanos que tenemos en la actualidad son un ejemplo, ya que proceden del cruce de otras dos especies incomestibles. La lechuga silvestre era amarga, de hojas duras y contenía ingredientes que la hacían indigesta. Los tomates contenían toxinas. Nuestros ancestros tampoco consumían aceite porque se necesitan prensas para extraer el zumo de las olivas. Y así todo.
Una gran variabilidad
Por lo tanto, es casi imposible comer en la actualidad “lo mismo” que en la Prehistoria. Cada uno de los alimentos que se incluyen en las diversas dietas más o menos basadas en esta idea de imitar el periodo paleolítico proceden en realidad de la domesticación de animales y cultivos que se produjo en el Neolítico.
En cualquier caso, otra cuestión que revela la arqueología en diferentes partes del mundo es que nunca pudo existir una sola dieta paleolítica. En realidad, la alimentación de los humanos de hace 10.000 años variaba enormemente en función de sus coordenadas geográficas, de la época del año y de una característica fundamental: los humanos eran nómadas.
Por lo tanto, es probable que en el Ártico sí comiesen mucha carne y pescado, ya que en ciertas épocas del año apenas había plantas; mientas que, al mismo tiempo, los humanos de las zonas templadas y tropicales se alimentarían principalmente de vegetales, abundantes y a su alcance.
Lecciones nutricionales prehistóricas
A pesar de todo, sí que tenemos algo que aprender de la alimentación prehistórica y de las investigaciones que se llevan a cabo sobre ella. Warinner cita tres lecciones importantes. La primera es que no hay una sola dieta válida y que la diversidad es importante.
En segundo lugar, que evolucionamos para consumir alimentos estacionales, así que deberíamos incluir más productos frescos en nuestra dieta. Y finalmente, que los alimentos integrales son muy beneficiosos en contraposición con los ultraprocesados que copan la mayoría de las estanterías del súper.
A una persona del Paleolítico le habría resultado casi imposible tomar la cantidad de azúcar que encontramos en un solo litro de refresco hoy en día, puesto que habría tenido que engullir varios metros de caña de azúcar.
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