"Comer menos y hacer más ejercicio" es el mantra más repetido cuando se pide consejo sobre cómo perder peso y adquirir hábitos de consumo saludable. Pero no es, ni mucho menos, el único. Hay quien dice que lo mejor es no comer a partir de una determinada hora -el ayuno intermitente-, eliminar de la dieta determinados grupos de nutrientes -como los carbohidratos- o incluso quienes simplemente recomiendan evitar comer fuera de casa.
Todos ellos podrían definirse como empujoncitos para animar a los individuos a comer con salud, pero ahora una nueva revisión ha analizado 96 estudios ya publicados para averiguar cuál de ellos es el más útil a la hora de fomentar de verdad el cambio de hábitos alimenticios.
El trabajo se ha publicado en una revista especializada en marketing, Informs y los autores son profesores de dos prestigiosas escuelas de negocios, IÈSEG e INSEAD, ambas en Francia. Porque, al fin y al cabo, si una ciencia sabe cómo convencer a alguien de algo es precisamente el marketing.
Como escriben Romain Cadario y Pierre Chandon en la introducción, el hecho de no comer con salud es un factor de riesgo clave para el desarrollo de enfermedades no comunicables, como las cardiovasculares o la diabetes, que suponen el 63% de todas las muertes en el mundo.
Aunque las aproximaciones tradicionales para acabar con estos malos hábitos nutricionales han incluido desde los incentivos económicos (como la famosa tasa del azúcar) hasta la clásica educación nutricional, en los últimos años ha crecido el interés por intervenciones que inciten a comer más sano. Pero los metaanálisis publicados hasta la fecha, razonan los expertos, han encontrado que el efecto de este tipo de iniciativas es nulo o débil.
Sin prohibir nada
Los empujones a la comida saludable son definidos como "cualquier aspecto en la arquitectura de decisiones que altera el comportamiento de las personas de una forma predecible sin prohibir nada o cambiar significativamente sus incentivos económicos".
Los autores de esta investigación estudiaron 96 trabajos que evaluaban varios métodos para mejorar las decisiones de las personas en torno a la elección de alimentos y a la mejora de los hábitos alimenticios.
Dichos métodos fueron clasificados en siete categorías: dotar a las etiquetas y a los menús de información nutricional, utilizar fotos o gráficos para evaluar el etiquetado nutricional y poder comparar las mejores opciones, cambiar de lugar los alimentos sanos para que se vean más, cambiar la descripción de los productos saludables para hacerlos más atractivos, usar pegatinas o stickers para animar a elegir mejor los alimentos, facilitar la presentación de alimentos saludables -por ejemplo, ofreciéndolos cortados y para llevar- o cambiar las porciones de los alimentos y que las de las opciones sanas sean mayores que las de las insanas.
De todas las categorías, una fue la ganadora. En concreto, la última. Aumentar las porciones de los alimentos saludables frente a los menos sanos fue la estrategia que mejor funciono a la hora de convencer a la gente de cambiar de hábitos alimenticios.
Esto no afecta sólo a las comidas que se venden en el supermercado o en un restaurante -por ejemplo, que las ensaladas sean más grandes que las raciones de alitas de pollo-, sino también a las composición de los platos combinados. Así, en un típico plato que mezclara pollo con verdura, esta estrategia se traduciría en aumentar la cantidad de verdura y reducir la de carne.