Los quesitos eran uno de los alimentos que más nos gustaban de pequeños: blandos como la mantequilla y con un sabor muy suave. Sin embargo, es el perfecto ejemplo de un producto que se anuncia como algo que no es. Efectivamente, los quesitos no son exactamente queso. En el envoltorio de muchos de ellos, de hecho, ni siquiera se definen como tal. Un queso, al uso, es el producto elaborado a partir de leche, cuajo, fermentos lácticos y sal. Sin embargo, la ley española también permite considerar queso a otros productos que se hacen con nata o suero de mantequilla.
En algunos etiquetados de estas porciones triangulares se dice que son "quesos fundidos". Para elaborar este tipo de productos, la industria alimentaria utiliza un ingrediente conocido como sales fundentes que permiten mezclar diferentes ingredientes. En concreto estos quesitos suelen incorporar una proporción considerable de almidones y otros ingredientes poco deseables. Esto hace que la proporción de ingredientes saludables se reduzca considerablemente. Los quesitos, por lo tanto, son un alimento ultraprocesado que guarda similitudes con los tranchetes, que también se conocen como queso americano.
Los lácteos no son alimentos imprescindibles. A pesar de que siempre se ha pensado lo contrario, los expertos aseguran que se puede vivir sin ellos y absorber el calcio a través de otros alimentos como, por ejemplo, algunos frutos secos. De todas formas, los lácteos contienen una serie de nutrientes interesantes como son los minerales, entre los que destaca el calcio, y las vitaminas. Por esta razón, estos quesitos pueden ser sustituidos por quesos de una mayor calidad. ¿Cuáles son estos? Aquellos que contienen los ingredientes justos: leche, cuajo y fermentos lácticos. De esta manera, su proporción de alimentos beneficiosos será alta porque no hay ingredientes de relleno.