De todos los efectos perjudiciales que tiene el alcohol para la salud, su contribución a la obesidad sea, probablemente, uno de los menos difundidos. Es algo lógico, porque la ciencia ha dejado claro que el consumo de alcohol, incluso moderado, eleva el riesgo cardiovascular y el de cáncer.
Pero por todos es sabido -sobre todo quienes tienen problemas de sobrepeso- que dejar el alcohol es una buena forma de librarse no sólo de dicho aumento de riesgo de patologías diversas, sino también de unos kilos de más.
El testimonio de una joven recogido por la edición estadounidense de la revista Women's Health confirma esa percepción pero, además, pone una cifra concreta a lo que contribuye el abandono de estas bebidas a la pérdida de peso. La que habla no es, ni mucho menos, una alcohólica, sino una persona con un consumo social habitual de alcohol, algo muy habitual.
McKenzie Maxson perdió en seis meses 15 libras, alrededor de seis kilos y, aunque pueda parecer una cifra desdeñable, la joven cuenta cómo esta decisión sirvió, además, para modificar el aspecto de su cuerpo. "Como muchas mujeres, empecé a beber en el primer año de universidad. Hice muchas tonterías durante esas primeras borracheras, pero nada que no pudiera remediar el ibuprofeno y un café bien cargado. Todo, excepto la ganancia de peso", relata.
La muchacha detalla los tipos de alcohol que bebía cuando salía -una muestra de casi todos los tipos, a veces mediante juegos de grupo- y añade un efecto del que no se suele hablar. "Después de consumir todas estas calorías vacías, sentía antojo de casi cualquier comida a la que pudiera acceder, desde helado a patatas fritas".
Los excesos también influyeron en su práctica de ejercicio. "Cuando me levantaba a la mañana [es un decir, más bien la tarde] del día siguiente estaba en modo castigo, por lo que sólo me alimentaba de verduras y tofu, para intentar compensar lo de la noche anterior. Todavía hacía deporte, pero ya no lo disfrutaba. Me solía encantar levantarme pronto para hacer mis ejercicios pero, gracias a mi nuevo consumo de alcohol y a los desajustes en mi horario de acostarme, tenía que retrasarlo a por la tarde. Y como tenía resaca y estaba hinchada de comida basura, me sentaba fatal hacer deporte", continúa Maxson.
Este primer año de universidad pasó así factura a la joven, que engordó seis kilos a pesar de seguir haciendo deporte, comer sano los "días de arrepentimiento" y no beber a diario, aunque algunas semanas llegaba a hacerlo cuatro días por semana.
Tras unas saludables vacaciones de verano, en las que dejó de beber, McKenzie volvió a sus hábitos saludables. Dejó de tener ganas de comer grasas y carbohidratos por la noche, de acudir a por bollos por las mañanas y de tomar café como si no hubiera un mañana. Decidió que no volvería a beber.
A continuación, la joven relata cómo fue el proceso de dejar de beber. Al principio, cedía sus bebidas a otras personas e incluso llegaba a derramarlas, para no tener que dar explicaciones. Poco a poco, fue capaz de contestar con un sencillo: "Gracias, no bebo" a las propuestas de consumir alcohol. "A la mayoría de la gente no le importaba", cuenta.
De repente, la situación volvió a equilibrarse. Recuperó su gusto por el deporte a primera hora, dejó los ayunos diurnos por cargo de conciencia y abandonó la comida basura. Después de seis meses, había perdido los seis kilos extra que había ganado y, sobre todo, la grasa que acumulaba en la tripa, un indicador de riesgo cardiovascular.
Tres años después del logro, Maxson se mantiene abstemia aunque reconoce, de vez en cuando se puede tomar un vaso de vino o un combinado simple. No toma margaritas, ron ni Coca-Cola y, si lo hace, se limita a una única bebida.