La paradoja de la alimentación en el mundo desarrollado es la siguiente: nunca hemos tenido tantos y tan variados alimentos al alcance, pero al mismo tiempo, en muchos aspectos, nunca hemos comido peor. Como explicaba recientemente en EL ESPAÑOL Virginia Gómez, 'Dietista Enfurecida', el problema radica en los ultraprocesados que han ido relegando a los productos frescos de nuestra dieta, y que hace apenas dos generaciones solo estaban representados por las harinas refinadas y el pan blanco.
Esta situación obesogénica, en la que los hábitos de consumo colaboran activamente con la epidemia de obesidad y enfermedades metabólicas relacionadas que sufren las sociedades industriales, lleva a muchos a buscar soluciones en maneras de comer más tradicionales. De ahí el boom de la agricultura orgánica -que no es más sana per se- o enfoques dietéticos como la polémica "dieta del paleolítico", que aboga por comer como el 'hombre de las cavernas': carne, pescado, frutos secos, semillas y frutas, pero nada de hortalizas, cereales o lácteos.
El problema es que la 'paleodieta' cancela los beneficios que aporta, como el rechazo a la sal y el azúcar, con perjuicios para la salud: de hecho, este tipo de alimentación solo cuenta con el aval de los nutricionistas si se modifica para introducir grano entero y legumbres. Lo cual, por cierto, es mucho más fiel a la historia, ya que los pueblos del paleolítico ya consumían estos alimentos antes del nacimiento de la agricultura: como ha demostrado la paleontología, eran expertos recolectores de las variedades silvestres.
La 'paleodieta', por tanto, tiene poco que ver con cómo se comía en el paleolítico. Pero tampoco hay que creer que cualquier tiempo pasado fue mejor: fenómenos que nos pueden parecer muy recientes, como la contaminación del pescado con metales pesados, ya eran un problema para nuestros ancestros, milenios antes de la era industrial. Así lo han demostrado antropólogos noruegos en un trabajo que publica la revista Quaternary International y del que se hace eco Science.
El equipo de Hans Peter Blankholm, de la Universidad Ártica de Noruega, enfocó su investigación sobre los restos dejados por los pobladores de la península de Varanger, en el extremo norte y lindando con el círculo polar. Ahí, se seleccionaron ocho sitios arqueológicos en los que se asentaron poblados en una horquilla de entre 6.300 y 3.800 años atrás, fechas que corresponden a la Edad de Piedra.
La basura de antaño es una mina de información para los investigadores de hoy: los pueblos de Varanger arrojaban los restos de su comida a pozos de desperdicios que posteriormente tapaban. Al desenterrarlos, aparecieron los huesos de focas de Groenlandia (Pagophilus groenlandicus) y espinas de Bacalao del Atlántico (Gadus morhua) que constituían su dieta, como demostraron las incisiones profundas de cuchillos de piedra. Otros animales que completaban la genuina 'paleodieta' son el eglefino (haddock), la ballena, el delfín, el reno, el conejo y el castor.
Los restos de bacalao, sin embargo, revelaron una concentración de cadmio 20 veces superior de lo que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) considera hoy en día seguro para el consumo. En lo que a plomo, otro metal pesado que intoxica al organismo, se refiere, las cantidades excedían cuatro veces el límite recomendable. Las consecuencias incluyen las enfermedades de riñón, hígado y pulmones por el cadmio y los problemas neurológicos por el plomo.
Los huesos de foca revelaron problemas similares: quince veces más cadmio y cuatro veces más plomo de lo saludable. El mercurio, finalmente, también estaba presente en niveles superiores a lo deseable tal y cómo ocurre hoy en día en el pescado. Los metales pesados en el mar son en parte producto de la contaminación humana, pero la Edad de Piedra atravesaba también una transformación climática que, desgraciadamente, hoy también está de actualidad: el aumento del nivel del mar, que arrastra los metales arrancados al litoral.
¿Enfermaban por tanto los hombres de Varanger sin saberlo por culpa de su 'paleodieta'? Según Blankholm, esta alimentación solo puede definirse como "insana, cuando no insegura", pero quedan por analizar sus efectos sobre los ocho cuerpos de habitantes de los asentamientos que se han recuperado. Por un lado, tenían, como hemos visto, abundantes alternativas con las que podrían haber variado sus comidas. Por el otro, insistamos sobre que cualquier tiempo pasado no fue mejor: la esperanza de vida en la Edad de Piedra era de 33 años, por lo que muchos no habrían vivido lo suficiente como para enfermar por acumulación de metales.