Durante décadas los seres humanos nos hemos despreocupado por el estado de nuestros mares y océanos. La vida en este medio se está viendo reducida a causa de la polución de las aguas y la subida de su temperatura. Los problemas derivados de nuestro maltrato a la naturaleza no sólo son cosa del futuro, hoy en día convivimos con ellos. Uno de ellos, es la presencia de microplásticos en la naturaleza y, por supuesto, también en el mar.
Aunque llevaban entre nosotros mucho tiempo, la palabra microplástico se popularizó en el año 2018, cuando la Fundación del Español Urgente, o Fundéu, la nombró palabra del año. Estos pequeños fragmentos se convirtieron en un foco de atención por parte de los medios al constituir un desastre ecológico: todos ellos proceden del consumo humano, envenenan a los animales y se han llegado a encontrar en ciertos alimentos.
El pescado, en este sentido, es uno de los tipos de alimentos más vigilados por ser sospechosos de contener estos residuos perjudiciales. Sin embargo, según una reciente investigación del Instituto Alfred Wegener, Centro Helmoltz para la Investigación Marina y Polar ha descubierto que un pescado muy común en nuestros supermercados cuya carne apenas absorbe estas sustancias peligrosas.
El pescado sin plástico
Estos científicos realizaron un estudio que se ha publicado en el número de julio de la revista Marine Pollution Bulletin. En él, alimentaron a un banco de jóvenes lubinas europeas con un alimento que tenía un alto contenido de microplásticos durante 4 meses. Tras este período se extrajeron filetes de estos peces y se observó que sólo una porción extremadamente pequeña fue absorbida por el tejido muscular; la gran mayoría fue expulsada en los excrementos.
Los estudios anteriores habían demostrado que los pescados consumían estas porciones de plásticos en la naturaleza, pero este estudio ha sido novedoso al observar cuánta cantidad de ellos llega al torrente sanguíneo y, por lo tanto, a los músculos. Los autores del estudio celebran los resultados ya que pueden demostrar que los filetes de los pescados siguen siendo seguros para el consumo humano.
"Esta cuestión es relevante para los seres humanos porque, por regla general, no nos comemos los pescados enteros, sino que retiramos las vísceras y tomamos los filetes", explica Sinem Zeytin, biólogo y autor del estudio.
Así realizaron el estudio
Para realizar el estudio, los investigadores seleccionaron un grupo de lubinas europeas adolescentes y una comida que contenía fibra de trigo, vitaminas y grasa de pescado junto a un polvo flourescente anaranjado de partículas de microplásticos durante 16 semanas. Las partículas tenían un diámetro de 1 a 5 micrómetros, un tamaño similar al que presentan los microplásticos más pequeños encontrados en la naturaleza.
Una vez terminó el experimento, los científicos filetearon las lubinas para comprobar si el plástico había llegado a la carne, pero también tomaron muestras de la sangre, las branquias, el tracto intestinal y, también, los órganos internos como el hígado. Después trataron los filetes con potasa cáustica, que disuelve el tejido muscular, filtraron el fluido resultante y, valiéndose de un microscopio de fluorescencia, contaron las partículas.
"Apenas encontramos 1 o 2 partículas en cada 5 gramos de filetes de lubina y debemos tener en cuenta que expusimos a estos peces a más microplásticos de los que se pueden encontrar en su hábitat natural", explica Zeytin. "Son buenas noticias para la gente a la que le gusta la lubina. Este pez se desarrolló bien a pesar de comer microplásticos y, además, es capaz de aislar y excretar estas sustancias antes de que entren en el tejido muscular", añade Matthew Slater, miembro del equipo de investigación.
Una vía poco clara
Los investigadores admitieron, incluso, que es posible que esas partículas no hubieran llegado a las células musculares de la lubina, sino que estuvieran presentes en la cantidad de sangre residual que quedaba en el tejido. De hecho, estos científicos no encontraron pruebas de que estas partículas pasaran de la sangre a estas células. Lo que sí demostraron otros estudios anteriores es que los microplásticos traspasan el tracto digestivo y llegan al torrente sanguíneo.
Pero, ¿cómo pasan estos microplásticos del tracto digestivo al torrente sanguíneo? Los científicos piensan que llegan a través de dos vías: según la primera de ellas, algunos microplásticos serían capaces de colarse entre dos células de la pared intestinal, y según la segunda, las células transportadoras separarían estas partículas plásticas del resto de alimentos y las introducirían en el torrente sanguíneo, como si fueran minerales o nutrientes.
Todavía queda por aclarar cuál es el mecanismo más habitual por el cual este traspaso a la sangre se produce.