Todos y cada uno de los alimentos que podemos encontrar en los supermercados españoles son seguros. Es decir, se trata de productos que han pasado exhaustivos controles sanitarios para garantizar la seguridad alimentaria de los consumidores. Así, salvo excepciones, nadie se pone enfermo por comerse un lomo embuchado o por tomar una ensalada envasada, a no ser que se haya producido un error o una negligencia en la cadena alimentaria y se encuentren en mal estado.
Sin embargo, como el riesgo cero no existe, las autoridades sanitarias encargadas de garantizar la seguridad de los alimentos revisan continuamente los límites de algunas sustancias que podemos encontrar en ellos: desde el mercurio en el pescado hasta el arsénico en el arroz o los percloratos en algunas frutas y hortalizas.
Estos últimos son residuos derivados del cloro, cuya ingesta a altos niveles podría afectar a la glándula tiroides, dificultando la absorción del yodo en nuestro organismo. De ahí que hace apenas unos meses, en mayo, la Autoridad Europea en Seguridad Alimentaria (EFSA) reevaluase los riesgos de este contaminante y estableciera unos nuevos niveles máximos en algunos alimentos a través del Reglamento (UE) 2020/685.
Tal y como explica la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) en una reciente publicación, el perclorato es una sustancia que llega hasta los alimentos de dos maneras. Por un lado, su formación puede tener un origen natural. Es decir, puede originarse en la atmósfera y acceder hasta las aguas subterráneas a través de las precipitaciones. Sin embargo, lo más habitual es que este contaminante aparezca debido a la actividad humana, a través de los fertilizantes de nitrato utilizados en la agricultura, de residuos de la industria o de productos utilizados para la potabilización del agua.
Así, la EFSA ha analizado en distintas ocasiones la presencia de este tóxico en frutas, verduras y hortalizas desde 2013. En 2014, el organismo concluyó que "la exposición alimentaria continuada a perclorato podría ser preocupante, especialmente para grandes consumidores de los grupos de edad más jóvenes de la población con deficiencia de yodo leve a moderada", indica la OCU. Además, los lactantes también podrían verse afectados a través de la ingesta de leche materna.
Ahora, la Autoridad Europea quiere reducir (aún más) su presencia en los alimentos a través de un mayor control de los procesos de fertilización, limpieza y desinfección de productos e instalaciones agroalimentarias. El nuevo reglamento establece niveles máximos de perclorato en frutas y hortalizas, té seco e infusiones de hierbas y de frutas desecadas, y en preparados para lactantes.
Según se puede leer en el Reglamento 2020/685, las frutas y hortalizas pueden tener un contenido máximo de perclorato de 0,5 mg/kg, excepto la col rizada y la frutas y verduras de la familia de las cucurbitáceas (melón, pepino o calabaza), cuyo límite es de 0,10 mg/kg. De la misma forma, el límite establecido para el té seco y las infusiones de hierbas y de frutas es de 0,75 mg/kg. Así, en los alimentos elaborados a base de cereales y los alimentos preparados para lactantes, el límite se establece en 0,01; y en los alimentos infantiles, en 0,02.
La OCU recuerda la importancia de limpiar y lavar las hortalizas antes de consumirlas con el objetivo de eliminar los gérmenes y los restos de pesticidas y fertilizantes. "En casa para esa limpieza sirven algunos productos comunes como el bicarbonato, el vinagre o la lejía de uso alimentario, siempre que se use en la dosis justa, sin excederse", dice la organización. "Al final es importante que aclares bien las verduras bajo el grifo y las seques con papel de cocina o un paño limpio", finaliza.