La humilde patata ha hecho mucho por llenar el estómago de la humanidad desde que desembarcó de las Américas, pero hace tiempo que dejó de ser la mejor alternativa en nuestra alimentación: al ser un alimento "nutricionalmente poco interesante" en palabras de los especialistas, no podemos considerarlo "básico" en la dieta. La principal pega es su fuerte contenido en almidón, un tipo de carbohidrato de absorción rápida que provoca un pico glucémico al ingerirlo, lo que a su vez fomenta la obesidad y el riesgo de diabetes.
Estos perjuicios para la salud empeoran si la patata se fríe, ya que ni siquiera los aceites vegetales más saludables evitan que se incrementen sus calorías y los compuestos nocivos ligados a esta forma de cocinar. La patata asada, o mejor aún, hervida, presenta una glucemia menor y es más aceptable, pero no deja de ser un "chute" de hidratos de carbono a cambio de pocos nutrientes beneficiosos: vitaminas, minerales y fibra que podríamos obtener de otras fuentes vegetales. Eso, sin contar con el hecho de que las patatas pueden envenenarnos si no vigilamos sus brotes.
Con todo, ¿no habrá alguna manera de redimir a este ingrediente tradicional, económico y querido por muchos? Lo cierto es que sí podrían conciliarse con la pérdida de peso, según concluyen investigadores estadounidenses en un artículo publicado en la revista Nutrients. Consumir patata blanca -llamada así por la coloración más clara de su carne, que tiende a coincidir en España con, por ejemplo, la variedad Kennebec o la patata gallega- sería más efectivo que saltarse las comidas, ya que ayudaría a suprimir el apetito y permitirá un mejor control de la ingesta calórica a lo largo de la jornada.
Los investigadores partían de la base de que, más que beneficios, la literatura científica ha encontrado maneras "menos malas" de comerlas: en un ensayo con adultos que consumieron patatas sin freír cada día durante cuatro semanas, no se observaron variaciones significativas de peso, glucosa en sangre o marcadores metabólicos. El resultado se consideró preferible al consumo de otros carbohidratos menos recomendables, como el grano refinado del pan blanco por ejemplo. Otros estudios señalaban que 50 gramos de puré de patatas natural -y no de sobre- aumentaban los niveles de saciedad tras la comida.
Para comprobar la capacidad saciante de distintos tipos de patata, se seleccionaron 22 personas con una edad media de 70 años, sin problemas de salud como la diabetes ni contraindicaciones alimentarias. Tras calcular su Índice de Masa Corporal (IMC) y sus niveles de azúcar en sangre, los participantes ayunaron durante doce horas antes de presentarse en el laboratorio. Ahí se dividieron en dos grupos. Unos tomaron un 'desayuno' de entre tres tipos diferentes de patata, determinados al azar: asadas, en puré (mashed potatoes), fritas; un cuarto tomó pan blanco como control. Los otros, más desafortunados, tuvieron que seguir ayunando.
A continuación, los participantes fueron rellenando cuestionarios para determinar su nivel de saciedad, el hambre que sentían y su estado de ánimo cada 15 minutos durante dos horas. Transcurrido este periodo, se les ofreció un almuerzo de minipizzas, un alimento que se suele usar en esta clase de ensayos porque permite calcular fácilmente el aporte energético de cada unidad. Podían comer una cada 10 minutos y todas las que quisieran hasta sentirse llenos.
Dos participantes quedaron descalificados del estudio porque, según confesaron después, se habían contenido con las minipizzas en la fase final para no parecer glotones y se habían quedado con hambre. Para los 20 restantes, se comprobó que los que tomaron patatas declaraban una mayor saciedad y procedían a una menor ingesta de pizzas que los que se habían mantenido en ayunas y los que habían tomado pan, con lo que la suma calórica total era menor para ellos. No obstante, el grupo en ayunas tuvo una respuesta glucémica menor.
La forma de cocinar la patata blanca -variedad Russet para el ensayo-, por otra parte, no demostró inducir más o menos la saciedad en los participantes. No obstante, otros estudios sí han relacionado la ralentización de la glucemia con una reducción del apetito general, ya que el organismo descompone el almidón más lentamente y alarga la digestión. ¿Cómo se consigue esto? Dejando enfriar la patata y consumiéndola del tiempo. Por tanto, de cara a limitar el volumen de nuestras comidas, una ensalada de patata sería mejor aliada que el justamente apreciado cachelo.