Si pensamos en los alimentos más típicos de España, es probable que nos acordemos del jamón ibérico, del aceite de oliva o, incluso, del vino tinto. Aunque el queso pueda parecer un alimento más típico de suizos, italianos u holandeses, los que hacemos aquí son también muy especiales. Tanto es así que algunos, como el Cabrales o el queso de Burgos, llevan el nombre de su región como seña de identidad.
Precisamente, una de las buenas características de este lácteo es que pueden encontrarse cientos de variedades muy diferentes. Los distintos tipos de leche, el tiempo de curación o la fermentación son aspectos del proceso de elaboración del queso que pueden dar lugar a un tipo u otro. Buena prueba de ello son las estanterías de los supermercados en los que pueden verse quesos de todas las clases y en todos los formatos.
Sin embargo, no todo lo que creemos que es queso lo es realmente. Desde nuestras lonchas predilectas para hacer sándwiches hasta los quesitos triangulares que tomábamos de pequeños en la merienda, las recetas de algunos de estos productos comparten poco o, incluso, nada con la receta tradicional de estos lácteos. Conocer las diferencias entre un queso y un producto que trata de emularlo puede tener muchas ventajas para la salud.
Un 'impostor' conocido
Uno de estos falsos quesos que más hemos podido observar durante estas fiestas es el de Philadelphia. Además de por su sabor, este queso es bien conocido en la cesta de la compra de los españoles por aplicarse tanto a recetas saladas como dulces. Puede formar parte de un canapé de aperitivo como de una tarta casera al estilo cheesecake. Pero, si no es un queso, ¿qué es este producto espeso que venden en tarrinas?
Según Miguel Ángel Lurueña, doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos y autor del blog de divulgación sobre Nutrición Gominolas de petróleo, este queso se trata más bien de una mezcla de leche y nata sin fermentar. Si observamos el etiquetado del queso Philadelphia encontraremos que, efectivamente, no lleva nada más que leche, nata y sal —además de algunos aditivos habituales—.
No hay ni rastro en esta lista del cuajo o de los fermentos lácticos que los quesos llevan para poder fermentar. De todas formas, este queso para untar se denomina como "queso blanco pasterizado", una denominación que también emplean los quesos frescos, como el de Burgos, que sí que llevan cuajo. Esta no es, sin embargo, la única diferencia que existe entre ambos productos.
Una opción mejor
El queso tipo Philadelphia tiene un valor energético superior a un queso de Burgos: mientras que el primero cuenta con casi 250 kilocalorías por cada 100 gramos, el segundo tiene poco más de 180 en la misma cantidad. Además, el queso de Burgos sólo contiene un 14% de grasas, frente al 25% que tiene este famoso queso para untar. Por último, mientras que algunos quesos de Burgos alcanzan un 11% de proteínas, el queso Philadelphia se queda en un 3%.
El falso queso para untar es un buen procesado, debido a que no contiene más de 5 ingredientes y ninguno de ellos son grasas de baja calidad o carbohidratos superfluos como los almidones. Sin embargo, resulta más interesante para nuestra salud consumir queso fresco, como el de Burgos, por tener menos grasas y más proteínas.
Hace unos años, los expertos recomendaban evitar el queso —al igual que otros lácteos— por tener muchas grasas. Ahora, sin embargo, sabemos que las grasas de la leche no son dañinas, a pesar de estar compuestas en su mayoría por ácidos grasos saturados. De hecho, muchas de ellas vienen acompañadas de minerales y vitaminas saludables. Los quesos más saludables son aquellos que llevan 3 ingredientes: leche, cuajo y sal.