Lo que antes se tardaba en cocinar horas, puede encontrarse, sin mucha dificultad, en cualquier supermercado. Preparados como guisos, cremas y sopas se agolpan en estanterías esperando a ser llevados a una casa en la que formar parte del menú. Algunas marcas, conocedoras de que cada vez se buscan más productos saludables y con menos añadidos, intentan destacar incluyendo estas palabras en su etiquetado, aunque la realidad sea muy diferente.
La popularización de los súper revolucionó la alimentación casera desde la llegada de la primera cadena de supermercados, en 1916 en EE. UU. Piggly Wiggly supuso un cambio de paradigma, reunía en un mismo sitio varios tipos de alimentos, lo que suponía mayor comodidad para el cliente y un ahorro de tiempo para los vendedores, ya que en vez de dedicarse a ventas individuales, tan solo tenía que reponer mercancía de vez en cuando.
En España hubo que esperar algo más, hasta 1957, cuando el entonces Ministro de Comercio, Alberto Ullastres, puso en marcha la operación supermercado, un plan de desarrollo en el que, a través de la Comisaría General de Abastecimientos y Transportes, se instalaría una red de autoservicios de capital público que modernizaría el comercio. Ya existían las Galerías Preciados pero los grandes almacenes sólo estaban destinados a prendas y accesorios.
Es complicado comparar los productos que se vendían en aquel entonces con los que se pueden encontrar ahora, pero basta con echar un vistazo al etiquetado de la versión instantánea del caldo de verduras o de carne, para llegar a la conclusión de que es un ultraprocesado que no es recomendable consumir a diario.
"Igual que los especialistas nos quejamos de la cantidad de azúcar que contienen ciertos alimentos o bebidas, en el caso de las sopas instantáneas o caldos de súper, la ingente cantidad de sal que llevan es un problema, pero los consumidores no son tan conscientes de ello", explica José Gallardo, nutricionista especializado en obesidad y sobrepeso. La revista Consumer reveló que las sopas de sobre etiquetadas como sopas de carne, en realidad son más pasta que otra cosa.
Mucha sal, pocas vitaminas
Con 1,9 gramos por ración, la sal es uno de los ingredientes con mayor presencia en las sopas de sobre, lo que supone una tercera parte (40%) de lo que recomienda la OMS al día, 5 gramos. "Estos preparados están vetados en las dietas bajas en sodio por razones obvias, además no son recomendables para personas que padecen hipertensión, retención de líquidos o problemas cardiovasculares", detalla el nutricionista.
También tienen un aporte calórico muy bajo, con pocas proteínas y carbohidratos refinados, que se metabolizan rápidamente como azúcares en el organismo, sin apenas vitaminas, ni minerales, salvo la sal. Aunque no todo es malo en estos preparados, "en dietas de bajada de peso pueden funcionar ocasionalmente, por su aporte calórico y que no contienen grasa", sentencia Gallardo.
Sopas de carne sin carne
En todos los casos analizados, la lista de ingredientes revela que su ingrediente principal es la pasta alimenticia, tanto si es sopa de pollo, ave o ternera. La proporción va desde el 69% en el caso de la sopa de pollo Knorr hasta el 76% de la sopa de Ave y Fideos de Gallina Blanca, mientras que la proporción de carne ronda entre el 0,5 y el 2%. "Por eso yo las llamaría sopa de pasta en el etiquetado principal, pero claro, eso no atraería al consumidor", añade Gallardo.
Las sopas de verdura
El informe destaca que en el caso de la sopa de cebolla y de doce verduras de Knorr, si se encuentra una cantidad significativa del ingrediente al que se refiere el etiquetado, con un 34% de cebolla y un 32% de verduras. A pesar de no ser el ingrediente mayoritario, la diferencia con las sopas de carne es significativa.
Otro de los añadidos de estos preparados es clave para que su sabor sea atractivo, sin embargo, provoca ese efecto de que todos los caldos sean parecidos. Se trata del potenciador de sabor, en este caso el glutamato monosódico, con un gusto característico que tiene nombre propio, umami, también llamado quinto sabor. "Las recetas caseras tienen un sabor que ni se parece al del preparado. En ellas se pueden apreciar los toques de cada ingrediente, mientras que en los preparados el sabor del glutamato camufla al resto. Además, también suelen contener colorantes como el caramelo o el jarabe de caramelo, que son seguros, pero dan al producto un aspecto irreal", destaca Gallardo.
Los caldos de brick son más sanos
En el caso de los caldos en brick, la realidad es bien distinta, teniendo solo la similitud de contener demasiada sal. Su elaboración se hace en ollas de entre 800 y 3.000 litros donde los ingredientes cuecen durante tres horas. Entonces el caldo se enfría rápidamente y se pasteuriza para su posterior empaquetado. La diferencia de calidad de sus ingredientes se refleja notablemente en el precio, llegando a costar cuatro veces más que las sopas de sobre deshidratadas.
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