La rápida urbanización y el crecimiento de la población mundial han traído consigo un aumento importante del consumo de alimentos procesados, grasas y azúcares. Y como consecuencia, también se ha disparado la prevalencia mundial de enfermedades relacionadas con una dieta inadecuada, como las cardiopatías, la obesidad y la diabetes.
Pero no se queda ahí la cosa. Resulta que el sector alimentario es responsable de gran parte de las emisiones de gases de efecto invernadero. Hasta tal punto que, si no se toman medidas urgentes para remediarlo, el mundo correrá el grave riesgo de no cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible, dejando como herencia a los niños un planeta degradado donde impere la inseguridad alimentaria.
La sociedad tiene una responsabilidad compartida con respecto al trinomio dieta, salud y medioambiente. En lo que respecta a los gobiernos, deben elaborar guías alimentarias coherentes con los principios básicos de alimentación saludable a la vez que sostenible.
Opciones dietéticas en occidente
En la región europea, la iniciativa FOOD 2030 –en línea con el Pacto Verde Europeo, la Estrategia «De la Granja a la Mesa» y la estrategia europea de bioeconomía– promueve como facilitador de cambio el desarrollo de guías alimentarias para una nutrición sana, equilibrada y sostenible.
Lo cierto es que Europa cuenta con varias opciones tradicionales saludables. La más conocida es la dieta mediterránea, extendida sobre todo en Francia, Grecia, Italia y España. Consiste en una dieta basada en plantas caracterizada por un consumo elevado de frutas, vegetales, legumbres, cereales integrales, frutos secos y aceite de oliva, a la vez que un consumo moderado de pescado, carne, vino y productos lácteos.
En 2004 nacía al norte del continente la llamada nueva dieta nórdica, que no es más que una interpretación gastronómica de la dieta tradicional escandinava. Guarda muchas similitudes con la dieta mediterránea. El consumo prioritario de alimentos se centra en vegetales y frutas (fundamentalmente bayas o frutas del bosque y vegetales de hoja verde o de raíz), patatas, legumbres, hierbas frescas, setas, frutos secos, cereales integrales, pescado y marisco, algas y carne (incluyendo carne de caza). Eso sí, el aceite no es de oliva, sino de colza.
Lo más interesante es que se basa en el consumo de productos locales y orgánicos propios de las regiones de Dinamarca, Finlandia, Islandia, Suecia y Noruega. Por lo tanto, es también sostenible, al igual que la mediterránea.
Holanda e Italia cuentan también con sus propias guías alimentarias. Ambas apuestan por el consumo diario de más frutas y vegetales, la promoción de productos integrales y la limitación en el consumo de carne roja, lácteos, bebidas azucaradas, sal y bebidas alcohólicas.
Y si hablamos de iniciativas saludables, también cabe señalar la Estrategia para la Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad (NAOS) en España. Bajo el lema “COME SANO Y MUÉVETE”, tiene como fin invertir la prevalencia de la obesidad mediante el fomento de la actividad física y de una dieta saludable.
Al otro lado del charco, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, en colaboración con el Departamento de Agricultura, ha publicado guías dietéticas para americanos, que se actualizan cada cinco años desde su publicación en 1980.
Indicadores ambientales y nutricionales
Teniendo tanta oferta, ahora la pregunta que se plantea es: ¿existe un modo objetivo de evaluar la calidad nutricional de las dietas recomendadas?
La respuesta es sí. Se puede estimar empleando indicadores basados en nutrientes, como el NRD9.3 o el índice de salud. Ambos incluyen nutrientes que deberían ser promocionados en toda dieta saludable, como las proteínas, el calcio, la fibra, el magnesio, el potasio, el hierro o las vitaminas A, C y E. Y otros que deberíamos limitar, como es el caso del sodio, los ácidos grasos saturados o los azúcares libres o añadidos.
A nivel medioambiental, el indicador más extendido es la huella de carbono. Permite reflejar las emisiones de gases de efecto invernadero asociadas a las guías dietéticas en términos de dióxido de carbono. Teniendo en cuenta el peso del proceso productivo y la agricultura en el medio ambiente, interesa tenerlo en cuenta en términos comparativos.
Si utilizando todos estos criterios comparamos las dietas recomendadas en Europa (azul, en la siguiente imagen) y en Estados Unidos (amarillo) vemos que las guías dietéticas italianas y la dieta mediterránea son las que presentan los mejores perfiles desde la perspectiva de cambio climático.
Por el contrario, la dieta norteamericana es la que presenta el mayor impacto ambiental. Los perfiles de emisiones de las dietas del Norte de Europa (Nueva Dieta Nórdica y guías dietéticas holandesas) fueron similares. Estos hallazgos se explican en base a las ingestas recomendadas de lácteos y carne, productos con elevada huella de carbono.En cuanto a la dieta NAOS, la alta ingesta de pescado y marisco influye negativamente en el resultado de huella de carbono obtenido.
En lo que a calidad nutricional se refiere, la dieta mediterránea sobresale, especialmente si se compara con las dietas holandesa y americana, las peores en base a los indicadores nutricionales. El pésimo resultado nutricional de las guías holandesas se debe a un menor contenido de vegetales, frutas, pescado y fibra en general. Por su parte, el alto contenido en ácidos grasos saturados y sodio en las guías alimentarias americanas explica su baja posición en este ranking.
Estados Unidos debe aprender de Europa
En conclusión, incrementar la proporción de alimentos de origen vegetal en la dieta de modo similar a las guías dietéticas del sur de Europa (Italia y la región mediterránea) puede ayudar a países como Estados Unidos, con grandes impactos medioambientales derivados de los productos cárnicos y los derivados lácteos, sin que ello signifique comprometer la calidad nutricional.
El objetivo es claro: debemos lograr el equilibrio entre la nutrición y la sostenibilidad en las guías alimentarias. Sería positivo que los gobiernos estuvieran al frente de tal iniciativa, promoviendo campañas de concienciación que pongan a disposición del público información asequible sobre opciones dietéticas saludables y sostenibles.
* Cristina Cambeses Franco es estudiante de doctorado (Contratada predoctoral FPU) en el Departamento de Ingeniería Química, Universidade de Santiago de Compostela.
* Gumersindo Feijoo Costa es catedrático de Ingeniería Química, Universidade de Santiago de Compostela.
**Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.