Se dice que el ajoblanco es una de las sopas frías más antiguas de España. Más que el gazpacho o el salmorejo, por citar dos de los grandes conocidos de nuestra gastronomía. Y atendiendo a los hechos históricos, parece lógico pensarlo. Al no contar con el tomate entre sus ingredientes, su creación puede ser anterior a la llegada de los europeos a América, de donde procede este fruto que muchos califican como hortaliza.
Hay quienes defiende que el ajoblanco nació en Al Andalus; otros, en cambio, ven plausible que las primeras versiones de la receta apareciera en época de la Hispania romana, en cuya gastronomía jugaba un papel fundamental la almendra. Sea como fuere, sin duda, es uno de los platos más populares de toda la Península Ibérica, en especial en las regiones más meridionales.
El ajoblanco se elabora con unos determinados ingredientes: pan, almendras molidas, agua, aceite de oliva, sal y a veces vinagre. Y cómo no, ajo. Además, se suele tomar acompañado de uvas o trocitos de melón. A pesar de que estos son los ingredientes tradicionales, cada vez es más frecuente encontrar recetas con ingredientes más innovadores, como el ajoblanco de remolacha, con coco o con naranja.
Con los ingredientes que encontramos en esta apetecible sopa fría, no cabe duda de que el ajoblanco es un plato muy saludable y que puede aportar muchos y muy importantes nutrientes a nuestro organismo. Pero vayamos por partes e ingrediente por ingrediente.
Almendra
Una de las diferencias principales a nivel nutricional del ajoblanco con el gazpacho es que contiene más calorías. Sin embargo, la almendra también posee unos valores nutricionales y unas propiedades muy interesantes para nuestra salud, al igual que otros frutos secos como las nueces.
En este caso concreto,una de sus principales ventajas es que son muy ricas en ácidos grasos, que como es bien conocido son esenciales, pero también en fibra alimentaria, potasio, magnesio y vitamina E. En cambio, contienen muy pocos azúcares, grasas saturadas y sodio. Con esta combinación, las almendras son unas grandes aliadas para mantener nuestro sistema cardiovascular en buen estado, reduciendo el riesgo de colesterol malo y una alta presión arterial.
Aceite de oliva
Si hay un ingrediente que podemos calificar como el buque insignia de la dieta mediterránea, este es el aceite de oliva. De hecho, España es el principal productor de este oro líquido, con una cuota de algo más del 40% de la producción mundial.
Pues bien, como nos explica la nutricionista Ana Sánchez, "el aceite de oliva, en especial el virgen extra, posee unos componentes muy beneficiosos para nuestra salud". Entre ellos destaca su contenido en ácidos grasos saludables, que reducen el colesterol malo y ayudan a elevar los niveles del colesterol bueno. Otro beneficio lo encontramos en sus antioxidantes que ayudan a reducir el riesgo de hipertensión arterial y la aterosclerosis.
Ajo
Tan querido como odiado, tanto por su fuerte sabor como por el aroma que lo envuelve. Del ajo se sabe mucho, y sus propiedades no son pocas, como ya hemos contado en alguna ocasión en EL ESPAÑOL. Al contrario, en este peculiar ingrediente confluyen propiedades tan diversas como antibióticas, anticoagulantes o anticolesterol.
Las razones que hacen de este un fruto especialmente saludable lo encontramos en los nutrientes que contiene: un alto contenido de vitaminas C, B1 y B6, calcio, potasio, cobre, manganeso, selenio y la alicina.
Sal
Este es uno de esos ingredientes que, como el huevo, ha estado en el centro de muchos debates para tratar de dilucidar si es saludable o perjudicial para la salud. Como en tantas otras cosas, en este caso el secreto está en la moderación y el equilibrio, que según la OMS se encuentra en los 2 gramos de sodio al día, lo que equivale a 5 gramos de sal.
En efecto, el sodio, principal componente de la sal, en grandes cantidades puede generar algún que otro problema de salud. Sin embargo, no hay que olvidar que es fundamental para que algunas funciones imprescindibles de nuestro organismo, como mantener el equilibrio de los líquidos corporales dentro y fuera de las células o la transmisión y la generación del impulso nervioso.
Además, la sal es fundamental, para evitar sufrir hiponatremia, concentración demasiado baja de sodio en la sangre, cuyos síntomas son mareos y fuertes dolores de cabeza, espasmos e incluso la posibilidad de quedar en coma o morir.