Percebes y gansos.

Percebes y gansos. Pixabay.

Nutrición

Percebes y gansos: esta es la insólita relación histórica entre estos dos alimentos

Si uno pasea por una playa puede encontrar el animal que dio origen a la leyenda del árbol de los gansos.

22 diciembre, 2023 02:16

Parece el sueño de un vegano con dudas existenciales, poco convencido de su dieta. Nada menos que un árbol del que se puede obtener carne, el árbol de los gansos.

Es una de esas historias de seres híbridos entre el reino vegetal y el animal cuyo origen se remonta al siglo XII. Todavía no se había inventado el copyright, los derechos de autor, y durante mucho tiempo, las fuentes de un libro eran, fundamentalmente, otro libro.

Las primeras referencias que tenemos del árbol de los gansos son de Giraldus Cambrensis quien, en su Topografia Hibernica (1188) nos habla de gansos que crecen de la madera, indicando que son muy abundantes en Irlanda, donde había viajado acompañando al futuro rey de Inglaterra, Juan sin Tierra. En De Natura Rerum (1237-1240), Tomás de Cantimpré cuenta que estos pájaros son más pequeños que los gansos, que están prendidos del árbol por sus picos y que, a su debido tiempo, caen al mar y se desarrollan hasta que comienzan a volar.

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En unos tiempos en que la lectura no era el fuerte de la población, una buena imagen podría ser bastante elocuente, como la que encabeza este artículo de The British Library o ésta de la Cosmographie Universelle, de mediados del siglo XVI.

Con cada nuevo autor, a la historia se le van añadiendo matices y por supuesto, no puede faltar la mención al árbol en el Libro de las maravillas del mundo (1357) del fantasioso Juan de Mandeville. En el capítulo De los frutos que tienen dentro un animal de carne, hueso y sangre presume de que en Inglaterra existen unos árboles llamados barnaclas que producían frutos que se volvían pájaros rápidamente y que podían ser comidos directamente por los hombres.

Ayuno cuaresmal

El asunto gastronómico es relevante en esta historia, ya que los preceptos religiosos impedían comer carne durante la Cuaresma y otros días de ayuno. En esos periodos, la dieta era esencialmente vegetariana, aunque podía complementarse, sin pecar, consumiendo peces.

En este sentido, los frutos del árbol de los gansos eran, sin ninguna duda, tan vegetales como las manzanas.

Si los gansos, y por extensión, cualquier pato, se podía comer sin ningún escrúpulo, los abades y los religiosos podían contar con una mesa bien provista en esos días de restricción. Incluso había fundamentos filosóficos que apoyaban esta interpretación. Las patas de los patos – no me refiero a sus hembras – son palmeadas como las aletas de los peces, por lo tanto, son de una misma naturaleza, justificaba Abelardo. Sí, es el mismo al que caparon por liarse con Eloisa.

Sobre esto, hay una divertida vuelta de tuerca. El periodista gastronómico Xavier Domingo contaba que en una abadía portuguesa, en tiempos de Cuaresma, los monjes tiraban los cerdos al río para “pescarlos” aguas abajo, considerándolos entonces como peces, que podían comer sin incumplir ningún precepto.

Lo que la leyenda esconde

Desde nuestra escéptica visión del siglo XXI –ya no nos creemos ni que la Tierra sea plana ni que unas buenas rogativas palíen la sequía– podemos pensar que todo esto es un cuento. Pero ojo, de esta historia podemos aprender bastante zoología.

Si uno pasea por una playa puede encontrar el animal que dio origen a la leyenda del árbol de los gansos. Hay que buscar troncos arrastrados por la marea hasta la orilla.

Bueno, eso era antes de que llenáramos los mares de plástico. También se puede buscar cualquier objeto que haya permanecido algún tiempo flotando, desde una botella hasta una zapatilla. En su superficie es posible encontrar unas “conchitas” blancas. Son el fruto del árbol, que no es otro que el percebe de la madera, Lepas anatifera. A los zooólogos nos gustan los inequívocos nombres científicos, éste se lo puso Linneo. El sueco era un hacha poniendo nombres: Lepas anatifera, es decir, concha que lleva los patos.

Pero bueno ¿los percebes no eran de roca? Sí, los que nos comemos, Pollicipes pollicipes, viven efectivamente en las rocas. La superficie rocosa es, como el suelo urbanizable, limitado. Hay una fuerte competencia por el espacio, y los percebes compiten entre sí, y con otras especies, por hacerse con un sitio donde fijarse. La evolución llevó a algunos percebes a buscarse la vida creciendo sobre otras superficies… y allí estaban como urbanizables los troncos de los árboles que flotaban en el mar.

¿Donde están los gansos?

Si encontramos vivos a los percebes de la madera, podemos entender mejor el origen de la leyenda. Veremos moverse a unas pequeñas criaturas colgadas por sus picos con un largo cuello –el pedúnculo del percebe– con el cuerpo ovalado, y con plumas –los cirros con los que se alimentan los percebes–. No es raro que con esas evidencias los antiguos observadores de la naturaleza pensaran en un árbol que producía gansos.

Además, había unas aves que aparecían únicamente en los inviernos británicos, y de las que nunca nadie había visto ni sus nidos ni sus huevos. Nadie sabia cómo nacían. ¿Por qué no asociar esta especie con sus larvas en el árbol? Era una buena excusa para mitigar el ayuno cuaresmal.

Se trataba y se trata de las barnaclas (Branta leucopsis), una especie migratoria que cría más al norte, en el Ártico, a donde nadie había ido. Y si había ido, no había vuelto para contarlo.

De esta fantástica historia queda un rastro semántico. Las dos especies ligadas por la leyenda comparten nombre. En inglés, el percebe es goose barnacle, mientras que el ave que nosotros llamamos barnacla, es barnacle goose. En este caso, el órden de los factores sí altera el producto, cosas que tiene ese extraño idioma.

Antiguamente, los percebes de la madera crecían sobre los troncos que flotaban en el océano. Pero como sigamos arrojando basura al mar, esta curiosa criatura cambiará de nombre, siendo más apropiado llamarle el percebe del plástico. Entonces costará mucho más explicar la leyenda del fabuloso árbol de los gansos.

The Conversation

* Juan Junoy es catedrático de Biología Marina, Universidad de Alcalá.

** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.