"La investigación se ha ido a biodefensa"
El investigador estadounidense Steve Reed creó un instituto para buscar soluciones a las enfermedades olvidadas.
10 octubre, 2015 00:53Noticias relacionadas
"Si no eres parte de la solución eres parte del problema". Este dicho parece guiar la vida de Steve Reed que, con una importante carrera científica -más de 300 publicaciones- a sus espaldas, creó hace ya 21 años un instituto con un único objetivo: buscar vacunas para las llamadas enfermedades olvidadas (o desatendidas, según la traducción de su denominación en inglés, neglected).
En este tiempo ha conseguido importantes avances en su campo, como desarrollar una de las candidatas a vacuna de la tuberculosis más avanzadas, pero lo ha hecho con un modelo sostenible: creando pequeñas empresas biotecnológicas que han permitido la viabilidad del proyecto. Reed, que denuncia cómo la crisis ha influido en la reducción de la investigación en este campo, participó recientemente en Madrid en un simposio sobre vacunas de leishmaniasis organizado por el Instituto de Salud Carlos III.
¿Hay enfermedades para las que podría haber vacuna y no la hay por falta de interés o de dinero?
Por supuesto. Hay varias. Por eso se llaman enfermedades desatendidas. Tanto el interés como el dinero son importantes para que las vacunas pasen de la fase de investigación a productos reales y muchas de las patologías que afectan a los más pobres tiene un potencial comercial muy pequeño. Lo que hacemos en el Instituto de Investigación de Enfermedades Infecciosas (IDRI), que fundé hace 21 años, es intentar desarrollar un modelo que permita fabricar vacunas que no tengan un potencial comercial.
¿Y lo han conseguido hasta la fecha?
El IDRI ha pasado de tener 10 empleados a 120. En estos años, hemos hecho progresos; no sólo tenemos varios candidatos a vacunas que se están probando en la práctica clínica sino que, a la vez que desarrollamos nuevos productos, formamos compañías biotecnológicas que comercializan soluciones para enfermedades en las que sí se investiga. Aunque nos centramos en las patologías que no importan a nadie, nuestra tecnologías se puede aplicar a otras que sí dan beneficio, como el cáncer.
¿Cuál ha sido su mayor éxito hasta ahora?
Tenemos una vacuna de la tuberculosis en ensayos en fase II, muy avanzada. Además, hemos desarrollado adyuvantes [sustancias para impulsar el sistema inmunológico y que las vacunas sean más eficaces] que se utilizan ya en 10 vacunas distintas, algunos de ellos de última generación, totalmente sintéticos.
¿Cuáles son las enfermedades olvidadas para las que es más necesaria una vacuna?
Puedo mencionar tres. La tuberculosis es un problema muy importante a nivel mundial. Aunque no se considera oficialmente una enfermedad olvidada, porque hay mucha gente investigando sobre ella, sí lo es en el área de las vacunas. Solo una compañía farmacéutica -GSK- está trabajando en este sentido. La leishmaniasis afecta a millones de personas y ninguna empresa está desarrollando una vacuna contra ella. Por último, la lepra. Hay un millón de casos, pero solo las universidades están buscando una solución.
A menudo se acusa a las grandes farmacéuticas de no hacer lo suficiente frente a este tipo de enfermedades. ¿Cree que, a pesar de ser empresas privadas que buscan el lucro, deberían actuar de otra forma?
Está ocurriendo algo muy interesante que afecta a las farmacéuticas. Muchos de los países en vías de desarrollo ya no son países pobres. Se trata de naciones en las que este tipo de enfermedades son un gran problema, pero que tienen dinero para solucionarlo. Por esta razón, la llamada Big Pharma va a tener que cambiar su modelo, porque hay potencial de beneficios en esos mercados, que son los de países como Sudáfrica, la India, Brasil... Por otra parte, ha de haber un cambio de rol. El papel de las grandes farmacéuticas no debe ser la investigación básica, sino la producción y las ventas. Precisamente porque tienen accionistas e inversores, invertir en negocios arriesgados no es su papel. Para ello, tienen que acercarse más a los que hacen investigación básica, fomentar las alianzas público-privadas.
Su Instituto se financia en gran parte por las ayudas de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de EEUU. ¿Qué pueden hacer países como España donde la inversión pública es mucho menor?
Creo que la esperanza está en la Unión Europea, aunque considero que es todavía un experimento ya que no es fácil coordinar todos los países y las culturas. No obstante, programas como el Séptimo Programa Marco (FP7) y otros indican que en la UE se está invirtiendo en ciencia de forma significativa y que la tendencia es creciente.
Países tradicionalmente muy pobres son ahora economías emergentes
También hay que atraer a las empresas privadas, algo que no debería de ser difícil porque Europa ha estado siempre en contacto con países que antes eran colonias. Pero estos países, tradicionalmente muy pobres, son ahora economías emergentes. Por tanto, se han de explorar y desarrollar nuevos modelos de negocio. Europa puede liderar el impulso a nuevas compañías dirigidas a desarrollar productos específicos para mercados emergentes. Será más fácil para las empresas pequeñas que para las grandes farmacéuticas.
¿Cree que la crisis económica ha tenido especial impacto en la investigación en vacunas, tanto las de enfermedades olvidadas como del resto?
Sí. La situación ha empeorado mucho en los últimos 10 años. No solo por la crisis económica en sí, sino porque han cambiado las prioridades. Mucha de la investigación básica para enfermedades olvidadas se ha disipado y se ha destinado a biodefensa, a la guerra biológica, a la protección contra agentes como el ántrax. La mayoría del dinero se ha ido para allá.
¿Cuáles cree que serán los próximos avances en el campo de las vacunas para enfermedades olvidadas?
Por una parte, creo que se van a mejorar mucho las tecnologías de producción. Además, creo que se va a acabar con el modelo actual de producir las vacunas -sobre todo las nuevas- en EEUU y Europa, y que se va a hacer énfasis en la producción local. Por último, creo que se va a mejorar el reparto, a través de nuevas redes de distribución local a cuya creación los gobiernos pueden contribuir.
Además de las olvidadas, ¿cree que hay otras patologías para las que son necesarias vacunas actualmente inexistentes?
Sí. Hacen falta más vacunas para enfermedades diarreicas, para el virus sincitial respiratorio, para el ébola y para la gripe.
¿Qué podemos hacer como individuos para contribuir al fin de las enfermedades olvidadas?
No sé si es cuestión de donar dinero. Esto es sin duda un gesto, sobre todo para mandar un mensaje a los políticos de que a la gente le importa. Lo que está claro es que la concienciación sobre la salud pública tiene que aumentar. Por ejemplo, en España van ahora a recibir a refugiados y vienen de países donde estas enfermedades son una realidad. No podemos ignorarlas, porque vienen a nosotros. Hay que transmitir a los políticos la necesidad de concienciarse para financiar la salud pública. Ellos no son conscientes. Cada vez que menciono la lepra ante algunos de ellos, su respuesta es: "¡Pero si está eliminada!". Y no, la tenemos en personas de EEUU que no han viajado nunca; no es un problema grande, pero es un problema y habría que eliminarlo.
El polémico movimiento antivacunas
A principios de verano moría en Barcelona un menor de seis años a causa de la difteria, una enfermedad de la que no se registraban casos en España hace más de 15 años. El menor no estaba vacunado y sus padres simpatizaban con el llamado movimiento antivacunas, que se opone a las inmunizaciones. Es una tendencia que en EEUU tiene mucho más apoyo y que incluso ha hecho que California cambie sus leyes e impida a los niños no vacunados asistir al colegio.
Para Steve Reed, lo que sucede en EEUU y, en mucha menor escala, en España, es que la gente se ha olvidado de las enfermedades porque estas han desaparecido, precisamente gracias a las inmunizaciones masivas. "Cuando sus abuelos eran jóvenes entendían la importancia de las vacunas contra la polio o la difteria porque habían visto a gente morir por ellas; en los países en vías de desarrollo, nadie se cuestiona la importancia de las vacunas", señala.
Son seguras
El investigador deja muy claro que las vacunas son seguras y deben administrarse, pero se muestra escéptico con respecto a medidas para cambiar la mentalidad de los antivacunas. "Si vuelven las enfermedades y empiezan a fallecer niños como ha pasado en España el movimiento antivacunas morirá".
El problema, sostiene el estadounidense, es que es "imposible" convencer a las madres jóvenes de estos movimientos de que sus niños están en riesgo. "Casos como éste sirven para convencer a la gente de que todavía existen estas patologías y que no deben ser rechazadas o ignoradas", reitera.
Eso sí, Reed también critica las vacunas establecidas. Por ejemplo, señala que la propia vacuna contra la difteria ha cambiado su composición en los últimos años. "Ahora pueden ser menos potentes y requerir de dosis de refuerzo", apunta, y concluye: "Hay margen de mejora".