Que la falta de sueño se debe a los avatares de la vida moderna es una creencia tan extendida como, paradójicamente, antigua. En un movimiento similar al de "en mi época los jóvenes no hacíamos...", ya en 1890 se empezó a achacar el hábito de dormir poco a los avances tecnológicos.
Lo recuerdan los autores de un artículo publicado en la última edición de Current Biology, que desmiente ésta y otras creencias relativas al sueño comparando los patrones de descanso de los ancestros del ser humano con los actuales. ¿Se dormía más, como se creía hasta ahora, en la antigüedad? ¿Se echaban siestas, algo que la vida moderna impide en la mayoría de los casos? ¿Comenzaban a dormir en cuanto se ponía el sol o esperaban, como ocurre en la sociedad actual?
Para responder a estas cuestiones y a falta de una máquina del tiempo, los investigadores dirigidos por Jerome Siegle, de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), estudiaron a los más parecido a los antepasados del hombre en la actualidad: los miembros de tres tribus que aún subsisten sólo con la agricultura y la ganadería, y que no utilizan electricidad.
En concreto, los científicos viajaron al norte de Tanzania, donde viven los Hadza; al desierto de Kalajari, hogar de los San; y a Bolivia, residencia de los Tsimane.
El análisis de sus patrones de sueño ha revelado que dormir poco no es algo moderno ni industrial. De hecho, la media de sueño de estos cazadores y agricultores (en total, se estudió a 94 durante tres años) era de 6,4 horas, algo que se considera insuficiente en las sociedades industriales.
Así, por mucho que se pueda culpar al uso de móviles y otros hábitos modernos de la falta de sueño, parece que es el propio organismo el que determina esta duración. El autor principal del estudio señala por escrito a EL ESPAÑOL que es hora de superar la recomendación de dormir ocho horas.
Recomendaciones universales
Es la norma que impera, por ejemplo, en la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño (AASM), la sociedad científica que agrupa a los especialistas en estas lides y que recomienda que los adultos duerman "al menos" siete horas y que, si no lo hacen, acudan al médico. De hecho, en el consenso que publicaron en julio en la revista Sleep, los autores afirman que descansar menos tiempo se asocia a decenas de enfermedades: obesidad, diabetes, hipertensión, patología cardiovascular y depresión, entre otras. Es más, advierten de que ese hábito está ligado a un mayor riesgo de muerte.
"El mejor consejo es levantarse a la misma hora todos los días, a ser posible sin despertador. No hay que preocuparse por dormir menos de siete horas si no se tienen problemas de somnolencia durante el día y, lo más importante, hay que evitar los somníferos para conseguir esa meta", señala Siegel.
El mejor consejo es levantarse a la misma hora todos los días, a ser posible sin despertador
El responsable de la Unidad del Sueño de la Fundación Jiménez Díaz, Nicolás González Mangado, coincide con el estadounidense aunque señala que las recomendaciones no son concluyentes: abarcan un rango de sueño de entre 6 y 7,5 horas.
También cree que si no hay somnolencia diurna no hay que preocuparse, pero apunta que los hallazgos publicados en Current Biology no son exactamente extrapolables a la población occidental. "No es lo mismo dormir seis horas allí que aquí, porque no se puede comparar el nivel de estrés cerebral", comenta.
González también apunta a las posibles flaquezas del informe, sobre todo en cuanto a la metodología utilizada. Para estudiar los hábitos de las tribus, los estadounidenses utilizaron un dispositivo electrónico similar a las pulseras que se venden en la actualidad para medir parámetros de actividad y sueño. "No son muy precisas, porque sólo miden la actividad y uno puede estar despierto sin moverse", señala el neumólogo español.
Sueño y salud
Otros hallazgos del trabajo también acaban con un mito reciente y extendido: que la falta de sueño repercute en la salud, como advertía la AASM en su consenso. Los participantes en este estudio parecen desmentirlo con contundencia: ni la obesidad ni los problemas cardiovasculares les afectan.
Siegel cree que aunque "está claro" que los cazadores recolectores no están gordos, sí hay estudios que asocian la falta de sueño a largo plazo con un incremento del apetito. "Pero no es lo mismo eso que dormir poco", subraya.
Precisamente, una de las conclusiones que ha llamado la atención de los autores del estudio es que apenas se ha registrado insomnio entre sus participantes. Averiguarlo no fue fácil ya que ninguna de las tribus contaba con una palabra para expresar este concepto, tan usado en el mundo occidental.
Así, para averiguar si lo sufrían, los investigadores recurrieron a entrevistas personales que incluían una explicación previa del concepto. Sólo un 5% declaró sufrir en ocasiones problemas para conciliar el sueño y un 9% para mantenerlo. En cualquier caso, ninguno los padecía de forma regular.
"Parece que el insomnio, al menos en los niveles de los que hablamos en la sociedad actual, es sólo un problema de la edad contemporánea", comenta Siegel a EL ESPAÑOL.
¿Y la siesta?
Otra característica observada en el estudio es que tampoco la modernidad es responsable de la pérdida de la siesta. Los protagonistas del trabajo no descansan durante el día. Sin embargo, González cree que este hallazgo no contradice la evidencia científica al respecto. "Con la forma de medir los patrones de sueño, no se puede saber si estas personas tienen deseo o necesidad de dormir la siesta; sólo se ve que no lo hacen, pero puede ser por sus dinámicas de trabajo", señala el neumólogo.
El especialista español, que valora el trabajo como "muy interesante", resalta sin embargo la complejidad de estas mediciones. Para el experto, lo más interesante reside en otro de los descubrimientos del equipo estadounidense: que la temperatura es igual de importante que la exposición a la luz a la hora de determinar el patrón del sueño.
De hecho, los investigadores apuntan a que la sociedad moderna ha eliminado el ciclo diario de cambio de temperatura que impera en la naturaleza (más frío por la noche y más calor por la mañana) y que esto podría utilizarse potencialmente para regular el tiempo y la duración del sueño.
González apunta a que este consejo, no dormir con mucho calor, es habitual en las Unidades del sueño de los hospitales españoles. Quizás tenga también que serlo en la casa de aquellos que duermen mal pero aún no requieren de consejo médico.