Cualquier padre ha pasado por esa época en la que los hijos empiezan a pedir una mascota. No es fácil decirles que no porque, como todo el mundo sabe, los niños pueden ser muy insistentes. Pero entre los manidos argumentos para negarse ("No te vas a ocupar de él", "vas a tener que financiar el veterinario con tu paga", etc.), hay uno que es difícilmente contestable: las mascotas pueden dar alergia y ésta está aumentando en los últimos años.

Ante el miedo a esta circunstancia, queda resignarse a no tener animal de compañía -y aguantar los reproches- o recurrir a la imaginación. Eso es precisamente lo que ha hecho que esté aumentando en Europa el número de reptiles adoptados por familias con niños pequeños.

Carentes de pelo y teóricamente de alergenos, parecen la opción perfecta para los que rechazan a los tradicionales perros y gatos. 

Alternativa a los perros

Y eso debió de pensar la familia de Y., un niño de ocho años al que sus padres compraron un dragón barbudo o Pogona vitticeps. Como cuenta la médica Erika Jensen-Jarolim en el último número de la revista de la Organización Mundial de Alergias, Sony -así bautizaron al reptil- fue instalado en un amplio terrario en el salón de la casa. 

Todo parecía ir bien hasta que, cuatro meses después de la llegada del animal, su pequeño propietario sufrió un episodio de falta de respiración, inflamación de la glotis y despertar súbito por esta causa, que hizo a sus progenitores llevarlo al hospital.

Allí, un aerosol para el asma y un supositorio de cortisona para la hinchazón. Y un diagnóstico provisional: pseudocierre de la glotis provocado presuntamente por una infección viral. 

Pero los episodios volvieron a repetirse y sólo el empeño de Jensen-Jarolim hizo posible que se supiera la causa real. La alergóloga fue la que sospechó que podía haber una alergia detrás y preguntó por las mascotas presentes en la casa. "La única era el dragón barbudo Sony, que se alimentaba de tres o cuatro saltamontes vivos a la semana", escribe en la revista.

Casualidad

La médica atribuye su idea a la pura casualidad. "Estábamos en medio de un estudio sobre fuentes alergenas en tiendas de animales. Apuntar al alimento del reptil fue una mera coincidencia", explica. 

Demostrar que el niño tenía alergia a los saltamontes tampoco fue tarea fácil. Al contrario que para perros, gatos, caballos y otros muchos animales, no hay ningún test para comprobar este tipo de sensibilización. 

Así que lo desarrollaron ellos mismos con un ala de uno de estos animales. Las pruebas no dejaron lugar a duda y a los padres de Y. se les dijo que debían de deshacerse del animal lo más rápido posible. 

Muy civilizados, dieron al reptil en adopción a otra familia, vecinos del mismo bloque. Cuatro años después, cuando el muchacho tenía 12 años, les visitó para preguntar por Sony. Esa misma noche, volvieron los síntomas, aunque en esta ocasión no hizo falta ingreso hospitalario: todos reconocieron la causa y se le aplicó el tratamiento establecido. 

"Hasta la fecha, las alergias a los saltamontes han sido casi desconocidas y, con esta publicación, nuestra intención es sensibilizar al público sobre este asunto. Estamos especialmente preocupados por la gente que está más cerca de estos animales, los que alimentan con ellos a sus mascotas, los empleados de tiendas que los venden y los médicos, que debe incluirlos en sus cuestionarios sobre posibles fuentes de alergia", concluyen. 

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