En 1964, Jerome Horwitz, un investigador del Barbara Ann Karmanos Cancer Institute y de la Wayne State University School of Medicine, sintetizó por primera vez la zidovudina, un inhibidor nucleósido de la transcriptasa inversa. La molécula estaba diseñada para tratar el cáncer, pero los primeros ensayos en ratones demostraron que era muy tóxico. Según recogió en su obituario The New York Times, el científico explicó a la prensa que el fármaco había fracasado como tratamiento oncológico, lo que le hizo sentir una gran decepción y ponerlo, literalmente, en una estantería, sin molestarse en patentarlo.
Dos décadas después, el medicamento se convirtió en el primero capaz de alargar la vida a los afectados por el sida, una enfermedad que, en aquel entonces, era una sentencia de muerte casi inapelable para los afectados. El AZT se convirtió en el paradigma de lo exitosa que puede ser la segunda vida de un medicamento.
Este lunes, un nuevo fármaco descartado del laboratorio que finalmente patentó el AZT contra el sida (Burroughs Wellcome Co., actual GlaxoSmithKline Beecham) puede estar a punto de vivir otra segunda vida, según un estudio publicado en Nature Chemical Biology.
Mismo fármaco, distinta estrategia
El medicamento en cuestión estaba tan abandonado que ni siquiera tiene nombre. Se conoce como GSK983 y su resurrección en este lunes de Pascua viene de manos de la Universidad de Stanford y, en concreto, del su Departamento de Química, Ingeniería y Medicina para la Salud Humana (ChEM-H), dirigido por Chaitan Khosla, uno de los firmantes principales del estudio.
Conscientes de la dificultad de luchar contra los virus en general y contra los emergentes -como el del Zika- en particular, los investigadores decidieron cambiar la estrategia utilizada: en lugar de trabajar en fármacos que ataquen directamente al patógeno ¿por qué no centrarse en la forma que los virus tienen de interactuar con las defensas?
Lo que se demostró es que el medicamento abandonado podía interferir en la forma en que los virus infectan a las células y se reproducen. Ojo al plural utilizado. Una de las ventajas que podría tener este hallazgo preliminar -aún no se ha probado siquiera en animales, sólo en líneas celulares humanas- es que podría servir para atacar a más de un patógeno.
Muchos de los virus más peligrosos y más resistentes a la acción humana están basados en el ARN y, de hecho, se denominan así (virus ARN). Detrás de este nombre se esconde el concepto de que almacenan sus información genética como ARN en lugar de como ADN, que es lo que hacen muchos organismos vivos.
Pero precisamente la cualidad que tenía el sinnombre de GSK era capacidad de acción contra este tipo de patógenos, así que los investigadores estadounidenses lo rescataron para probarlo contra dos enemigos imbatibles: el virus de la Encefalitis Equina Venezolana (VEEV) y el del dengue.
Lo que se vio es que los virus, que normalmente destruyen a las células, no lo hacían en presencia de este medicamento, que afectaba también a la capacidad de las células para dividirse.
Mecanismo de acción
El siguiente paso lógico era intentar averiguar por qué ocurría esto. Para ello utilizaron técnicas avanzadas de cribado genético. Se trataba de ver cómo cada gen de la célula respondía al fármaco. La respuesta resultó estar en una proteína que es crucial para generar bloques de ADN, algo que necesita el virus para replicarse.
Lo más importante de este hallazgo es precisamente su versatilidad, ya que podría servir para muchos más virus de aquellos con los que se ha probado. "Creo que avanzar en esta estrategia es algo en lo que se va a trabajar mucho en un futuro", explica otro de los autores del trabajo, Richard Deans.
De hecho, el propio grupo investigador está ya intentando ir más allá y probando otro fármaco en combinación con el primero, para ver si mejora la eficacia. En cualquier caso, los autores aclaran que aún queda "un largo trecho" para ver si esta segunda vida de GSK983 permite acabar con los enemigos más esquivos.