Los asuntos que tienen que ver con la medicina están plagados de falsos mitos, pero este no es uno de ellos: dejar de fumar realmente engorda, o al menos predispone a ello. No sólo se ha observado en la mayoría de los estudios que lo han analizado, sino que además se conocen las principales razones que lo explican. De hecho, ya sea por mito instaurado o por realidad palpada, es una de las razones por las que los fumadores fracasan al intentar dejar el tabaco, incluso por las que renuncian siquiera a intentarlo.
"La amenaza del aumento de peso es una barrera para muchas personas a la hora de dejar de fumar. El miedo a engordar les frena", asegura Esteve Fernández, director de la Unidad de Control del Tabaquismo en el Instituto Catalán de Oncología (ICO). Pero hay un mensaje claro: en términos de salud, las ventajas de abandonarlo exceden enormemente a los riesgos de unos kilos de más. Y no, no solo es por el cáncer.
Éste sí es un falso mito: que la principal consecuencia del tabaco en la salud es el cáncer de pulmón. En realidad, mueren el doble de fumadores por causas cardiovasculares (infartos, ictus) que por cáncer de pulmón. (Y los números son enormes: casi la mitad de los fumadores crónicos fallecen antes de los 70 años, por sólo uno de cada diez no fumadores.) A pesar de los datos alguien podría lógicamente pensar: si la obesidad es uno de los principales riesgos para sufrir un infarto, ¿no saldría al menos un poco a cuenta fumar para evitar esos kilos de más? Rotundamente no: es una paradójica e insana "delgadez". Y todo ello tiene explicación.
¿Cuánto y por qué engorda?
Por término medio, quien deja de fumar engorda unos cuatro o cinco kilos, aunque en realidad las cosas se matizan a nivel individual: los hay que engordan más de 10 y quienes (hasta un 20%, se dice) mantienen su peso o incluso adelgazan. Y estos cambios se producen casi en su totalidad durante el primer año, especialmente en los tres primeros meses tras dejar de fumar.
La culpa de esto, al igual que de la adicción, la tiene la nicotina. "Tiene efectos anorexígenos, disminuyendo el apetito, y además incrementa el metabolismo basal", comenta Esteve Fernández. Por un lado actúa a nivel cerebral, sobre los centros del hambre, y produce sensación de saciedad. Por otro, eleva los niveles de adrenalina, lo que aumenta el consumo de energía. Incluso se ha relacionado con cambios en el microbioma, en las bacterias que nos pueblan y cuya diferente composición también se ha relacionado con la obesidad. "De alguna manera, los fumadores están en un peso inferior al que por naturaleza y por su estilo de vida les corresponde", apunta Fernández.
Al dejar de fumar estos cambios se revierten, y además aumenta la "apetencia" por alimentos ricos en grasas y azúcar, como en un intento del cerebro por activar los circuitos que antes eran cosquilleados por el tabaco. "Se tiende a pensar que es algo social: en los ratos en que antes fumaban, ahora pasan ese tiempo picando", comenta Fernández. "Pero no es del todo cierto: en realidad es que su cerebro les pide comer más". De hecho, se estima que hasta el 70% del aumento de peso se debe a que comen más calorías, lo que alienta a pensar que con una dieta adecuada se puede controlar la mayor parte de esa ganancia.
En cualquier caso, aunque por dejar de fumar terminen engordando, su salud dice -rotundamente- que merece la pena.
La paradoja del delgado enfermo
La obesidad es un claro factor de riesgo cardiovascular. Entonces, si los fumadores tienden a pesar algo menos que los no fumadores, ¿eso no compensaría los daños causados por el tabaco? No, porque es una falsa e insana delgadez.
Primero, por razones que aún no se conocen del todo, los fumadores, aun pesando menos, acumulan más grasa visceral. Este tipo de grasa, que se localiza en el abdomen y rodea órganos como el hígado o los intestinos, es particularmente perjudicial: dificulta la acción de la insulina y aumenta el riesgo de diabetes.
Después, piensen en casi cualquier cosa negativa que el tabaco pueda hacer con su metabolismo, y seguramente acertarán: aumenta el colesterol malo y reduce el bueno, sube los triglicéridos (las grasas), daña e irrita la pared de las arterias...
¿Cuál es la parte positiva? Que el tabaco se puede dejar. Que los riesgos son reversibles, y muy rápidamente reversibles, además. Si bien se estima que para el caso del cáncer no se reducen hasta poder compararse con un no-fumador hasta los 20 o 25 años -y casos como el de Johan Cruyff alertan de que el riesgo quizás nunca termina de igualarse-, en el caso cardiovascular el riesgo se reduce a la mitad tan solo un año después de dejarlo. Y prácticamente equivale al de un no-fumador pasados entre 10 y 15.
De hecho, algunos estudios han buscado incluso comparar los extremos: comprobar los riesgos entre un fumador delgado y un exfumador obeso (ni siquiera con sobrepeso, directamente obeso). Los fumadores presentan obviamente mucho más riesgo de cáncer, pero incluso tienen muchas más probabilidades de sufrir un infarto que aquellos que acumulan un buen montón de kilos de más.
¿Cómo dejarlo sin engordar?
Aunque abandonar el tabaco compensa con creces los kilos que se puedan ganar, obviamente es preferible evitar que esto suceda, en la medida de lo posible. Una de las formas que se proponen es introducir medidas educativas y dietéticas junto con los programas de deshabituación. Pero todavía se está estudiando su eficacia y la mejor manera de llevarlas a cabo.
"En mi opinión, lo mejor sería hacerlo de forma secuencial. Para muchas personas es difícil hacerlo todo de una vez: dejar el tabaco y estar muy pendiente de la comida", comenta Fernández. "Además, una vez que han conseguido desengancharse, notan tanta mejoría que es más fácil que se animen a hacer más ejercicio físico. Pero todo esto se puede ajustar de forma individual: hay personas para las que su peso es tan importante que ganar unos kilos puede suponer un claro riesgo de que vuelvan a fumar. Y que dejen el tabaco es, sin duda, lo más importante", añade.
Para muchas personas es difícil hacerlo todo de una vez: dejar el tabaco y estar muy pendiente de la comida
Otra opción sería probar con fármacos, pero tampoco está clara su eficacia. Por ejemplo, los parches de nicotina pueden atenuar la mayor sensación de hambre, pero su efecto desaparece en cuanto dejan de usarse. "Y cuanto antes se dejen, mejor", apunta Fernández. En cualquier caso, "lo que la gente tiene que tener claro", recalca, es que las ganancias en salud que supone dejar de fumar exceden con mucho al hecho de ganar unos kilos. Y no sólo por el riesgo de cáncer, también por el riesgo cardiovascular".
Los grandes números
Los estudios epidemiológicos, como los que analizan si los fumadores pesan más o menos que los no fumadores, incluyen una gran cantidad de datos y personas. Sus resultados, válidos por acumulación, pueden sin embargo también leerse en clave más individual.
La inmensa mayoría de los estudios observan que los fumadores tienden a pesar menos que los no fumadores, y que los que dejan de fumar engordan cuatro o cinco kilos de promedio.
Sin embargo, hay curiosidades dentro de estos datos: por ejemplo, la relación se invierte en los grandes fumadores, que tienden a pesar incluso más y no se sabe exactamente por qué (se piensa que es porque se suele acompañar de un estilo de vida menos saludable, con mayor consumo de alcohol y menos ejercicio físico, pero no se ha demostrado exactamente la razón). Y entre los que dejan de fumar, no todos engordan: hasta el 20% no lo hace, o incluso adelgaza.
Incluso otra cosa más: aunque los fumadores pesen menos de promedio, muchos de ellos tienen sobrepeso. Es decir, tienden a pesar menos, pero eso no quiere decir forzosamente que estén delgados.
"Había marcas de cigarrillos que hacían publicidad precisamente aludiendo a la delgadez", comenta Fernández. "Hoy en día esto está prohibido. Y, desde luego, fumar no es, ni mucho menos y por muchos motivos, una estrategia que haya que usar para adelgazar".