En Williston viven menos de 3.000 personas. Cuenta con una calle principal repleta de escaparates antiguos y pintorescos, ya saben. Es una ciudad pequeña y está cerca de un enorme complejo de supermercados, nuevo. Los veranos allí, en Florida central, los veranos son calurosos y húmedos, y los inviernos suaves. Las tierras están tomadas por los pastos de caballos y ganado, junto a las cosechas. Es el hogar de Samuel “Pratt” Perry, campeón de lazada de becerro. Es negro y cowboy. Hagan memoria, busquen debajo de esos sombreros una piel que no sea blanquita. Correcto, no encuentran rodeos de negros. Los afroamericanos han tenido vetado el acceso a la cultura popular de su país y su historia ha sido silenciada.
A sus 86 años, Perry es el vaquero más famoso de la zona. Herrero, ganadero y profesional de los rodeos por todo el país. Ha montado toros, domado novillos y lazado becerros. Le conocerás por su dominio del lazo. Es una leyenda local y una estrella de la comunidad de cowboys negros del país. “No se piense que todos los negros que llevan sombreros grandes son cowboys. Muchos van de eso, pero no han pagado el precio que hay que pagar por ello. Yo, sí. Y muchos de mis amigos también”, cuenta el señor Perry en Black Cowboys, un reportaje fotográfico de Andrea Robbins y Max Becher, que acaba de publicar La Fábrica. El trabajo será expuesto en la próxima edición de PhotoEspaña.
Que llegue un cowboy negro y gane el torneo es, para alguno, un insulto: ¿Qué haces viniendo a una ciudad de blancos y ganando el torneo?, le preguntaron una vez
Con esto Tarantino hace películas. El documental es una aproximación crítica a la sociedad norteamericana, una grieta que quiebra el discurso dominante. El resultado es una aproximación a un grupo marginado, en el que se revela la dignidad de los individuos en su resistencia. Ha montado muchos toros y caballos salvajes, ha terminado un montón de veces en el suelo, tiene una prótesis de cadera, se ha roto los dos brazos y varias costillas. Todo gracias a su “deporte”.
Estuvo en un rodeo en Cheyenne, en 2009, y un tipo en la puerta le preguntó de malas maneras si ya había estado allí antes. “No, señor. Pero estoy aquí, ahora”, respondió. “Te lo pregunto porque no tienes pinta de cowboy”, le dijo. Perry: “No tengo pinta de nada”. “¿De dónde eres?”, quiso saber el otro. “De Florida”, contestó. “Ah, claro, lo tendría que haber adivinado por tu bronceado”. Ganó el segundo premio, 18.000 dólares.
El color del éxito
Perry salía con una sola cuerda a lazar el becerro. La mayoría sale con dos. “Si para perseguir a un becerro dependo de una segunda cuerda, es probable que no pueda echarle el lazo. Estaré todo el rato pensando en la segunda. Si sólo tienes una, úsala. Con eso basta”. Que llegue un cowboy negro y gane el torneo es, para alguno, un insulto: “¿Qué haces viniendo a una ciudad de blancos y ganando el torneo?”, le preguntó una chica blanca. “Le dije que había pagado la cuota de inscripción, que tenía mujer y dos hijos a los que mantener, y que le dijese a su jefe que se preparase para verme de nuevo, porque iba a volver”.
¿Cuál es el precio que ha tenido que pagar por dedicarse a un deporte de blancos? La inscripción. La cuota por participar en el rodeo le convertía en un ciudadano más. “A veces ganaba, a veces no, pero pagué mi precio para intentarlo”. Perry tiene todo lo que destruye el tópico sobre los cowboys: ni frecuenta bares, nunca ha fumado, nunca ha estado en la cárcel, nunca se mete en líos, ni bebe whisky, “siempre he sido un caballero”. Siempre ha roto con la imagen del rubiazo duro de Malboro.
La peor pesadilla del Ku Klux Klan no es un negro montando un toro, sino un negro que sepa qué es lo que hay que hacer para ser el mejor cowboy todos los fines de semana: “Poner la pierna izquierda en el lado izquierdo, la derecha en el derecho y la mente en el centro”, dice con sorna. Pratt no viste sombrero, sino gorra. Una simple gorra, parece un ganadero. “No me va lo de vestirme de gala”. Tampoco calza dos espuelas, sólo se pone una. “Aprendí que si aprietas un flanco del caballo, el otro lo acompañará”.
La segregación divide los rodeos y en los que pueden participar los negros están cruzando el Mississippi, en Okmulgee. ¿Y cuando competía en un rodeo para blancos? “No tenía problemas si seguía las reglas. Las reglas lo eran todo”. Las reglas y “la amabilidad”. En Alabama no dejaban a los negros participar en concursos de lazado y demostró que era un jinete de toros. Pero Pratt es un tipo duro, “si un hombre cree que es lo suficientemente duro para ir a Texas u Oklahoma, no va hasta ahí para nada”. Va hasta allí para ganar.
La gente niega que en Florida haya segregación, pero las cosas siguen igual
Imaginen el peor condado de Florida, el más racista de todos. Sí, Dixie. Hay rodeo. Allí se presenta él con su mujer. “Fui a un torneo de lazado y tuvo que venir el sheriff”. Cuando tocó su turno apagaron las luces. Y sólo las encendió la autoridad. “Cuando apenas habían pasado treinta minutos desde que se marchó, volvieron a apagarlas. Mi mujer me dijo que no marcháramos. Pero le contesté que no nos moveríamos de ahí hasta la mañana siguiente. Y así fue, nos fuimos el domingo pro la mañana”, cuenta.
“La gente niega que en Florida haya segregación, pero las cosas siguen igual”. Recuerda que al mejor laceador de Florida, antes de uno de los rodeos que ganó le advirtieron que no se lo pondrían fácil: “Moreno, no van a querer darte nada, no quieren que ganes nada”.
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