La vanguardia había quedado prohibida. El arte podía ser moderno, pero no vanguardista. En una dictadura, el lenguaje lo carga el que somete. Y en una como la española, la referencia fue “nuestro ayer”. “El Movimiento salvador no ha terminado solamente con nefastos regímenes políticos, sino con el pequeño arte de visión incierta y esfumada, que tendrá que dar lugar a otro que irrumpirá con pinceles nuevos, mojados en óleos de nuestro ayer”. Con estas palabras asfixiaba a los pintores Rafael Sánchez Mazas, uno de los fundadores de la falange, ministro de Franco y padre de Chicho y Rafael Sánchez Ferlosio.
El camisa vieja recomendó que se olvidaran un poco de los aspectos técnicos y formales y se centraran en recuperar el asunto en sus pinturas. Siempre destacando su labor de transmisión de contenido. La prohibición de la vanguardia acabó con el humor: “En el arte, la risa estorba. Hay que aplastar al truquista, al aficionado a lo nuevo porque sí”, añade Mazas, que encuentra en el arte el signo nacional y en la pintura lo que mejor recoge la grandeza del pueblo.
El Movimiento salvador no ha terminado solamente con nefastos regímenes políticos, sino con el pequeño arte de visión incierta y esfumada
La entendieron como el medio idóneo para perpetuar la memoria del triunfo del golpe de Estado y ensalzar la nueva España del caudillo, “el resurgir glorioso”. Pero en menos de cinco años toda pretensión de crear un estilo artístico falangista y franquista fue abandonada. La creatividad impuesta para la España renacida, la de la unión entre el fascismo y la modernidad, llegó hasta 1943 y murió. Les dio tiempo a calificar el surrealismo de “estilo de rojos y feminoides”, había que “exterminarlo”. Era el más corrosivo de los ismos, porque a la degeneración estética se unía la religiosa, la política e incluso la biológica.
Sumisos y entusiastas
“La cultura oficial impulsó no tanto el arte académico, sino la puesta en escena de los mitos de la Cruzada y el Imperio para reinventar la tradición y el modelo del nuevo Estado ante esa cultura popular que tanta relación tuvo con la pintura”, explica Patricia Molins. “España se convirtió en una gigantesca escenografía en la que los españoles debían representar su papel de comparsas, sumisos y entusiastas”.
La posguerra era un agujero negro en el relato de la historia del arte español. Hasta hoy. La inauguración de la excelente y exhaustiva exposición Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra española (1939-1953), en el Museo Reina Sofía, abre las puertas a una memoria construida a golpes: desde la resignación, la resistencia, resilencia, restauración, reconstrucción, reinvención y renovación. El trabajo de la historiadora y comisaria María Dolores Jiménez-Blanco pone fin a un silencio inexplicable, que ilumina el trabajo de artistas arrinconados y muestra lo que aquel tiempo y aquel espacio “parecieron durante años algo tan remoto y clausurado como un lugar ajeno”.
Un “campo cerrado”, como el título de la primera de las cinco novelas escritas por Max Aub, a las que serializó bajo título El laberinto mágico (1943). Así como Aub no dejó de escribir nunca -desde el exilio-, el país “había seguido existiendo y sus gentes, viviendo y trabajando”. “Incluso en el tiempo más inhóspito”, dice la comisaria. Este campo cerrado de María Dolores Jiménez-Blanco esconde un mensaje positivo: a pesar de todo, a pesar de la desesperanza, del hambre, de las cartillas de racionamiento, se mueve.
Justicia histórica
Lejos de dejarse atrapar por las pautas de la cultura oficial, “había vida más allá de los cantos escurialenses, entre lo castrense y lo litúrgico”, dice el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel. Hubo vida, también, más allá de “las nostalgias contrarreformistas y tardoimperiales, de las graciosas evoluciones de los coros y danzas de la Sección Femenina y de las loas al nuevo Alejandro encarnado en el generalísimo”.
“La retórica sublime del primer momento se esfumó tan pronto como los socios internacionales perdieron su fuerza”, explica la comisaria. “Pero la nueva relación entre la imagen artística y el régimen encontró muchas fórmulas para materializarse”, desde la oposición a la connivencia o la obediencia. Tantas posibilidades como artistas. Es una exposición de justicia histórica, que al igual que hizo Max Aub en sus escritos, el recorrido por las más de 20 salas se pregunta qué es lo que pasó, cómo convivió la creatividad con la dictadura, cuál fue la relación entre la necesidad de expresión y la represión. El arte también es memoria y la belleza tampoco olvida.
La muestra expone “abundante material inédito procedente de más de 100 colecciones y archivos” públicos y privados. Cerca de 1.000 piezas expuestas (unas 100 pinturas, 20 esculturas, 200 fotografías, 200 dibujos, bocetos, 26 filmaciones, 11 maquetas, 200 revistas y más material de archivo marca del gusto de la casa Reina Sofía) de más de 200 autores. Picasso, Miró, Dalí, Maruja Mallo, Antonio Saura, Tàpies, Ángel Ferrant, Carlos Edmundo de Ory, Francisco Nieva, etc. Lo más llamativo, como la propia comisaria advierte, es la variedad y trascendencia de lo ocurrido en un período entendido -hasta ahora- “como un páramo”.
Lejos de dejarse atrapar por las pautas de la cultura oficial, “había vida más allá de los cantos escurialenses, entre lo castrense y lo litúrgico”, dice el director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel
En el proceso de investigación de tres años "hemos encontrado muchas sorpresas que nos han permitido sacar cosas que no estaban a la vista". Como por ejemplo, el postismo, "movimiento que se pensaba era parecido al ultraísmo y hemos visto que, aunque es un movimiento fundamentalmente literario, es relevante el papel que tiene en el mundo de lo plástico".
P.D. No se pierdan el ciclo de cine español de la posguerra. Doce películas: El hombre que se quiso matar (Rafael Gil, 1942); Ya viene el cortejo (Carlos Arévalo, 1939); Rojo y negro (Carlos Arébalo, 1942); Verbena (Edgar Neville, 1941); La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944); Los ladrones somos gente honrada (Ignacio Iquino, 1943); Las inqietudes de Shant Andía (Arturo Ruiz-Castillo, 19469; Embrujo (Carlos Serrano de Osma, 1947); Vida en sombras (Lorenzo Llobet-Gràcia, 1948); La calle sin sol (Rafael Gil, 1948); Locura de amor (Juan de Orduña, 1948); Surcos (José Antonio Nieves Conde, 1951).
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