Son la herramienta más prescrita en los regímenes de adelgazamiento pero la sombra de la sospecha siempre les ha acompañado, hasta el punto de que toda una legión de haters critica su existencia y se dedican a difundir bulos en la Red que los asocian al cáncer y a otras muchas enfermedades. Hablamos de los edulcorantes artificiales, el sustituto del azúcar más utilizado y de los que, sin embargo, queda mucho por saber, como lo demuestra un estudio publicado en la última edición de Cell Metabolism que, sin duda, va a dar mucho que hablar.
El trabajo demuestra -en moscas de la fruta y ratones, eso sí- que el consumo continuado de uno de estos edulcorantes, la sucralosa, se asocia a una mayor ingesta de comida lo que, al final, haría engordar a los animales en lugar de ayudarles a perder peso.
Sin embargo, no es esto lo más novedoso del estudio. Trabajos anteriores ya habían observado este efecto, incluso en humanos, pero poco se sabía sobre el mecanismo que había detrás, que es, precisamente lo que han desvelado los autores, de la Universidad de Sidney (Australia).
Centro de recompensas
Lo que los investigadores han visto en los animales -un efecto que consideran extrapolable a los humanos- es que en el llamado centro de recompensas del cerebro la sensación de dulzor se integra con el contenido energético. Así, si el balance dulzor -energía se desequilibra durante un periodo determinado, el cerebro lo reequilibra incrementando el total de calorías consumidas.
En el estudio concreto, las moscas de la fruta a las que se administraba sucralosa consumían un 30% más de calorías si tenían la oportunidad de tomar comida edulcorada naturalmente. "Lo que vimos es que el consumo crónico de este edulcorante artificial incrementaba la intensidad del dulzor del azúcar real, lo que hacía aumentar la motivación del animal para comer más", explica Greg Neely, uno de los autores.
El investigador explica a EL ESPAÑOL que, de momento, su hipótesis sólo ha sido probada en la sucralosa y en otro edulcorante, la L-Glucosa, pero este último no se utiliza en la alimentación.
Los autores han identificado una nueva red neuronal que equilibra la palatabilidad de la comida con su contenido energético. "La vía que hemos descubierto es parte de una respuesta conservadora al ayuno que hace que la comida sepa mejor cuando se está hambriento", añade Neely.
La mala fama de los edulcorantes
Este estudio pone el foco de forma negativa sobre los edulcorantes artificiales, como lo hizo previamente un trabajo publicado en Nature en 2014, que generó mucho ruido mediático. En aquella ocasión, la conclusión para el gran público era parecida -los sustitutos del azúcar podrían causar intolerancia a la glucosa y, de esta forma, engordar- pero la vía propuesta era distinta, ya que se achacaba el efecto a la interacción de estos productos con el microbioma, los microbios que componen la flora intestinal.
El dietista-nutricionista Aitor Sánchez, autor del blog Mi dieta cojea, explica a EL ESPAÑOL que aquel trabajo tenía truco porque los autores administraron "cantidades ingentes" de los edulcorantes analizados.
El experto señala que, hasta ahora, se había hablado de otros mecanismos para explicar este aumento de peso observado en algunos consumidores de este tipo de productos. Uno de ellos es el incremento de los umbrales del sabor. Por ejemplo, el día en que consumes un producto que sueles tomar edulcorado y no tienes sacarina, "necesitas echarle mucho azúcar para mantener el sabor", explica Sánchez, que pone como ejemplo que a los niños acostumbrados a tomar zumos industriales no les gusta la fruta porque no les sabe a nada.
Consejos prácticos
Entonces ¿hay que desterrar los edulcorantes artificiales de la dieta? No es lo que opinan los expertos. Para Sánchez, lo importante es "con qué se comparan". El dietista señala que hay un mensaje que no se ha sabido transmitir: "Una cosa es que sean seguros y otra que sean inocuos. Lo son, pero pueden tener efectos para la salud".
En cualquier caso, el nutricionista cree que son mejores que el azúcar. "Un refresco light es peor que el agua, pero mejor que su versión azucarada", recalca.
En la misma línea, el autor principal del estudio comenta a este diario que "personalmente" todavía consume bebidas edulcoradas artificialmente, pero "con moderación". "Creo que una de las principales conclusiones de nuestro trabajo es que al menos la sucralosa no es totalmente inerte y puede alterar los sistemas reguladores de energía en animales. Teniendo en cuenta que lo hemos visto en moscas y ratones, es razonable pensar que algo similar pueda ocurrir en humanos", subraya.
También cree que no está todo dicho sobre este asunto. "Algunos estudios humanos han sugerido que tanto los refrescos azucarados como los edulcorados artificialmente se asocian a una ganancia de peso, pero algunos de estos trabajos son controvertidos y se necesita hacer más trabajos antes de responder definitivamente a esta cuestión", concluye.