Robert Koch, el médico alemán que ganó el Nobel por descubrir el bacilo de la tuberculosis, dijo en 1910 que "un día, el hombre tendrá que luchar tan fieramente contra el ruido como contra el cólera o la peste". Hoy, cien años después, sabemos que incluso un modesto aumento de la contaminación acústica tiene un efecto directo en nuestra salud. Desde hace varios años, diversos trabajos han comprobado sus efectos en la calidad del sueño, los niveles de estrés, la hipertensión arterial o la aparición de tinnitus.
Recientemente, también se ha demostrado el efecto que tiene en los niños, ya que niveles demasiado altos de ruido pueden influir perniciosamente en el desarrollo de su cerebro o en su habilidad táctil.
Más concretamente, un trabajo publicado en Environmental Research el año pasado por investigadores españoles atribuía al tráfico el 80% del ruido ambiental registrado en Madrid. Una reducción de un decibelio, decían, evitaría 468 de las 2108 muertes prematuras -cardiovasculares y respiratorias- relacionadas con este factor.
Las discrepancias entre la directiva europea de 2002 y las leyes españolas son conocidas, como publicó hace unos meses El Confidencial. Mientras Europa recomienda no superar, en áreas residenciales los 55 decibelios de día y los 50 de noche, el Real Decreto 1367/2007 fija estos valores límites en 65 y 55 decibelios, respectivamente. Este último es también el umbral que fija la Organización Mundial de la Salud a partir del cual se incrementa el riesgo de sufrir complicaciones.
La contaminación acústica sigue pareciendo un tema menor comparado con la incidencia que la calidad del aire u otros factores ambientales pueden tener en la salud. Sin embargo, y para despejar dudas, un meta-análisis realizado por científicos alemanes en 2014 y publicado en el European Heart Journal mostraba directamente que tan sólo 10 decibelios de diferencia entre dos zonas residenciales servían para aumentar las probabilidades de los residentes de sufrir hipertensión arterial, enfermedad coronaria o un infarto cerebral.
En Madrid, las diferencias entre unos barrios y otros son lo bastante notable como para tener una influencia. En el siguiente gráfico, realizado a partir de información descargada del Portal de Datos Abiertos de Madrid, pueden verse las diferencias de ruido entre cinco lugares emblemáticos de la capital.
En Plaza de España, la media de ruido este año es de 66,65 decibelios, la más alta desde 2010. En el otro lado, aquellos madrileños que vivan en las inmediaciones de la Casa de Campo están padeciendo, de media, unos 50,69 decibelios en 2016. Es de las pocas zonas de la capital que permanecen por debajo de los valores límite.
Como suele ser la tendencia en el resto del país, el ruido en general ha ido descendiendo en la capital, debido principalmente a que los coches son cada vez más silenciosos y a que el aislamiento de los edificios es cada vez mejor. Por otro lado, el tráfico, las obras y los conciertos de Shakira siguen existiendo y por ello a nuestra capital le cuesta reducir su contaminación acústica por debajo de los 55 decibelios.
El truco de Ana Botella (2ª parte)
El año pasado publicamos que, siendo Ana Botella concejala de Medio Ambiente, 14 de los medidores que más contaminación registraban fueron dados de baja y sustituidos por otros 11, reubicados en zonas de la ciudad con una mejor calidad del aire. Así, el ayuntamiento lograba maquillar la media de emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) para evitar las sanciones de la Comisión Europea por incumplir la directiva 2008/50.
Lo que no sospechábamos es que el ayuntamiento hizo exactamente lo mismo con los medidores de contaminación acústica. En el siguiente gráfico pueden observar dos líneas. La de color azul muestra la media anual de todas las estaciones de medición entre 2000 y 2016, incluyendo aquellas que fueron retiradas de lugares como la glorieta de Carlos V, frente a la estación de Atocha, y ubicadas en lugares como Sanchinarro o Tres Olivos, más allá de la llamada "almendra central" de Madrid. La naranja muestra la evolución del ruido tomando en cuenta sólo aquellos medidores que nunca han sido sustituidos en estos últimos 16 años, y representan la fotografía más estable de la contaminación ambiental en la ciudad.
Las disonancias entre ambas líneas se acentúan cuando se añaden o se sustituyen estaciones de medición, y de hecho, en los últimos años se aprecia cómo ambas trascurren en paralelo. Eso sí, paradójicamente, los cambios realizados por Botella y su equipo entre 2009 y 2010 -que sirvieron para que la media bajara de forma dramática y se situara por primera vez bajo los 55 decibelios- hoy en día han redundado en un aumento de la contaminación acústica registrada.
¿Cómo es posible esto? Probablemente porque zonas como Tres Olivos, Las Tablas o Sanchinarro, al norte de la capital y emplazamiento de algunos de los nuevos medidores, han aumentado sobremanera su actividad industrial y residencial en los últimos años. Por otro lado, la peatonalización de algunas zonas del centro, ha resultado en que el ruido ambiental se haya mantenido o incluso decrecido ligeramente.
¿Silencio en torno a los túneles de la M-30?
Unas de las razones esgrimidas para el soterramiento de la M-30 fue, precisamente, reducir la contaminación acústica. La obra que comenzó en 2004 y comenzó a inaugurarse por tramos en 2007 costó más de 5.600 millones de euros a las arcas municipales, pero la pregunta es... ¿ha logrado reducir el ruido significativamente?
Un análisis de la evolución de los medidores de contaminación acústica antes del comienzo de las obras, en 2004, y después de la inauguración, en 2008, muestra que en los más cercanos geográficamente a la M-30 los niveles de ruido no han mejorado considerablemente. En concreto, de las seis estaciones que están más cerca de la vía de circunvalación, solamente la de Alto de Extremadura (a 1.600 metros, la más lejana de las seis) ha mejorado sus registros con 0,90 decibelios menos que en 2004. Las más cercanas, como las de Barrio del Pilar (a menos de 300 metros), Moratalaz, Manuel Becerra o Plaza de España han empeorado, tímida pero invariablemente, con respecto a antes del soterramiento.
Los retos de Carmena
El programa de Ahora Madrid incluía la lucha contra la contaminación acústica, pero restringida a los barrios de Arganzuela y San Blas. Lo cierto es que cuando Carmena fue elegida alcaldesa en las elecciones de mayo de 2015, la capital se encontraba en un momento en que, una vez superada la crisis, la contaminación acústica comenzaba a crecer de nuevo.
Aunque el ayuntamiento con Inés Sabanés, del partido ecologista Equo, al frente de la Concejalía de Medio Ambiente ha emprendido acciones como restringir el acceso en coche al centro de la ciudad los días de mucha polución atmosférica, durante el primer año de gobierno la media de ruido ha aumentado. De las 32 estaciones de medición, tan sólo nueve mejoraron sus registros entre mayo de 2015 y mayo de 2016, y entre ellas algunas de las que menos ruido registran, como Casa de Campo.
El consistorio planea otras acciones como peatonalizar la calle Carretas o aumentar los kilómetros de carril bici. La ecuación parece sencilla, dado que el 80% del ruido viene de los coches, pero ninguno de los alcaldes anteriores ha logrado resolverla. Los han soterrado, han cambiado los medidores de sitio, pero fueran donde fueran, los coches los acabaron encontrando y el resto de la historia ya lo conocen: "Ruido de frenazos, ruido sin sentido, ruido de arañazos, ruido, ruido, ruido".
[Corrección: Una versión anterior de este artículo apuntaba a que el límite de 65 decibelios era una normativa municipal, en lugar del Real Decreto 1367/2007]