Que un hombre de 61 años desarrolle una neumonía grave no es algo extraordinario. Al fin y al cabo, se trata de una patología frecuente que aumenta en gravedad cuanto mayor es la edad del paciente. Sin embargo, el caso que recoge la revista BMJ es algo especial, ya que demuestra la importancia de saber la causa detrás de la infección pulmonar para manejar la dolencia, algo que no siempre es sencillo de determinar.
Es lo que le sucedió al principio al protagonista de este estudio, que llegó al Hospital George Eliot de Reino Unido "sintiéndose muy mal" y tras estar una semana con síntomas gripales, fiebre, tos y falta de respiración, además de episodios de deterioro cognitivo, en los que dejaba frases a medias o se repetía continuamente.
En esos siete días el paciente había sido ya tratado con el antibiótico más común en estos casos, la amoxicilina, y con ese historial ingresó en el hospital. Diagnóstico: neumonía adquirida en la comunidad. Poco después de internar, su salud empeoró. Mareos, fiebre alta, irritación y convulsiones que acabaron con su ingreso en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).
Buscando el origen
Su estancia allí se vio acompañada de distintas pruebas, todas dirigidas a averiguar la causa de la infección, que se atribuyó a organismo atípicos sin determinar, que podrían incluir la legionela o el micoplasma, entre otros.
Ante esa indefinición, los médicos prescribieron antibióticos de amplio espectro o, en otras palabras, optaron por matar moscas a cañonazos. Pero un comentario casual del enfermo lo cambió todo.
El enfermo comentó cuál era su principal afición: cuidar a sus pájaros. Ni uno ni dos, el hombre tenía una auténtica colección de aves en casa, desde ruiseñores a loros de varios tipos, pasando por canarios y hasta pollos. Según le habían comunicado en el hospital, dos de sus animales habían muerto inesperadamente poco después de su ingreso.
Una lucecita se encendió en el cerebro de los intensivistas a cargo del paciente y recordaron ese diagnóstico poco frecuente pero no raro que vieron alguna vez en sus libros de texto. Buscaron en su esputo la bacteria Chlamydia psittaci y ¡bingo!, el paciente resultó serlo de psittacosis, una patología también conocida como fiebre del loro u ornitosis.
A partir de ahí, el tratamiento se ajustó al diagnóstico y cumplió su cometido. A las tres semanas, el paciente se había recuperado y se marchó a casa. La infección, eso sí, fue comunicada a la Dirección General de Salud Pública de Reino Unido, puesto que es de declaración obligatoria.
Los médicos creen que se pueden extraer una lección de esta historia: que a la hora de hacer la historia clínica de un paciente de neumonía hay que preguntar por cualquier dato que pueda ser relevante, especialmente los hobbys. Recientemente, la misma revista se hizo eco de otra neumonía asociada a tocar la gaita. Averiguar la causa detrás de la infección puede esconder la clave de una recuperación.