Ni la depresión, ni la esquizofrenia, ni el párkinson acabaron con la vida de Robin Williams. "El terrorista que habitaba en su cerebro" –como lo ha definido su viuda– y que precipitó su muerte prematura era la demencia de cuerpos de Lewy, una enfermedad neurodegenerativa que los forenses descubrieron al realizarle la autopsia.
En una carta publicada hace unas semanas en la revista Neurology, Susan Schneider Williams, esposa del actor durante sus últimos siete años de vida, describe los síntomas de la enfermedad y la impotencia de su marido por no saber qué le estaba ocurriendo.
"La proliferación masiva de los cuerpos de Lewy en su cerebro había hecho tanto daño a sus neuronas y neurotransmisores que, se podría decir que en su mente se estaba librando una guerra química", apunta Schneider en el artículo. La autopsia reveló la pérdida de un 40% de los niveles de dopamina neuronales. Prácticamente ninguna neurona estaba libre de esta sustancia, tanto en el cerebro como en el tronco cerebral.
Casos como el de Robin Williams, de personas conocidas que deciden terminar con sus vidas a raíz de una enfermedad, no son tan habituales como pudiera parecer. Según los expertos consultados por EL ESPAÑOL, no existe una relación clara entre fama y suicidio.
"No es algo que se pueda responder de manera rigurosa puesto que tanto los personajes famosos como el suicidio son poco comunes en términos relativos", considera Mia Tuft, investigadora del Centro de Neuropsicología de Oslo (Noruega).
La epilepsia de Ian Curtis
En un estudio publicado en Epilepsy Behaviour –titulado Ian Curtis: punk rock, epilepsia y suicidio– la autora y otros dos científicos analizan qué llevó a Ian Curtis, cantautor y líder del grupo Joy Division, a acabar con su vida con 23 años. Una depresión profunda y la resistencia que desarrolló a los fármacos con los que se trataba su epilepsia parece que precipitaron los fatales acontecimientos.
"Las personas con epilepsia tienen mayor riesgo de sufrir muerte prematura por cualquier causa y cuatro veces más riesgo de morir como consecuencia de un suicidio en comparación con gente sin la enfermedad", destaca Bergljot Gjelsvik, investigador del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y coautor del trabajo.
Para tratar estas crisis, los pacientes toman barbitúricos como fenobarbital que, según los psiquiatras, puede originar depresiones en personas vulnerables, como pudo ocurrir en el caso de Curtis. No obstante, ambas enfermedades parece que influyeron de forma positiva en la oscura y genuina huella del compositor.
¿Existencia? Bueno, ¿importa eso? Yo existo de la mejor manera que puedo hacerlo. El pasado es ahora parte de mi futuro. El presente está fuera de mi control.
Es parte de la letra de Heart and Soul (Corazón y Alma, en castellano) del álbum Closer (1980), que Joy Division sacó al mercado unos meses después del suicidio de su cantante.
"A pesar de la angustia causada por la epilepsia y la depresión que le siguió, su vida artística floreció, en cierta medida, a partir de esos ataques y de su bajo estado de ánimo, que eran parte integral de su expresión artística", mantiene Karl Otto Nakken, investigador del Centro Nacional para la Epilepsia de Oslo y coautor del estudio.
No es la fama, son sus destellos
Más que la fama, lo que parece aumentar el riesgo de suicidio en las celebrities es todo lo que las rodea. "La notoriedad per se no es un factor de riesgo o de vulnerabilidad para el comportamiento suicida", afirma Julio Bobes, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo.
En cambio, la forma de vida que acompaña al famoso sí podría llevar asociados determinados factores de riesgo, según el especialista. El consumo de drogas, no saber gestionar el éxito, sobre todo en personajes jóvenes, o los vaivenes de la fama podrían influir a la hora de afrontar su vida.
"Les llena de dinero pero les vacía de personas amorosas a su lado. Además, el alcohol y las drogas suelen hacer su parte", sostiene el psiquiatra y escritor Rafael Manrique.
Casos recientes como el de Amy Winehouse, Whitney Houston, Michael Jackson, Philip Seymour Hoffman o Prince tienen en común que todos ellos acabaron con sus vidas por abuso de fármacos o drogas, pero resulta complicado averiguar si esa acción fue accidental o premeditada.
"El consumo de sustancias puede actuar de modo crónico, también como factor de riesgo de suicidio y, por último, como facilitador por la desinhibición que produce, dando paso al acto en sí o como método para llevarlo a cabo, a través de una sobredosis", baraja Pilar Sáiz, también profesora de Psiquiatría en la Universidad de Oviedo.
Sin nota de suicidio, el papel de los psicólogos forenses resulta fundamental. "Ellos se encargan de establecer si la intoxicación o el acto autoagresivo fue intencionado o accidental", indica María J. Portella, coordinadora del Grupo de Investigación en Trastornos Psiquiátricos del IIB-Sant Pau/CIBERSAM.
Otro daño colateral que tiene la fama es el estrés. La popularidad de las personalidades públicas puede provocar que carezcan de cierta intimidad, lo que dispara sus niveles en comparación con el resto de personas. "Ser famoso y estar en el candelero es una causa de estrés, que es un factor de riesgo de suicidio", señala el psiquiatra Erwin van Meekeren.
¿De qué murió Van Gogh?
Vincent van Gogh, Virginia Woolf o Ernest Hemingway también acabaron con sus vidas. El denominador común de todos ellos no fue la fama sino su vena creativa, que sí parece estar relacionada con el suicidio.
"Hay indicios de que las personas creativas son más susceptibles a acabar con sus vidas, como artistas, poetas o novelistas, tal vez, porque son más propensos a sufrir un trastorno psiquiátrico", comenta David Lester, profesor emérito de Psicología en la Universidad Stockton (EEUU).
Muchos de sus períodos creativos están influidos por las enfermedades que sufren, por eso "odian tomar sus medicamentos, como el litio, ya que entorpecen su creatividad", añade el psicólogo.
En el caso de Van Gogh, su muerte sigue sin estar clara. En una biografía reciente del artista, los autores apuntan a que no hubo suicidio, si no que su fin se produjo por el disparo accidental de un arma cuando la manipulaban dos jóvenes que se encontraban con él en ese momento.
Otra teoría concluye que sí fue el pintor quien acabó voluntariamente con su vida. El caldo de cultivo lo formaban numerosos factores de riesgo que enumera Lester: trastorno psiquiátrico, rechazo de su obra por parte del público y la crítica, vida solitaria sin ningún apego romántico y una infancia dura en las que sus padres le recordaban que un hermano fallecido era su preferido y no él.
El psiquiatra Erwin van Meekeren repasa su vida en el libro Starry Starry Night: Life and Psychiatric History of Vicent van Gogh (2003) donde añade, a la lista de problemas anteriores, que a Van Gogh le preocupaba mucho la situación laboral y personal de su hermano menor Theo, su único apoyo.
El final de Rothko
Quien sí consiguió la fama fue otro pintor, el letón Mark Rothko, que también acabó con su vida de forma prematura. Uno de los mayores representantes del expresionismo abstracto se vino abajo cuando los médicos le diagnosticaron un aneurisma de aorta.
"La causa más inmediata del suicidio de Rothko fue una profunda depresión desencadenada por la noticia de que padecía un aneurisma, lo que significaba que su actividad artística se iba a ver restringida", declara John J. Hartman, profesor del departamento de Psiquiatría de la Universidad del Sur de Florida (EEUU).
Tras este diagnóstico, el pintor se aisló de su familia y comenzó a beber de forma descontrolada. "Fue un golpe a su autoestima, que siempre había sido un tanto vulnerable, y entró en una profunda depresión", explica el psiquiatra.
Como en el caso de Van Gogh, Rothko también presentaba factores de riesgo previos que no le ayudaron, como la pérdida de su padre cuando era muy joven y acababan de mudarse a Estados Unidos, depresiones recurrentes, abuso de alcohol, voracidad con los alimentos y falta de satisfacción con sus logros.
Mayor riesgo con algunos trastornos
"El suicidio afecta a gente de todas las esferas. La fama no da una mayor vulnerabilidad hacia la depresión ni protege contra ella", puntualiza Hartman.
Determinados trastornos mentales tienen mayor riesgo a la hora de que el paciente piense en terminar con su vida, como son la depresión (uni o bipolar), la esquizofrenia y el trastorno bipolar.
"No hay indicios de que la personas famosas tengan más probabilidades de morir por suicidio que la población general", recalca Keith Hawton, profesor del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford.
"Sin embargo, sí parece haber una asociación entre creatividad, depresión y trastorno bipolar (maniaco depresivo). Y las personas con esos trastornos tienen el mayor riesgo de suicidio de entre todas las enfermedades psiquiátricas", resume Hawton.
Si dentro de los famosos, solo una pequeña parte, los artistas, son los que parecen tener una mayor vulnerabilidad a la hora de sufrir determinados trastornos mentales con consecuencias fatales para su vida, ¿por qué pensamos que los famosos se suicidan más que el resto de la población? Por el poder de los medios de comunicación.
"La gran mayoría de los suicidios no aparecen en los periódicos ya que los cometen individuos de la población general" recuerda Portella.
Posible efecto contagio
El peligro está en que, con casos como el de Amy Winehouse o Michael Jackson que acaparan las primeras planas se produzca un efecto contagio, lo que se conoce como efecto Werther.
"El término fue acuñado por el sociólogo David Philips en 1974 tras realizar un estudio en el que demostraba que el número de suicidios se incrementaba en todo el territorio de Estados Unidos en el mes siguiente de que el New York Times publicara en portada alguna noticia relacionada con un suicidio", informa Bobes.
La magnitud del efecto variará en función de la influencia de esa persona pública en la población y del tratamiento que hagan los medios de esa información. En cualquier caso, los expertos afirman que hacen falta nuevos estudios para averiguar la magnitud real de este posible efecto contagio.
Sáiz resume las directrices que da la Organización Mundial de la Salud a los periodistas a la hora de informar sobre suicidios de personas famosas: no publicar fotografías o notas suicidas, no especificar con detalle el método usado, no dar razones simplistas, no ser sensacionalista, no caer en estereotipos y no glorificar la acción.
No obstante, eso no significa que no haya que hablar de lo ocurrido. "La muerte por suicidio no debe ser tabú, pero los medios de comunicación deberían seguir los consejos para reportar este tipo de noticias sin caer en tópicos irreales", recomienda Portella.