La palabra electroshock es, para muchos, sinónimo de pesadilla y barbarie. A mucha gente el término le remite inevitablemente a la película Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975), en la que el personaje de Randle McMurphy -un hombre cuerdo interpretado magistralmente por Jack Nicholson- recibía descargas eléctricas cada vez que la enfermera del pabellón psiquiátrico donde le habían ingresado quería torturarlo.
Sin embargo, para los psiquiatras y para millones de enfermos mentales, la terapia electroconvulsiva (TEC) es sinónimo de curación de su patología, especialmente del trastorno depresivo grave. Como recoge la Guía de Buena Práctica Clínica sobre la TEC publicada por el Departamento de Sanidad de la Generalitat de Cataluña en 2014, el tratamiento "tiene las tasas de respuesta y remisión más altas de todos los tratamientos antidepresivos, con una mejora del 70-90% de los pacientes tratados con esta técnica", según la Asociación Americana de Psiquiatría.
A pesar del amplio consenso existente sobre su eficacia, la TEC se aplica poco en España. Según un análisis publicado en la Revista de Psiquiatría y Salud Mental 3.090 personas recibieron en 2012 esta terapia en España, una cifra muy por debajo de las de otros países de nuestro entornos y, lo más preocupante, muy desigual entre comunidades.
Según los autores del estudio, liderados por el psiquiatra del Hospital Clínic Miquel Bernardo, una razón podría explicar esta diferencia: la existencia de una marcada heterogeneidad en el criterio de los psiquiatras en cuanto al lugar que ocupa la TEC frente al resto de los tratamientos disponibles en psiquiatría.
Desigualdad en la prescripción
Es decir, que la posibilidad de que a una persona le prescriban uno de los tratamientos más eficaces para determinadas patologías no depende de la evidencia científica, sino del médico que le toque. Porque, según pone también de manifiesto el estudio, el problema en España no es de falta de recursos: el 84,2% utiliza la TEC -la aplica o deriva a sus pacientes a otro hospital donde lo hagan-, pero no por igual.
"Así, por ejemplo, un ciudadano vasco tendría 35 veces más probabilidades de recibir TEC que un extremeño; y mientras que en provincias no densamente pobladas como Álava, Castellón o Lérida se aplicó TEC a más de 100 pacientes en 2012, en otras como Cáceres, Cordoba, Ciudad Real, Huelva, Ceuta o Melilla, la TEC no se aplicó a un sólo paciente", escriben los autores del trabajo.
Lo que parece más preocupante de la situación es que el estigma que acompaña a la TEC en la población general lo hace también con algunos psiquiatras, aunque sean los menos. Así, un 15% de los centros consultados en el análisis alegaron ineficacia clínica para no prescribirla, "a pesar de la firme evidencia disponible sobre la eficacia de la TEC en determinadas indicaciones".
En nuestro país se publicó en 1999 el Consenso Español sobre la TEC, que no deja lugar a duda sobre la seguridad y eficacia del tratamiento. Pero en el documento también se reconoce que muchos pacientes que podrían beneficiarse del mismo no lo hacen. "Esta inhibición terapéutica en gran parte puede ser debida a un estigma que se basa en anticuadas y desfasadas creencias acerca del tratamiento", se puede leer en el texto.
Una evolución positiva
La TEC es una terapia antigua, que se ha ido modernizando con los años. Esa imagen del procedimiento que se transmite en Alguien voló sobre el nido del cuco y en películas más recientes como El intercambio (Clint Eastwood, 2008), en las que las descargas se efectuaban a pacientes despiertos que gritaban de dolor, no tiene nada que ver con la realidad clínica actual.
A los pacientes, a los que se ha seleccionado previamente para asegurarse de que son aptos para el procedimiento, se les somete a anestesia general. Todo el proceso no dura más de 10 minutos y el efecto secundario más común es una amnesia reversible que es, de por sí, un síntoma de los estados depresivos graves.
Se trata de algo muy distinto a la primera vez que se hizo una TEC, que se describe así en el consenso español sobre su uso: "Se administra el primer electroshock el 18 de abril de 1938, en Roma. Se trataba de un ingeniero que tres días antes la policía había hallado vagando por la estación de Roma Termini con un síndrome esquizofrénico. Según relato de testigos presenciales, aquel día estaban presentes Cerletti, Bini, Longhi, Accornero, Kalinowsky y Feisher. Una primera administración de 70 V durante 0,1 seg. fue insuficiente para inducir una crisis convulsiva y la pérdida de conciencia. Tras la fracción de segundo del espasmo muscular, el paciente empezó a cantar. Cerletti propuso un segundo intento con mayor voltaje. Los presentes se mostraron reticentes y sugirieron posponerlo hasta el día siguiente con la sospecha de que el paciente podía morir. El paciente, se incorporó agitado y gritó: "Non una seconda! Mortifera!". Cerletti no se dejó influir y se mostró firme. La segunda descarga fue de 110 V y 0’5 seg. logrando una crisis epiléptica típica del Gran Mal. El paciente recibió 11 sesiones completas y 3 incompletas durante dos meses, tras los cuales fue dado de alta, con una remisión total de la sintomatología".