Entre los muchísimos temores que genera la elección como presidente de EEUU del magnate multimillonario Donald Trump, uno de los más difundidos es el miedo a que su Gobierno afecte negativamente a la ciencia. Antes y durante la campaña, el nuevo mandatario estadounidense había expresado su posición a favor de los antivacunas y de los escépticos del cambio climático, por citar sólo dos ejemplos de teorías en contra de la evidencia científica.
Ahora los temores parecen confirmarse, ya que se ha sabido que Trump invitó a Andrew Wakefield, gurú del movimiento antivacunas y deshabilitado como médico por el el Consejo General Médico de Reino Unido, al baile de gala de su investidura celebrado el pasado viernes. El médico no sólo asistió, sino que sus partidarios lo han celebrado como un gran triunfo.
"Esto es maravilloso. El Dr. Andy Wakefield (¡y su mujer!) por fin obtienen el respecto que merecen. Disfrutemos cada momento", decía uno de los comentarios donde se daba la noticia junto a una fotografía del polémico médico vestido de gala para el baile. "Esto no hubiera pasado ni en un millón de años con otro político de carrera. Es realmente increíble. Las posibilidades de un cambio significativo en las políticas de vacunación parecen ahora muy prometedoras. El Dr. Wakefield es un gran hombre y agradezco a Trump haberlo invitado", afirmaba otro.
Sin embargo, la realidad es muy distinta.
Que el gastroenterólogo Andrew Wakefield es el responsable de uno de los mayores fraudes médicos de la historia es algo que no duda nadie que confíe mínimamente en la ciencia. Su mentira médica -la afirmación de que las vacunas pueden causar autismo- no sólo le hizo lucrarse en el momento de llevarla a cabo, sino que fue diseñada para hacerle ganar aún más dinero, como demostró una exhaustiva investigación publicada por el periodista Brian Deer en distintos medios.
Todo empezó el 3 de febrero de 2010, cuando la revista The Lancet se retractó de un estudio publicado en sus páginas en 1998. Retirar un artículo de una revista científica es una práctica relativamente habitual y se hace, sobre todo, cuando otros grupos investigadores fracasan a la hora de replicar los resultados de un estudio.
Pero este caso era especial. La retractación no vino motivada por un hallazgo científico, sino por motivos éticos. Tan sólo dos días antes, el Consejo General Médico de Reino Unido (GMC, un organismos similar a la Organización Médica Colegial de España) emitió un demoledor informe en el que estipulaba que la conducta del autor del estudio, Andrew Wakefield, había sido "irresponsable y deshonesta".
El gastroenterólogo británico había presuntamente descrito un nuevo síndrome denominado enterocolitis autística en 12 niños de entre 3 y 10 años. La enfermedad, que mezclaba síntomas gastrointestinales con trastornos del desarrollo propios del espectro autista, estaba asociada a la administración de una de las vacunas más administradas del mundo, la triple vírica, que protege en un sólo pinchazo contra las paperas, la rubeola y el sarampión.
El supuesto hallazgo -apoyado por el Royal Free Hospital, donde trabajaba Wakefield y donde los participantes en el estudio habían sido sometidos a todo tipo de pruebas médicas- generó un comprensible pánico en la población que, de repente, tenía miedo de inmunizar a sus hijos. Los porcentajes de vacunación se desplomaron en el país británico, ante la preocupación de las autoridades de salud pública, que vieron como aumentaban los porcentajes de una enfermedad casi erradicada como el sarampión.
La historia se desmontó en 2004, cuando Deer publicó en The Sunday Times un reportaje que demostró que Wakefield había recibido dinero de un bufete de abogados que pretendían demandar a las farmacéuticas fabricantes de vacunas.
Se considera uno de los mayores fraudes médicos de la historia y la investigación acabó provocando no sólo la retractación del estudio, sino que Wakefield fuera expulsado del GMC e inhabilitado para ejercer como médico en Reino Unido en 2010.
En la era de la postverdad, poco importó. El médico dirige en la actualidad una entidad sin ánimo de lucro de investigación del autismo en EEUU, Strategic Autism Initiative y es visto como un héroe por los miles de seguidores de la teoría que, sin ninguna evidencia científica, liga las vacunas con los trastornos del espectro autista (TEA).
El médico produjo el año pasado un documental -Vaxxed- en el que se daba pábulo a sus teorías y es precisamente en el Facebook de la película donde se ha difundido la asistencia de Wakefield al baile de investidura.
El 28 de marzo de 2014, cuando ni siquiera se soñaba con un EEUU presidido por Trump, el ahora presidente publicó un polémico tweet. "Los niños sanos van al médico, les pincha másivamente con muchas vacunas, no se sienten bien y cambian. Autismo. ¡Muchos casos!".
Más recientemente, la revista Science se hizo eco de que Trump se había reunido con Wakefield y otros antivacunas en un acto de recaudación de fondos en Florida y que les había prometido volver a reunirse y ver el polémico documental.
El último episodio de este peligroso acercamiento se produjo el viernes. Los defensores de la ciencia y la razón esperan también que sea el último.