"Te voy a lavar la boca con lejía". Es la reacción típica de una madre cuando escucha a su vástago proferir un insulto o una palabra malsonante. Pero es dudoso que en el mundo exista producción de lejía suficiente para tanta boca; todas las poblaciones y culturas del planeta son dadas a la agresión verbal.
Y por supuesto, esta costumbre precede en milenios a la invención de la lejía: en 2011, los investigadores Michael P. Streck y Nathan Wasserman describían en la revista Iraq uno de los insultos registrados más antiguos del mundo: en una tablilla babilonia de hace 3.500 años que muestra unos chistes en forma de acertijos, alguien interpela a otro mencionándole al que "mantiene relaciones" con su madre. No es difícil ver en esto una versión babilónica de un insulto muy popular.
En la Biblia tampoco faltan sus buenas raciones de insultos. Un ejemplo: cuando Saúl, el primer rey de Israel, se entera de que su hijo Jonatán apoya a su rival David como nuevo candidato al trono, le espeta: "¡hijo de una perdida!". A su propio hijo, lo que a su vez convertiría al propio Saúl en algo designado por otro insulto también muy popular. Pero ¿por qué esa manía de mentar a la madre, que nunca tiene ninguna culpa (e incluso está dispuesta a lavar la boca de su hijo con lejía, aunque nunca llegue a hacerlo)?
Campeones del insulto
La anatomía del insulto y la palabra malsonante es un campo que no ha escapado a la investigación de lingüistas y psicólogos. Incluso ha llegado a contar con su propia revista académica, Maledicta, the International Journal of Verbal Aggression, publicada desde 1977 hasta 2005 por el lingüista e ingeniero alemán Reinhold Aman. Como resultado de toda esta dedicación, Aman es capaz de insultar en más de 200 idiomas.
Aman concede la medalla de oro de la boca más sucia a Hungría. Según apunta a EL ESPAÑOL, los húngaros son los autores de la expresión más subida de tono que ha conocido a lo largo de su dilatada carrera. Más una amonestación que un insulto, consiste en decirle a alguien (los más impresionables, absténganse de seguir leyendo): "¡deja de abofetearme en la cara con tu polla cubierta de mierda del puto Jesús!".
Ciertamente, deja el listón bastante alto. Pero como consideración a este diario, Aman añade otras dos de sus blasfemias favoritas, respectivamente en catalán y castellano: "mecàgum Déu, en la creu i en el fuster que la feu, i en el fill de puta que va plantar el pi!" y "¡por los 24 cojones de los 12 apóstoles de Cristo!".
Maldiciones menos cargadas, pero igualmente elaboradas, se encuentran en culturas como la árabe: "¡que las pulgas de mil camellos invadan tus sobacos!". O en la hebrea: "¡que heredes una mansión con mil habitaciones, y cada habitación con mil camas, y que el cólera te lleve de una cama a otra!".
Según Aman, hay lenguas con un repertorio más amplio: "A mi mejor entender, el yiddish (judeo-alemán) tiene más insultos que ningún otro idioma. ¿Por qué? Porque el yiddish tiene cuatro fuentes de insultos: alemán, hebreo, arameo y las lenguas eslavas, sobre todo polaco y ruso", detalla el experto."Los judíos han estado perseguidos durante más de 2.000 años y, a diferencia del Israel actual, no tenían armas para combatir excepto sus bocas, así que se convirtieron en maestros del insulto y la maldición".
Diferencias culturales
Y es que cada cultura aporta sus propias peculiaridades. En 2008, un equipo internacional de psicólogos sometía a un grupo de casi 3.000 voluntarios de 11 países a un curioso estudio: debían imaginarse a sí mismos sufriendo un violento empujón por parte de alguien que no hacía el menor esfuerzo por disculparse, y tenían que escribir entonces los cinco insultos que les venían a la mente.
El estudio, publicado en la revista International Journal of Intercultural Relations, recopiló un total de unas 12.000 expresiones, que los investigadores distribuyeron en 16 categorías. Y las diferencias culturales saltan a la vista: los croatas evocan sobre todo los genitales masculinos, mientras que en Francia son los femeninos y en Holanda tanto unos como otros. Estadounidenses y alemanes favorecen las referencias anales, mientras que en España, Italia y Grecia se prefiere atacar las facultades mentales del interlocutor.
Curiosamente los más místicos son los noruegos, que insultan con variaciones del término "demonio". Y los más comedidos, los polacos, que según explica a EL ESPAÑOL el director del estudio, Jan Pieter van Oudenhoven, de la Universidad de Groningen (Países Bajos), tienen un repertorio más limitado y se limitan a subrayar la falta de cultura de su agresor o su origen campesino.
En España, los insultos más utilizados fueron imbécil, subnormal, idiota, gilipollas, tonto, estúpido, maleducado, capullo y cabrón (o cabrona). Los autores destacaban que este último vocablo, referido originalmente al hombre que consiente la infidelidad de su mujer, es una singularidad exclusiva nuestra. "La referencia al adulterio sólo ocurre en España", escribían. "Sólo en España encontramos pruebas de esta forma de honor masculino".
Una distinción que los autores observaron entre unos países y otros es la referencia a la familia. Los países del sur de Europa son más colectivistas, en el sentido de que su identidad está marcada por sus relaciones familiares y sociales, mientras que en el norte son más individualistas. De ahí que las menciones a la madre y a otros seres queridos sean más abundantes en las culturas mediterráneas.
En 1990, otro estudio analizó las diferencias en los insultos entre el norte de Italia, más centroeuropeo, y el sur, más mediterráneo. Los autores descubrían que en el sur abundaban más los llamados insultos relacionales; a veces ampliamente relacionales: "que os den por culo a ti y a 36 de tus parientes".
Populismo y redes sociales
Los insultos están últimamente de plena actualidad por el intenso uso que hace de ellos el nuevo presidente de EEUU. Recientemente, el diario The New York Times recopilaba una lista exhaustiva de "las 305 personas, lugares y cosas a las que Donald Trump ha insultado en Twitter".
Pero pese a su bien ganada fama, Trump no es ni mucho menos el único mandatario faltón. Destaca entre todos ellos el actual presidente filipino, Rodrigo Duterte, que ha llamado "hijos de puta" al embajador de EEUU en su país, a Barack Obama, a la ONU, a los obispos e incluso al papa Francisco.
Según sugiere a EL ESPAÑOL el psicólogo de la Universidad de Melbourne (Australia) Nick Haslam, el avance de la política populista en varios países podría ser un campo fértil para el insulto. "Lo que hace a los populistas populares es que presentan una narrativa moralista simple de héroes y villanos, y parte de su atractivo consiste en que critican duramente a esos villanos, lo que puede incluir insultos".
Y si a todo ello se unen las redes sociales, la combinación es explosiva. Para van Oudenhoven, "internet hace más fácil usar términos abusivos". Haslam apunta que el anonimato y la inmediatez facilitan la agresión frente a la interacción cara a cara, en la que "solemos mostrar más precaución y corrección". "Ciertamente, las redes sociales han aumentado el volumen de insultos", afirma.
Todo este abuso excesivo de la agresión verbal tiene para los expertos una consecuencia, y es que "se puede perder el sentido original" de los insultos, dice van Oudenhoven. "Por ejemplo, schweinhund", un término alemán que literalmente significa "perro cerdo", pero usado como equivalente de "hijo de puta", que hoy también se emplea sin ton ni son.
Sigmund Freud escribió: "el hombre que primero lanzó un insulto contra su enemigo en lugar de una lanza fue el fundador de la civilización". Tanto Aman como Haslam advierten de que en muchas ocasiones el insulto puede promover la agresión física más que reemplazarla. Pero ambos casos llevan a un mismo desenlace: cuando la agresión verbal muere de éxito y pierde su pegada original, alguien acaba sacando la pistola.