La cocaína, una de las cinco drogas más adictivas del mundo, no sólo es capaz de provocar alteraciones cerebrales de por vida. Esta droga, cuyo consumo cada vez es más elevado, también puede hacer que sus consumidores tengan más riesgo de sufrir una enfermedad de transmisión sexual (ETS).
Al menos así lo sugieren los resultados de un reciente estudio llevado a cabo por la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y publicado en Psychopharmacology.
Durante años, los trabajos sobre la cocaína han ido desentrañando sus efectos, no sólo a nivel cerebral sino también sistémico. La droga es conocida por producir efectos tales como taquicardia, aumento de la tensión arterial o dilatación exagerada de las pupilas. Todo ello, en conjunto, produce una sensación de ansiedad y aceleración a aquel que la consume, dando lugar incluso a casos de agresividad.
Como todas las drogas de abuso, y como se explicó detalladamente en un estudio de 2015 en Nature Molecular Psychiatry, la cocaína afecta de forma directa al circuito de recompensa cerebral y, por ello, el organismo siempre pide más, a pesar de que los efectos secundarios adversos a corto y largo plazo son bastante conocidos.
La alteración de este circuito de recompensa llega a provocar, en el caso del consumo de cocaína a largo plazo, dificultades para establecer prioridades, tomar decisiones adecuadamente y una inhibición del comportamiento que puede llevar a conductas que impliquen un riesgo para la salud.
Precisamente en este último punto han puesto la lupa Matthew Johnson y sus colaboradores de la Universidad Johns Hopkins, los autores del trabajo publicado ahora. Y es que, según sus hallazgos, la cocaína sería capaz de provocar una "impaciencia sexual", lo que aumentaría a su vez la probabilidad de que un consumidor de la droga no usase preservativo, sobre todo si no lo tiene a mano.
Es decir, por un lado, la cocaína elevaría la desinhibición sexual y, por el otro, el consumo de la droga reduciría el nivel de utilización de condones. En conjunto, ambas cosas se relacionarían con un aumento del riesgo de acabar sufriendo una enfermedad de transmisión sexual.
Para demostrar esta hipótesis, los investigadores estudiaron a 12 voluntarios consumidores de cocaína y les pidieron observar fotografías de 60 personas. Posteriormente, les instaron a seleccionar con cuáles de estas personas tendrían relaciones sexuales ocasionales, y con cuáles creían que tendrían menos riesgo de sufrir una ETS.
Además, también se preguntó a los participantes por la probabilidad de usar un preservativo en caso de tener uno a mano, y que indicaran cuánto tiempo serían capaces de esperar para conseguir un condón antes de tener sexo (si no dispusiesen de él inmediatamente).
Según los resultados del estudio, cuanto más tiempo tenía que esperar un consumidor de cocaína para usar un preservativo, más dispuesto estaba a tener relaciones sexuales sin usar nada. Y eso es preocupante, ya que la cocaína no solo aumenta el deseo sexual sino que provoca una impaciencia inusual.
Ya en el pasado año 2016 un estudio publicado en Psychopharmacology sugirío que otras drogas, como el alcohol, pueden alterar la toma de decisiones y dar lugar a comportamientos arriesgados para la salud. Sin embargo, el alcohol no ha demostrado aumentar la excitación sexual (aunque si eleva el riesgo de no usar preservativo, si se diese el caso).