Aunque se tiende a ver la electricidad como el fenómeno físico que nos permite tener luz en casa, la cosa no se queda ahí, ya que el propio ser humano tiene mucha electricidad dentro. De hecho, sin ella ahora mismo ustedes no podrían estar leyendo estas letras, pues forma parte esencial del funcionamiento del cerebro.
Por este motivo, desde hace años se ha investigado el papel de la estimulación eléctrica cerebral con el fin de tratar enfermedades neurológicas tales como la esquizofrenia, el ictus o las migrañas, e incluso se ha estudiado su papel en el rescate de recuerdos olvidados.
Los resultados por lo general han sido bastante prometedores en la mayoría de casos y eso ha alentado a otros investigadores, como los responsables de un estudio recientemente publicado en Lancet Psychiatry, en el que se analiza cómo influye este tipo de tratamiento sobre los síntomas de una enfermedad tan preocupante como la anorexia.
La anorexia, una terrible amenaza
Los trastornos de la conducta alimentaria en general y la anorexia nerviosa en particular son un problema cada vez más importante en los países desarrollados, en los que el número de personas afectadas por ellos se hace cada vez más grande, a pesar de las campañas de prevención diseñadas para evitarlo.
Tanto es así que se considera que la anorexia afecta ya a un 0,5% de la población mundial, especialmente a mujeres adolescentes, y que si no se frena a tiempo puede convertirse en una enfermedad mortal, ya que termina causando desnutrición, debilidad en huesos y músculos, convulsiones y problemas cardíacos.
Además, a los problemas de ansiedad y nerviosismo a los que suele ir unida a menudo también se suma la negación de la enfermedad, por lo que los pacientes no tratan de buscar ayuda y, si no hay nadie con ellos para detectarlo, puede que cuando se intente tratar ya sea demasiado tarde.
Actualmente los tratamientos más comunes consisten en sesiones de terapia psicológica, tanto individual como de grupo, siempre acompañadas de vigilancia médica, a través de analíticas completas periódicas y visitas al endocrino.
En casos más complicados se puede recurrir al psiquiatra, que recetaría antidepresivos si fuese conveniente, mientras que si la gravedad es extrema se hace necesario el ingreso del paciente, que será alimentado por sonda nasogástrica.
Lamentablemente, aunque normalmente estos métodos terminan con la cura del enfermo, es bastante común la recurrencia de la enfermedad en un periodo de un año, por lo que cada vez se hace más necesaria la búsqueda de alternativas totalmente diferentes.
Descargas eléctricas para tratar la anorexia
En busca de nuevas alternativas se ha llevado a cabo un pequeño estudio, protagonizado por 16 mujeres anoréxicas con edades comprendidas entre los 21 y los 57 años y un índice de masa corporal en torno a 13'8, que resulta bastante bajo si se tiene en cuenta que se considera normal por encima de 18'5.
Se trataba de casos muy extremos, en los que los tratamientos convencionales no habían surtido efecto, por lo que se encontraban en peligro de muerte temprana y eran candidatas perfectas para el estudio.
Todas ellas fueron sometidas a una intervención quirúrgica en la que se les implantaron una serie de electrodos en el giro cingulado subcalloso, una zona del cerebro asociada a los problemas de unión de serotonina típicos de la anorexia.
Una vez hecho el implante, las pacientes recibieron pequeñas descargas de entre 5 y 6'5 voltios cada 90 microsegundos durante un periodo de un año.
Aunque tres pacientes tuvieron efectos secundarios derivados de la cirugía, en general la intervención fue segura, aunque el número de participantes se redujo a catorce mujeres, ya que dos de ellas solicitaron voluntariamente salir del estudio, posiblemente al sentirse incómodas por el aumento de peso que comenzaron a experimentar.
Aún así, los resultados del resto fueron muy prometedores, con una clara mejora de la calidad de vida y disminución de la depresión en diez de cada catorce.
Además, pasados tres meses, la mejora de su estado de ánimo y la recuperación de buenos hábitos alimenticios llevó a un aumento de su índice de masa corporal, que se posicionó en un 17'3, muy cerca de los parámetros considerados como normales.
Los investigadores responsables afirman ser conscientes de que se trata de un estudio menor, con pocas participantes, y que presenta el problema de que todas ellas sabían a lo que se sometían, de modo que los resultados podrían tener también algo de placebo.
Sin embargo, para descartar esto último se realizaron escáneres cerebrales de las pacientes durante el proceso y se comprobó que, como cabía esperar, la actividad de su cerebro cambió notablemente a medida que recibían las descargas.
Por lo tanto, aunque es pronto para estar seguros de la efectividad de este nuevo tratamiento, sin duda es una lucha contra nuestro propio cerebro que vale la pena investigar.