Los investigadores estadounidenses Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young acabaron en la mañana de este martes con el sueño español de recibir el tercer premio Nobel de Medicina de su historia. En lugar de a Jennifer Doudla, Emmanuelle Charpentier y el alicantino Francis Mojica -por el desarrollo de la técnica de edición genética CRISPR/Cas 9- , la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska ha decidido premiar los descubrimientos en torno a los mecanismos moleculares que controlan el ritmo circadiano o, en otras palabras, lo que hace que un elevado porcentaje de la población duerma mal.
La vida en la Tierra está adaptada a la rotación de nuestro planeta y, durante muchos años, se ha sabido que los seres vivos -incluyendo a los humanos- tienen un reloj interno, biológico, que les ayuda a anticipar y adaptarse al ritmo regular del día. Pero hasta hace pocos años, no se sabía cómo funcionaba.
Son los tres galardonados los que han sido capaces de explicar los mecanismos moleculares detrás de este peculiar reloj. Lo han hecho usando a las moscas de la fruta como modelo y han descubierto el gen que controla el ritmo biológico diario normal para, a continuación, demostrar que ese gen codifica una proteína -PER- que se acumula en las células durante la noche y se degrada durante el día. Posteriormente, identificaron otros componentes adicionales del sistema, como la proteína TIM.
Lo que se sabe ahora -gracias, entre otros, a los nuevos Nobel- es cómo nuestro reloj biológico interno adapta nuestra fisiología a las distintas fases del día. Y es precisamente ese reloj el que regula funciones críticas como el comportamiento, los niveles hormonales, el sueño, la temperatura corporal y el metabolismo.
De hecho, un fracaso en este mecanismo incide directamente en nuestro bienestar. El ejemplo más claro es el llamado jet-lag, el desajuste que experimentamos cuando viajamos entre distintas zonas horarias.
Pero cuando éste jet-lag es crónico, o el desajuste no está motivado por un viaje, sino por un fallo en el organismo, el riesgo de distintas enfermedades aumenta. De ahí que en los últimos años cada vez haya más investigaciones que asocian la falta de sueño a mayor riesgo de obesidad, diabetes y otras patologías.