No hay que ser el Grinch para aceptar que las Navidades traen consigo algún que otro inconvenientes en medio de tanta felicidad. Uno de ellos es el conocido como Síndrome del Árbol de Navidad. Eso sí, ni es tan grave como algunos lo pintan ni afecta a todo el mundo por igual.
Todo empezó en 1970, cuando el doctor Derek M. Wyse publicó un estudio sobre la alergia al abeto navideño y su vinculación con el moho y el polen. Según contaba en el artículo, el 7% de las personas alérgicas veían cómo sus síntomas empeoraban durante las Navidades a causa de los tradicionales árboles.
Décadas más tarde, en 2007, un nuevo estudio presentado en la Reunión Anual del Colegio Americano de Alergia, Asma e Inmunología ponía de manifiesto cómo las esporas de moho aumentaban notablemente en los hogares decorados durante las dos semanas que duraban las fiestas.
Finalmente, en 2011, investigadores de la Universidad Estatal de Medicina de Nueva York analizaron muestras extraídas de los abetos que habían utilizado para adornar sus propias casas. Y como cabía esperar en base a los estudios anteriores, identificaron hasta 53 especies distintas de moho, el 70% de ellas potencialmente dañinas.
Un mal de alérgicos
Todo esto puede parecer muy alarmante, pero en realidad no debe preocupar a las personas que no padezcan asma o algún tipo de alergia asociada a crisis respiratorias.
Tampoco es necesario ser alérgico al moho en concreto, ya que en realidad cualquiera de estas afecciones se puede complicar por la presencia en el aire de esporas de estos hongos, que a menudo infectan los abetos.
Por otro lado, en el hemisferio norte del planeta la Navidad está unida a una época de frío y humedad en la que son frecuentes los resfriados y otros problemas respiratorios. Si los abetos no son así siempre los culpables, también son un factor agravante.
En conclusión, las personas sin alergias no tienen por qué temer a los árboles de Navidad, pero las que sí lo son deberían recurrir a los abetos de plástico, que se venden cada vez en más formatos y además se pueden guardar de un año para otro.
De hecho, son las opciones más frecuentes en los hogares españoles. Para todo lo demás, sólo queda disfrutar de las fiestas, salvo que sean de ese tipo de personas que las odian. Quizás el Grinch era alérgico, ¿quién sabe?
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