Matt McMullen es un artista nato. Tardó muy poco en darse cuenta de que vivía para la escultura. En concreto, lo suyo siempre fue esculpir cuerpos femeninos. "Siempre estuve fascinado por el arte, y muy pronto en mi vida me di cuenta de que la escultura era mi forma de expresión para hacer arte. Fue entonces cuando empecé a hacer maniquís a tamaño real con forma de mujer", dice McMullen a EL ESPAÑOL.
Nacido en San Diego (California, EEUU) en 1969, este artista está detrás de la empresa RealDoll, una firma conocida en el mundo entero por sus muñecos hiperrealistas con los que se puede tener sexo. De un tiempo a esta parte, McMullen es noticia por los avances que está dando en su proyecto de crear compañeros robóticos de cama.
Esa puede parecer una aventura empresarial descabellada. También lo parecía aquella sugerencia de un amigo suyo que, al ver en 1996 las voluptuosas formas de las esculturas de mujeres que firmaba McCullen, le animó a hacer muñecas para tener sexo. El escultor hizo caso a su amigo. Al año siguiente, McCullen ya tenía terminada la primera de esas muñecas, la primera de sus real dolls (muñeca real en inglés). Esa es la base de su carrera como artista y empresario. Ahora, a McMullen tampoco le parece disparatado crear un robot sexual. Para ello ha creado otra empresa, Realbotix, que pone inteligencia artificial a las esculturas del artista emprendedor.
"Toda esta tecnología es muy nueva y pienso que hay mucha intriga y mucha curiosidad. Todos crecimos viendo este tipo de cosas en películas de ciencia ficción", plantea el artista. "Pero se trata de un producto que va más allá del sexo, va sobre tener o no compañía. Porque es un producto para mucha gente que se encuentra sola o que está en busca de conexión. Hoy día, para alguna gente, es difícil no sentirse sola o conectar con algo o con alguien. Este producto le ofrece algo nuevo", asegura McCullen desde su taller.
La primera 'Rachel', como en 'Blade Runner'
En su mente está la idea de crear lo que sería la primera versión de Rachel, la bella replicante que interpretara la actriz estadounidense Mary Sean Young en la célebre película de ciencia ficción Blande Runner rodada en 1982. "Mi robot, eventualmente, podría acabar siendo como Rachel, si evoluciona", comenta McCullen. Él sabe bien que la robótica aplicada a la compañía, ya sea en la cama o fuera de ella, está dando sus primeros pasos. "Este tipo de tecnología tiene que empezar en algún sitio. Por ahora estamos lejos de hacer un robot que se parezca a un humano, algo que no es posible todavía", reconoce el artista.
McMullen es consciente de la importancia que tiene para su negocio. En su país, casi la mitad de los hombres (49,6%) probaría meterse en la cama con un robot para tener sexo, de acuerdo con un estudio internacional presentado a finales del año pasado por la agencia de comunicación alemana Syzygy. En Alemania, el porcentaje de hombres dispuesto a mantener relaciones sexuales con un robot alcanza el 52%, una proporción muy similar al atribuido a los varones del Reino Unido (47,4%).
Según mostraba Syzygy, también hay un público femenino internacional dispuesto a irse a la cama con una máquina. A saber, el 22% de las alemanas, el 20% de las británicas y el 19% de las estadounidenses. No en vano, el último proyecto en que se ha lanzado McCullen consiste en crear un robot sexual con forma de hombre dotado de un pene biónico. El tamaño del miembro en cuestión es personalizable, capaz de reaccionar y de tener erecciones a voluntad de su dueña o dueño. Éstas sólo están en función de los pertinentes estímulos externos. Dotado de unas abdominales muy marcadas, de hacerse realidad – su aparición en el mercado se espera para este año, según McCullen –, este robot sexual bien pudiera tratarse del sex toy definitivo para ellas.
Silicona de alta gama
La versión femenina de su robot, sin embargo, es el producto que más avanzado tiene McCullen en su taller de San Diego. En colaboración con su empresa tecnológica, McCullen ha creado Harmony, un robot sexual con cuerpo de mujer en silicona dotado de inteligencia artificial. "El material de la piel viene de una silicona de alta calidad, es muy similar a la que se usa para implantes en intervenciones quirúrgicas y, en mi opinión, resulta muy agradable al tacto", precisa el artista.
"A finales del año pasado empezamos a crear la cabeza del robot. Ya tenemos el sistema de inteligencia artificial para smartphones, que permite al usuario crear una personalidad única", explica McCullen. La idea es que el usuario del sistema de inteligencia artificial genera a través de una aplicación móvil una personalidad que después integra en la cabeza de la muñeca. "Cuando se conecta la inteligencia artificial del soporte móvil al robot, se puede hablar de cualquier cosa con ella", expone el artista.
Para él, ahí está la clave del éxito. Su robot "es algo destinado a alguien que quiere tener una conversación interesante con un robot, aunque claro, el sexo también es posible", sostiene McCullen. A su entender, lo que hay que evitar en la fabricación de este producto que todavía no ha salido a la venta es que el usuario termine yéndose a la cama con el amante robótico pensando que la máquina es "tonta" o incapaz de mantener una conversación coherente.
Para evitar que eso ocurra, el programa informático que está detrás de la inteligencia artificial del robot cuenta con una base de datos que incluye toda la Wikipedia y varios diccionarios. Además, el robot sexual puede utilizar hasta 5.000 palabras en sus diálogos.
Para McCullen, las cabezas de sus robots sexuales son lo más importante. "La cabeza es la parte más importante del cuerpo. Ocurre con las personas, ésa es la parte que más tiempo se está mirando. También la parte con la que más se interactúa", mantiene McCullen. De ahí los esfuerzos para hacer posible que los prototipos de las Harmonys puedan mover la boca al tiempo que hablan, que tengan expresiones faciales, parpadeen y muevan la cabeza para ambos lados.
La cabeza también es la parte más cara. "La cabeza más básica cuesta 6.000 dólares (unos 4.800 euros), pero el precio depende de la personalización que quiera darle el cliente", comenta McCullen. El color de la piel, el de los ojos y el del pelo son características que pueden abaratar o encarecer el coste de sus robots. La cabeza más cara llega a los 10.000 dólares (unos 8.000 euros). Los precios de los cuerpos sin inteligencia artificial que ahora vende también varían. Van de los 4.000 dólares a los 8.000 dólares (de los 3.200 euros a los 6.400 euros, aproximadamente).
En busca de algo más que sexo
"En realidad, el precio depende de lo que quiera la persona que la compra. Si el cliente tiene ya una de mis muñecas, entonces pueden conectar la cabeza al cuerpo y ya está", expone el padre de las Harmonys. "Si se quieren comprar todo el producto nuevo, como se van a añadir novedades, como sensores y capacidad de generar calor en el cuerpo, esto va a incrementar el precio", abunda.
Pese a todos los avances que han hecho McCullen y su equipo, en su taller reconocen que no están tratando de reproducir con tecnología "algo vivo". Por eso no se han adentrado en las complicaciones que acarrearía crear un robot dotado de glándulas para segregar saliva y mucosas propias de los momentos de más intimidad en pareja. "Para eso se puede utilizar lubricante. No estamos tratando de replicar a humanos. Estamos tratando de hacer un robot que se parece a un humano", asume McCullen. Él no se cansa de explicarlo, lo que él quiere es llegar al punto en que se genere un "apego emocional, una forma de amor" entre el usuario y la personalidad que hay detrás del robot sexual.
Una reciente encuesta de la consultora internacional YouGov ha señalado que la opinión pública estadounidense está dividida sobre el significado que tiene acostarse con un robot pese a tener una pareja humana. El 33% piensa que no sería una infidelidad. El 32% entiende que eso constituye una forma de ser infiel. Todavía no hay parejas de personas rotas por culpa de un tercero robótico obra de McCullen. Antes de ser comercializados, sus prototipos tienen que ser mejorados y pasar numerosas pruebas.