Paula suplica morir: "Presidenta, ya no soporto mi cuerpo, permítame descansar"
Después de cinco años de diagnósticos contradictorios y en una situación degenerativa irreversible, esta joven chilena pide una muerte digna.
16 febrero, 2018 03:36Noticias relacionadas
Paula Díaz Ahumada tiene 19 años, pesa 50 kilos, y escucharla suplicar a la presidenta de Chile Michelle Bachelet desgarra el alma. Su voz es la de una niña, la de una muñeca rota, acorde con su cuerpo desarbolado y consumido. En los vídeos que su familia difundía en enero, su mensaje se ve interrumpido por contracciones de dolor, como azuzada por tizones invisibles. A primeros de de febrero, con las rodillas dislocadas y las piernas contraídas bajo el cuerpo, es incapaz de abrir los ojos. Pero todavía grita.
"No tengo descanso. Es algo terrible no poder descansar ni de día ni de noche. Le suplico con toda mi fuerza que me venga a ver (...) Le suplico que me dé la eutanasia, porque ya no soporto mi cuerpo. No soporto no poder apoyarlo. Mi cuerpo está desgarrado, ninguna parte puedo apoyar que no me duela o que no se rompa. ¿Cómo no lo pueden entender? (...) Nadie entiende todo el esfuerzo que hay que hacer para sostenerme. Ya no puedo más. Esto es una tortura y no podemos soportar más maltrato. Si ella tiene el poder, ¿por qué no me da el descanso que le suplico?".
Paula lleva cinco años presa de un mal que desconcierta a los médicos, y dos meses pidiendo una muerte digna. En 2013 empezó a sufrir migrañas y movimientos convulsivos, que se atribuyeron en un primer momento a una reacción a la vacuna de la coqueluche (tos ferina) que acababa de recibir. Después, a una meningitis. Pero el tratamiento no respondía y al cabo de un mes había degenerado en rigidez y espasmos. El calvario hospitalario no había hecho más que comenzar. En los años venideros se le diagnosticarían un abanico de infecciones víricas y trastornos epilépticos antes de dar con la raíz neurológica del mal.
El diagnóstico de "trastorno degenerativo no descrito", sin embargo, no ha hecho nada por aliviar a la joven. Vive ahora bajo el cuidado de su madre, María Cecilia, una profesora divorciada que tuvo que abandonar su trabajo para atenderla, y su abuela nonagenaria. "Mi mamita siempre ha salido adelante, saca fuerzas y sigue adelante por más que sea difícil, pero esto ya no lo puedo soportar (...) Ya no puedo dormir un segundo (..) No puedo descansar porque me voy a apoyar y mi cadera se sale, mi mandíbula. Y me asusto de tanto que he aprendido a soportar el dolor, es demasiado" - explicaba Paula al diario El Mostrador hace unas semanas.
La postura boca arriba en la que la vemos es la que en estos momentos le proporciona mayor alivio. Y si no abre los ojos es porque hasta la luz del sol le resulta insoportable. Maria Cecilia debe alimentarla, cambiarla - ya no controla los esfínteres - y limpiarla para que no se ahogue con su propio vómito. Evita que se lesione cambiándola de postura, le aplica compresas de frío y le masajea las extremidades con aceite de cannabis, un remedio que ha demostrado cierta efectividad. Es una guardia perpetua, porque los dolores de Paula no remiten ni de día ni de noche.
Vanessa, su hermana, es estudiante universitaria en Santiago de Chile y ha tomado la portavocía de la causa 'Justicia para Paula'. Ha llevado a la televisión su historial médico para denunciar lo que consideran una negligencia. Un año después del origen del trastorno, la clínica Bicentenario de Santiago le diagnóstico un síndrome conversivo, una alteración psiquiátrica, y le dio el alta. Los dolores de Paula, concluían, eran psicosomáticos. En base a ese criterio se le negaron otros tratamientos hasta que en 2015 otro centro, la clínica Tabancura, detectó el daño neurológico.
"Se perdió mucho tiempo, en el que su cuerpo siguió desgastándose" - denuncia Vanessa. Además, el precedente de un diagnóstico psiquiátrico errado lastra su petición de una muerte digna, ya que provoca aún más reparos en un estamento médico ya de por sí renuente. "Como familia, no podemos mirar a la cara y negárselo, porque ella está sufriendo. Yo soy su hermana mayor, siempre voy a querer protegerla y lo mejor para ella. Y Paula en estos momentos no está teniendo una vida digna".
El segundo caso para Bachelet
Es la segunda vez que la presidenta chilena, médico de formación, debe abordar una petición de este tipo durante su mandato. En marzo de 2015 Valentina Maureira, de catorce años, le pedía una muerte digna. Padecía fibrosis quística y había visto morir a su hermano mayor por la misma enfermedad. Bachelet rehusó en base a que la Constitución chilena no contempla la eutanasia, y visitó a la chica en el hospital para explicárselo en persona. Valentina moría dos meses después.
La legislación chilena ofrecería a Paula una salida, que es la misma a la que se pueden acoger los enfermos terminales en España: la renuncia al tratamiento, de modo a no alargar innecesariamente una agonía irreversible. Pero ni la paciente ni su familia renuncian en su petición: una "inyección" que la permita descansar, en lugar de suplicio de una muerte lenta entre dolores.
La última etapa de la era Bachelet ha estado marcada por una contundente victoria en las políticas sociales progresistas, la despenalización del aborto en tres supuestos: violación, riesgo para la salud de la gestante e incompatibilidad para la vida del feto. Hasta ahora, las chilenas debían llevar a término embarazos inviables bajo pena de ir a la cárcel. Ahora, con el compromiso del Senado de abordar la eutanasia en su comisión de Salud, hay quien no descarta que la presidenta, que cede el poder en marzo al férreo conservador Alejandro Piñera, se despida con un gesto revolucionario.