El pasado 18 de marzo se celebraba en la provincia china Guangdong una celebración por los 100 días en el mundo de un niño nacido a finales de diciembre en un hospital privado de la capital de la provincia, Guangzhou. Su nombre, Tiantian, significa dulzura en chino y no fue escogido casualmente; lo eligió su abuela materna porque el bebé está destinado a acabar con la tristeza de dos familias, sus cuatro abuelos, que perdieron hace cuatro años a sus hijos: un hombre y una mujer, que fallecieron en un accidente de tráfico en aquella fecha.
Tiantian es hijo de ellos, pero no nació hasta cuatro años después de su muerte. ¿Un milagro? No, un producto de la reproducción asistida y del empeño de sus abuelos, que se embarcaron en una dura batalla judicial para que el embrión que se estaba formando en el momento del choque automovilístico acabara devolviendo a las familias la esperanza que perdieron con el accidente.
El 20 de marzo de 2013, Shen Jie and Liu Xi -los padres del niño y ambos hijos únicos por la política que hasta hace muy poco no permitía a las familias chinas tener más de un vástago- fallecían. Sólo cinco días después, estaba programado que los cuatro embriones que habían obtenido tras un tratamiento de reproducción asistida se implantaran en el útero de la madre. Obviamente, la muerte de ésta acabó con esos planes y los embriones fueron congelados en espera de decidir un destino para ellos.
Poco después de esa fecha, los padres de los dos fallecidos iniciaban su batalla judicial. Lo que pedían no era poco: tenían que conseguir que consideraran a los embriones herencia de sus padres y que les dejaran trasladarlos a algún sitio donde pudiera llevarse a cabo una gestación subrogada, es decir, que otra mujer accediera a llevar en su vientre a los embriones para dárselos después a sus abuelos biológicos. Se trata de un procedimiento que, como en España, está prohibido en China, por lo que no lo tenían nada fácil.
Pero los abuelos tenían muy claro que llegarían adonde hiciera falta para lograrlo y, paso a paso, lograron superar todos los obstáculos. Primero, que el hospital donde se habían concebido los embriones los dejara trasladarlos; segundo, poder llevarlos a un país -Laos- donde los vientres de alquiler estuvieran permitidos y, por último, encontrar una madre que se prestara a dar a luz a su nieto y cederlo después.
Una vez encontrada la candidata, una mujer de 27 años, se le implantaron los cuatro embriones, pero sólo uno se desarrolló. Cuando el embarazo estaba avanzado, la mujer aceptó a trasladarse a una clínica privada de la provincia de residencia de los abuelos, que pudieron así cumplir otro sueño: que su nieto compartiera su misma nacionalidad -y la de sus padres fallecidos-.
Aunque el niño se criará con los abuelos maternos, los paternos estarán muy presentes en su vida. Su abuela por parte de madre ha declarado a medios locales: "Siempre está sonriendo. Sus ojos son como los de mi hija, pero en general se parece más a su padre". La abuela paterna, por su parte, ha explicado que el niño no crecerá con la verdad, que le será revelada cuando sea mayor. "Hasta entonces, le diremos que sus padres tuvieron que abandonar el país".
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